El hombre que hizo hablar a Juan Rulfo
Robert Saladrigas rescata las conversaciones que mantuvo con las cabezas m¨¢s visibles del 'boom' latinoamericano
No era f¨¢cil hacer hablar a Juan Rulfo. Y tambi¨¦n resultaba dif¨ªcil arrancarle palabras a Juan Carlos Onetti. Se sabe tambi¨¦n de la alergia que siente Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez cuando se le acerca un periodista, aunque este sea de su propia especie. Pues Robert Saladrigas los hizo hablar, hasta por los codos. Fue a principios de los a?os setenta del siglo pasado, cuando acababa de fundarse el boom de la literatura latinoamericana y ¨¦l, que ya era un narrador, hac¨ªa de reportero literario para la revista Destino. Muchos a?os despu¨¦s la editorial Alfabia le pidi¨® a Robert Saladrigas que rescatara aquellas entrevistas. Y aqu¨ª est¨¢n, editadas en libro, veintiuna de las conversaciones que public¨® este barcelon¨¦s de 1940, premiado muchas veces por su obra literaria, en catal¨¢n y castellano, entre la que figuran las novelas La mar no est¨¢ mai sola y Memorial de Claudi M. Bruch. Cr¨ªtico literario de la literatura extranjera publicada en Espa?a, Saladrigas fue director del suplemento literario de La Vanguardia. En esta conversaci¨®n cuenta c¨®mo hizo hablar a aquellos grandes mudos. Adem¨¢s de Rulfo, Onetti y Garc¨ªa M¨¢rquez, aparecen otros m¨¢s locuaces, como Mario Vargas Llosa, Nivaria Tejera, Jorge Luis Borges, Jorge Amado, Jos¨¦ Donoso, Pablo Neruda, Manuel Puig, Jorge Edwards o Severo Sarduy¡
PREGUNTA. ?C¨®mo consigui¨® que Rulfo hablara tanto?
RESPUESTA. Fue una entrevista absolutamente deliciosa. Hablamos durante una larga tarde, en una de sus etapas de desintoxicaci¨®n alcoh¨®lica durante la cual solo beb¨ªa caf¨¦ y no paraba de fumar. Hubo un instante, mientras hablaba de la muerte en M¨¦xico, en el que yo no supe si lo que me contaba era algo real o se lo estaba inventando. Comparaba el concepto de la muerte en M¨¦xico con el que tienen en Estados Unidos. ?l dec¨ªa que en M¨¦xico se celebraba la muerte y que los yanquis, cuando ve¨ªan pasar un entierro por la calle, se daban la vuelta, miraban un escaparate y no quer¨ªan saber nada.
P. Usted se fija en las manos, en los gestos de sus entrevistados. Y al tiempo reproduce lo que le dijeron. ?Grab¨®?
R. No, pero me fij¨¦ mucho. Conoc¨ªa bien la obra, anotaba sus caracter¨ªsticas f¨ªsicas y con todo eso compon¨ªa el retrato.
P. Pero tambi¨¦n reproduce c¨®mo hablaban, sus acentos respectivos¡
R. Cuando a uno le gusta un autor es importante fijarse en su acento. Soy partidario de conocer la obra de un autor y despu¨¦s conocer sus documentos biogr¨¢ficos. En esas comunicaciones ¨ªntimas hay elementos que aclaran mucho m¨¢s la obra literaria de cada uno de ellos¡ Fue una experiencia que me ense?¨® mucho en aquel momento de mi vida.
P. En todos esos escritores se encuentra una actitud pol¨ªtica com¨²n, muy prorrevolucionaria¡ ?Qu¨¦ reflexi¨®n se hace sobre lo que significaba literariamente aquel momento pol¨ªtico?
R. Fue el momento de su literatura¡ Para Europa fue la llegada de los latinoamericanos. Ellos ten¨ªan algo que nosotros aprendimos a valorar porque carec¨ªamos de ella. Ten¨ªan la selva muy a mano y las historias que contaban a nosotros nos sonaban a m¨¢gicas. Para ellos eran reales.
P. Comala, por ejemplo, la geograf¨ªa de Pedro P¨¢ramo¡
R. Cuando Rulfo me cuenta el origen de Comala me dice que aquel era su pueblo, del que se march¨®, y que cuando volvi¨® estaba deshabitado y que de aquella calle surgieron fantasmas. Me sonaba a magia. Para ¨¦l era pura realidad. Descubrimos que nosotros no podr¨ªamos hacer lo mismo en Europa por m¨¢s que quisi¨¦ramos¡ Europa no tiene leyenda, aqu¨ª impera el racionalismo, nunca impera la leyenda. Y es que no tenemos selva, tenemos bosques, que es distinto.
