Las par¨¢bolas de Peter Brook
El montaje teatral de 'El traje', en Madrid, ofrece una historia ¨ªntima con valor universal transmitida con gran sensibilidad
El teatro cuando es bueno es un juego de ni?os (representar un papel en franc¨¦s es jouer un r?le), pero en su origen griego fue un rito democr¨¢tico mediante el cual quien se sintiera capaz pod¨ªa exponer grandes temas ante la opini¨®n p¨²blica. El teatro de Peter Brook re¨²ne tales caracter¨ªsticas primigenias, que otros directores, m¨¢s sofisticados ellos, dieron de lado hace tiempo. En esta relectura de El traje (espect¨¢culo estrenado en 1999 en franc¨¦s, y rehecho ahora en ingl¨¦s, lengua en que lo escribi¨® el periodista Can Themba), Brook eleva el escenario de la sala verde de los Teatros del Canal al nivel de los espectadores y sienta a parte de ellos sobre las mism¨ªsimas tablas para evidenciar que aqu¨ª no hay cuarta pared ni jerarqu¨ªas: salvo en el bolsillo, somos todos iguales, y lo que les suceda a Philemon y a Matilda, protagonistas de la comedia, podr¨ªa sucedernos tambi¨¦n a nosotros.
EL TRAJE
De un relato de Can Themba.
Adaptaci¨®n, direcci¨®n y m¨²sica: Peter Brook, Marie-H¨¦l¨¨ne Estienne y Franck Krawczyk. Teatros del Canal, hasta el 15 de mayo
Ambos parecen muy felices en su casuca de Sophiatown, suburbio multi¨¦tnico de Johannesburgo: duermen abrazados dulcemente (cuando se juega como los ni?os, un par de sillas bastan para hacer de cama) y, por las ma?anas, ¨¦l le prepara el desayuno antes de irse al trabajo. Hoy llegar¨¢ tarde: desde que la coalici¨®n entre el Partido Nacional y el Afrik¨¢ans gan¨® las elecciones (gracias a una ley electoral sesgada), el apartheid se ha oficializado y muchas l¨ªneas de autobuses no admiten negros. Pronto habr¨¢ tambi¨¦n escuelas y hospitales segregados. Mientras Philemon espera sentado bajo un perchero industrial de acero (la parada del bus), un amigo le sopla que su mujer se la est¨¢ pegando. Destrozado, emprende el camino de vuelta, vacila al llegar a la puerta de casa (el perchero de antes, cambiado de lugar) y, mientras llama, el amante sale por la ventana (otro perchero de 20 euros) en ropa interior. Su traje, sobre una silla, es el signo de una traici¨®n imperdonable. El esposo advierte a Matilda de que en adelante habr¨¢ de tratar la abandonada concha como si tuviera el caracol dentro: sentar¨¢ el traje a diario a la mesa y le dar¨¢ de comer.
Como tel¨®n de fondo de esta historia de desamor patol¨®gico, el Sophiatown de los a?os 50, barrio de m¨²sicos y escritores representados aqu¨ª por la elegant¨ªsima actriz y espl¨¦ndida cantante Nonhlanhla Kheswa, por un tr¨ªo que interpreta con swing temas cultos y populares, por el resto de un elenco que respira naturalidad, y hasta por varios espectadores invitados sobre la marcha a participar en una fiesta en la que se integran como si fueran parte de la troupe.
Brook aborda un tema grave con desenlace tr¨¢gico mediante una par¨¢bola amable: el fin de Matilda simboliza el del barrio que ser¨¢ demolido para expulsar a sus habitantes negros de la ciudad, a Soweto. El traje ofrece unas pinceladas breves del contexto hist¨®rico, certeras pero acaso insuficientes para que el p¨²blico no versado entienda cabalmente el trasfondo de una historia ¨ªntima con valor universal transmitida con gran sensibilidad por William Nadylan (Philemon), Jared McNeill y sus compa?eros.
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