Viajeros sencillos
Voy de pie, medio pasmado. Voy en un viejo globo, hacia K?nigsberg. Silencio absoluto, calma completa de la atm¨®sfera, solo perturbada por los crujidos del mimbre que nos lleva. En la enga?osa quietud evoco a Emmanuel Kant, que precisamente naci¨® en esa ciudad prusiana de K?nigsberg (rebautizada por los rusos como Kaliningrado) y no se movi¨® en su vida de all¨ª; al parecer, eligi¨® conocer la variedad del mundo y la infinitud de pa¨ªses a trav¨¦s s¨®lo de los libros.
Me hace pensar en el joven Andr¨¦ Gide que, habiendo escrito un librito bajo el t¨ªtulo embaucador de Voyage au Spitzberg, fue un d¨ªa a ver a su protector Mallarm¨¦ y le dio un ejemplar. Mallarm¨¦ le mir¨® desconcertado, pues, de acuerdo al t¨ªtulo, crey¨® que se trataba de un viaje real. Cuando una semana despu¨¦s volvi¨® a verle, le dijo al joven Gide: ¡°?Ah, que susto me dio usted! Tem¨ª que hubiera ido all¨¢ de verdad¡±.
En aquel entonces realidad y ficci¨®n a¨²n eran conceptos bien distintos, y por eso fue normal que Mallarm¨¦, el escritor hogare?o por excelencia, se alarmara ante el extra?o viaje que parec¨ªa haber hecho su joven admirador.
Simpatizo con los que se van sin irse, con los que dicen haber estado en un lugar y luego descubrimos que no han pisado ese sitio en su vida. Me caen bien porque son sencillos. En cuanto doy con ese tipo de n¨®madas inm¨®viles, suelo corroborar que s¨®lo las imaginaciones limitadas necesitan los viajes al extranjero. De hecho, admiro a aquellos que cierran con doble llave sus cuartos para que el confinamiento les proporcione mayor libertad en su vuelo mental.
As¨ª las cosas, no es extra?o que me haya encantado el ¨²ltimo Bayard, Comment parler des lieux o¨´ l'on n'a pas ¨¦t¨¦? (C¨®mo hablar de lugares donde no hemos estado), libro publicado en Francia por Minuit y entre nosotros a¨²n no traducido. Se trata en realidad de una especie de continuaci¨®n l¨®gica de su c¨¦lebre C¨®mo hablar de los libros que no se han le¨ªdo (Anagrama).
Me ha gustado ese nuevo libro de Pierre Bayard, aunque debo precisar que no lo he le¨ªdo, ni falta que me hace. Es m¨¢s, esperar¨¦ a que se publique la traducci¨®n para poder reincidir en el mismo delito y seguir insistiendo en no abrir el libro. Aunque, eso s¨ª, puedo hablar de ¨¦l como si lo conociera de memoria. Despu¨¦s de todo, si adquir¨ª cierta pericia en esta clase de lecturas fue gracias a las instrucciones que propio Bayard me diera en C¨®mo hablar de los libros que no se han le¨ªdo.
Sigo de pie en mi globo, desliz¨¢ndome sigilosamente hacia Prusia, hacia K?nigsberg, hoy Kaliningrado. Puedo ya advertir en el filo del horizonte, en brumas, la ciudad natal de Emmanuel Kant, la ciudad del viajero m¨¢s inm¨®vil que existi¨® nunca. Y mientras me empuja el c¨¢lido aire indiferente de la tarde voy recordando que de ese libro de Bayard sobre ¡°lugares donde no hemos estado¡± me han interesado especialmente sus bellas palabras sobre Jules Verne, su estudio de las t¨¦cnicas viajeras de Chateaubriand, las p¨¢ginas en torno al gran Emmanuel Carr¨¨re, o las que hablan del ¨¦xito en Alemania de Karl May y sus relatos sobre el Far West sin haberlo visitado nunca, el relato sobre la Samoa totalmente imaginaria de Margaret Mead¡
Quiz¨¢s las mejores p¨¢ginas sean las que nos acercan al caso del malogrado ?douard Glissant, el gran escritor de la Martinica. Queriendo escribir un minucioso libro sobre la isla de Pascua y no pudiendo desplazarse hasta all¨ª por problemas de salud, envi¨® a aquel lejano para¨ªso a Sylvie S¨¦ma, su mujer, y despu¨¦s firm¨® con ella La terre magn¨¦tique. El resultado final fue asombroso. Glissant parec¨ªa en ese libro saber m¨¢s sobre la isla de Pascua que el nativo m¨¢s sabio del lugar. Una proeza, por otra parte, nada sorprendente para quienes le conoc¨ªan bien. Y es que el martiniqu¨¦s fue siempre experto en el kafkiano arte de irse muy lejos para quedarse aqu¨ª.
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