Es The Boss. Y punto
A sus 62 a?os, cada vez que Bruce Springsteen sube a un escenario da la sensaci¨®n de estar ante su primer y ¨²ltimo concierto
Si uno piensa en las personas de m¨¢s de 60 a?os que conoce, seguramente escaseen los perfiles de gente capaz de dar un concierto de casi 4 horas. Alguno podr¨ªa intentarlo, pero claro, la cuesti¨®n es hacerlo con dignidad. Bruce Springsteen (Nueva Jersey, 1949) se plant¨® ante m¨¢s de 50.000 personas en el Santiago Bernab¨¦u y demostr¨® que, para esa reducid¨ªsima estirpe de genios de la que forma parte, los 60 son los nuevos 20.
Cuando Springsteen sali¨® al escenario, a trav¨¦s de las pantallas se pod¨ªa ver la imagen de un sexagenario. Al fin y al cabo, es lo que es. El tiempo, desgraciadamente, pasa r¨¢pido para todos. La grada se percat¨® de ello. En su caminar, en sus movimientos y en algunos gestos de su cara parec¨ªa intuirse un atisbo de vejez. 3 horas y 48 minutos despu¨¦s los viejos ¨¦ramos los all¨ª presentes, a los que nos costaba seguir el ritmo de aquel tipo que, ya con los primeros acordes de Badlands, aclar¨® que no est¨¢ dispuesto a jugar el papel del cuadro en El retrato de Dorian Gray.
Hubo altibajos, desde luego, pero si uno echaba un vistazo al c¨¦sped o a la grada, se encontraba ¨²nicamente caras de felicidad. Grupos de amigos que bailaban los temas abrazados, sin mirar para el escenario, miles de manos que se mov¨ªan al un¨ªsono, estribillos coreados con una extra?a mezcla de fervor, pasi¨®n y automatismo (han hecho m¨¢s por el aprendizaje del ingl¨¦s algunas de sus canciones que muchas legislaturas) y una sensaci¨®n general de que lo que rodea a este tipo alcanz¨® hace mucho el nivel de religi¨®n. Los feligreses, ataviados por lo general con el variad¨ªsimo merchandising que acompa?a al m¨²sico, son una mezcla muy variada en la que predomina el chico o chica que, en su fuero interno, sue?a con ser un trampero pero que sabe que lo m¨¢s cerca que estar¨¢ de conseguirlo ser¨¢ cantando Born to run.
Los m¨²sicos que hacen de la presentaci¨®n de su banda una parte del concierto tan entretenida como cualquier canci¨®n tienen algo diferente. Springsteen la lleva a cabo con cari?o, sencillez, entrega y agradecimiento, y desde ese momento la comuni¨®n con la grada es ya absoluta. ?l presenta a su familia, abre las puertas de su casa y, entonces s¨ª, empieza la fiesta.
Hubo tiempo para que demostrara que sabe leer dignamente en espa?ol, encontr¨® un momento para dedicar una canci¨®n a Nacho, un joven fan espa?ol fallecido hace algunos d¨ªas, y tambi¨¦n para recordar a Clarence Clemons, pero no tir¨® de sensibler¨ªa. Sac¨® a dos ni?os al escenario y los trat¨® como el t¨ªpico t¨ªo enrollado de las series americanas e incluso dej¨® una escena para el recuerdo cuando un cartel que rezaba ¡°Peralejos de las truchas¡± (localidad de la provincia de Guadalajara) permaneci¨® unos hilarantes segundos a sus pies mientras todas las c¨¢maras enfocaban al Boss y el p¨²blico aplaud¨ªa lo absurdo de la situaci¨®n.
No dej¨® de sonre¨ªr ni un solo momento y, una vez m¨¢s, parec¨ªa que era, al mismo tiempo, el primer y ¨²ltimo concierto que iba a dar en su vida. Muchos pagar¨ªamos por ser ¨¦l un solo minuto. No por la fama, la adoraci¨®n del p¨²blico y la er¨®tica del escenario, que tambi¨¦n, sino porque da la sensaci¨®n de estar disfrutando tanto con su profesi¨®n que uno se hace una idea de la felicidad bastante cercana a lo que puede vivir ¨¦l en esos momentos. Todo ser humano deber¨ªa tener derecho a ver al menos una vez en su vida una canci¨®n de Springsteen en directo. Entienda o no el ingl¨¦s, le llegar¨¢ algo que no est¨¢ en las letras ni en la m¨²sica, pero que le har¨¢ sentir mejor. Nadie sabe lo que es, no se puede definir y mucho menos envasar, pero ¨¦l lo tiene.
La segunda mitad del concierto fue antol¨®gica. Nadie se quer¨ªa ir. Y tampoco hubiera podido, porque no hab¨ªa descanso entre canci¨®n y canci¨®n. Era imposible porque lo que estaba sucediendo sobre el escenario no era m¨²sica, era magia. Ah¨ª apareci¨® el mejor Bruce, que de repente se hab¨ªa quitado 35 a?os de encima y parec¨ªa decir en cada canci¨®n: ¡°?Por qu¨¦ cre¨¦is que me llaman el Boss?¡±. Por conciertos como el del Bernab¨¦u, sin duda.
Y es que el de Springsteen es uno de los mejores motes de la historia. Tenemos que estar agradecidos de que hayan sido los americanos los encargados de pon¨¦rselo porque, de haber salido de Espa?a, se hubiera quedado con ¡°El puto amo¡± para toda la vida. Que s¨ª, que lo es, pero ya nada hubiera sido lo mismo. Es The Boss. Y punto.
Babelia
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