P. Los junta un momento pol¨ªtico, aunque hubiera actitudes distintas. Ahora ser¨ªa dif¨ªcil lograr un ramillete as¨ª¡
R. Creo que hab¨ªa muchas divergencias. Imag¨ªnate, entre Onetti y Borges, entre Rulfo y Puig¡ Muchos de ellos ten¨ªan como punto en com¨²n el exilio, la idea de que entend¨ªan mucho mejor a su pa¨ªs desde lejos. Entonces, todo lo que llegaba de Latinoam¨¦rica nos impresionaba y seduc¨ªa, nos fascinaba. Ahora lo que nos llega de Am¨¦rica no nos interesa en absoluto¡
P. Y eso es malo¡
R. Hemos pasado de un extremo a otro y es muy duro¡ Hab¨ªa un inter¨¦s por Am¨¦rica y por la literatura iberoamericana. Iba unido; no pod¨ªas disociar Paradiso, por ejemplo, de Cuba. Paradiso era Cuba. Y Cuba en aquel momento representaba la revoluci¨®n¡ Lo que dec¨ªan de la democracia era tremendo, lo que dec¨ªa Rulfo, por ejemplo¡ No confiaban en la salida democr¨¢tica de Am¨¦rica, en absoluto, y adem¨¢s empezaban a estar un poco decepcionados de la revoluci¨®n cubana, pese a que todav¨ªa eso no se dec¨ªa en voz alta.
P. El propio Rulfo dec¨ªa que aquello no iba a terminar como hab¨ªa empezado. ¡°La Revoluci¨®n cubana no es ya lo que fue ni lo que prometi¨® ser. En cambio [dec¨ªa, refiri¨¦ndose a la ¨¦poca de Allende, era 1971], Chile est¨¢ viviendo ahora la experiencia m¨¢s bonita de Latinoam¨¦rica¡±.
R. Exacto, y hablaba desde M¨¦xico, estaba muy cerca de nosotros¡ Pero gente como Vargas Llosa, por ejemplo, no dec¨ªan eso mismo en voz alta. Lo hac¨ªa gente como Rulfo, un hombre ya muy mayor que lo ve¨ªa desde otra perspectiva. Y lo que dice de Chile hay que verlo desde la perspectiva de entonces; desde ahora, claro, se entender¨ªa peor.
P. En su libro aparecen ya los rasgos dram¨¢ticos de Donoso, Sarduy y Puig, seres que reflejaban una angustia que no se compadec¨ªa con su espect¨¢culo exterior.
R. Muy cierto. F¨ªjate que, adem¨¢s, en el caso de Donoso hoy es casi inconcebible el ¨¦xito de un libro como El obsceno p¨¢jaro de la noche. No lo leer¨ªa nadie. Y en aquel momento nos fascinaba. Pero visto en perspectiva, en efecto, el aspecto de algunos de los que has mencionado resultaba pat¨¦tico, alegres y tan tristes.
P. ?C¨®mo le fue con Pablo Neruda y con Jorge Luis Borges?
R. La entrevista a Neruda la hice en Par¨ªs, cuando ¨¦l estaba ya enfermo y se abandon¨®. La de Borges fue en Madrid. Se sent¨ªa atacado y quiso explicarse. Le dije que me gustaban m¨¢s sus relatos que su poes¨ªa; eso le hizo gracia, y se abri¨®¡ Le pregunt¨¦ si escrib¨ªa mucho. Me dijo: ¡°De vez en cuando escribo una paginita¡±.
P. Aparece Sarduy, pero no est¨¢ Cabrera Infante¡
R. Sarduy no ten¨ªa nada de alegre, era tr¨¢gico¡ Y con Cabrera Infante me cruc¨¦ en un Premio Biblioteca Breve, en una comida bastante multitudinaria. Nunca m¨¢s nos cruzamos y lament¨¦ mucho no haber podido entrevistarle.
P. Hizo hablar a Onetti, que era tan b¨²ho¡
R. ?B¨²ho y buhonero, ja ja! Era un personaje muy de Santa Mar¨ªa. Con aquella mirada de ojos saltones, se quedaba en silencio, reflexionaba sobre una respuesta mientras te miraba. Y no sab¨ªas qu¨¦ buscaba en ti. Un tipo apasionante. La expresi¨®n de su rostro era la de Buster Keaton.
P. El m¨¢s joven de los que viven es Vargas Llosa. Ten¨ªa 34 a?os. ?C¨®mo lo vio entonces?
R. Detect¨¦ en ¨¦l un enorme talento literario. El gran intuitivo de la literatura latinoamericana es Garc¨ªa M¨¢rquez, ¨¦l tiene instinto para la prosa po¨¦tica, pero Mario es el gran novelista, el gran narrador de esta generaci¨®n de escritores latinoamericanos.
P. Solo hay dos mujeres en su lista¡
R. La argentina Luisa Mercedes Levinson, la madre de la narradora Luisa Valenzuela. Levinson era un personaje impresionante, autora de unos relatos realmente muy buenos. Y Nivaria Tejera, cubana, que vive afortunadamente. Una vanguardista desubicada por la revoluci¨®n y por la propia literatura. Muy buena desde el punto de vista experimental.
P. Super¨® usted la resistencia de varios t¨ªmidos. Como Gabo¡
R. Eso es un mito. Fue muy f¨¢cil. ?l viv¨ªa en un apartamento en Sarri¨¤, escrib¨ªa El oto?o del patriarca con un tablero sobre dos caballetes, con su mono de mec¨¢nico. Fue una conversaci¨®n infinita.
Voces del ¡°boom¡±. Robert Saladrigas. Alfabia. Barcelona, 2012. 240 p¨¢ginas. 18 euros.
Babelia
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