Jos¨¦ Manuel Blecua
El director de la Real Academia Espa?ola, Jos¨¦ Manuel Blecua, de 73 a?os, ten¨ªa que cruzar la ciudad de Zaragoza de lado a lado para ir a la escuela cuando los cortes de luz imped¨ªan el uso del tranv¨ªa. ¡°El instituto era la vida o al menos la realidad. Era una mezcla muy poderosa de clases¡±. Estudi¨® Filolog¨ªa Hisp¨¢nica y durante la carrera jam¨¢s dej¨® de ser un ni?o.¡°Las oposiciones ya me obligaron a ser adulto¡±
Conoci¨® a la vez ¡°la dureza de la vida¡± y ¡°el encanto de vivir en libertad¡±, y eso supone para Jos¨¦ Manuel Blecua, fil¨®logo, catedr¨¢tico, director de la Academia Espa?ola, la esencia de su infancia dif¨ªcil, feliz e inolvidable.
Para ir al instituto, este zaragozano de 1939 ten¨ªa que cruzar la ciudad, caminando, de lado a lado; dos horas para ir, dos horas para volver, y as¨ª por la ma?ana, al mediod¨ªa, por la tarde, al atardecer. Su padre, Jos¨¦ Manuel tambi¨¦n, profesor, su maestro, los llevaba de la mano, paso a paso, cuando los cortes de luz imped¨ªan el uso del tranv¨ªa. ¡°El tranv¨ªa era el mundo¡±.
En ese espacio que ¨¦l asocia con la libertad de los veranos y con la dureza de los inviernos conoci¨® tambi¨¦n el racionamiento. ¡°Ten¨ªamos un t¨ªo escolapio que no fumaba y todos los hombres de la familia se repart¨ªan el tabaco que ¨¦l acopiaba¡±.
Esa inclemencia que convirti¨® el periodo en una especie de noche del siglo ten¨ªa muy preocupados a los adultos, ¡°as¨ª que nosotros hac¨ªamos lo que nos daba la gana... La anatom¨ªa de ese instante por una parte es la dureza de la vida, y por otra, la del encanto de vivir en libertad... Se pod¨ªa jugar al f¨²tbol en la calle e ir en bicicleta¡±. Y ese era el para¨ªso, ¡°al que uno pod¨ªa llegar antes que ahora¡±.
Zaragoza era el curso; como entonces el padre y los chicos ten¨ªan las mismas vacaciones, los Blecua se iban a ?greda, en Soria, y ah¨ª, en cierto modo, se hizo el fil¨®logo. ¡°Trill¨¢bamos, qu¨¦ ni?o trillar¨ªa ahora, y eso me sirvi¨® luego para mis estudios de dialectolog¨ªa. Lo que o¨ªa decir¡±. Blecua aprendi¨® en ?greda a nombrar las cosas del campo. ¡°Nosotros ¨¦ramos ni?os que sab¨ªamos trillar, pescar cangrejos, cocinar algunas cosas o poner la rueda de un tractor. Y los ni?os de ciudad no sab¨ªan eso¡±.
Nombrar y vivir. ¡°Vivir al aire libre era algo maravilloso, o llevar las vacas al abrevadero... Esa doble vida, la de pescar, cazar, trabajar y disfrutar del campo por el d¨ªa, y la libertad de caminar por las noches bajo el cielo del verano es lo que recuerdo de ese instante¡±. Y ese instante se parece, del todo, al recuerdo de la infancia. Jos¨¦ Saramago dec¨ªa que uno va con el ni?o que fue. En la mirada de este se?or que ahora viste traje oscuro, lleva camisa blanca y utiliza corbata negra tambi¨¦n, hay algo de aquel muchacho que ¨¦l trae consigo, en la foto que aporta a este relato de su propia ni?ez. Ese ni?o recuerda a su padre, para hablar de s¨ª mismo.
¡°Recuerdo mucho las actitudes de mi padre con nosotros, que adem¨¢s ¨¦ramos sus alumnos en el instituto. Nos intentaba ense?ar a todos que nos ten¨ªamos que limpiar los dientes, era imprescindible que llev¨¢ramos las manos limpias, las u?as recortadas, que estuvi¨¦ramos bien peinados... Cuando nos dorm¨ªamos en clase, nos castigaba a lavarnos la cara en la fuente y nos pasaba revista a las manos¡±.
Ahora se lava, se mira las u?as, se las recorta, se peina: delante del espejo, cada d¨ªa, Blecua es el ni?o que su padre ayud¨® a hacer. ¡°Aquel era un tiempo como el que describe Rafael Azcona en sus guiones. Pobreza, no hab¨ªa nada, tristeza en la calle, melancol¨ªa en las casas. Com¨ªamos boniatos, siempre com¨ªamos boniatos. Cuando pudo, mi padre ya no volvi¨® a comer boniato nunca m¨¢s, pero a m¨ª me parec¨ªa una cena estupenda. ?l los odi¨® para siempre¡±.
Sobre las cenas y los d¨ªas sobrevolaba el miedo. El miedo que implant¨® la dictadura, la incertidumbre atroz de una posguerra en la que se bisbiseaba la pol¨ªtica. ¡°El miedo era muy triste... Pero hab¨ªa otras cosas que nos daban una extraordinaria felicidad. El f¨²tbol, por ejemplo. Las retransmisiones de Mat¨ªas Prats. La radio fue magn¨ªfica para nosotros¡±.
El instituto era la vida, o al menos la realidad. ¡°Una mezcla muy poderosa de clases; hab¨ªa chicos que no ten¨ªan zapatos, aunque en algunos casos sus padres tuvieran dinero en sus casas, pero iban a la escuela as¨ª. Era un peque?o cosmos que permit¨ªa elevar la an¨¦cdota a categor¨ªa y aprender a vivir sobre la marcha. Por ejemplo, era frecuente que no tuvi¨¦ramos pelota para jugar al f¨²tbol y hac¨ªamos una de trapo, as¨ª jug¨¢bamos, aprendiendo a hacer utilidades de las carencias¡±.
Aprendi¨® el mundo, que dir¨ªa Juan Jos¨¦ Mill¨¢s. Pero eso no era suficiente. La imaginaci¨®n fue enseguida el sustento del ni?o Blecua. ¡°?ramos lectores desde muy chicos. Mi abuelo Antonio nos compraba El Coyote todas las semanas, y en los veranos descubr¨ª las bibliotecas. Hab¨ªa una municipal, que llevaba don Arsenio, el maestro¡±. Ah¨ª descubri¨® Kim de la India, de Kipling... ¡°En casa ten¨ªamos la colecci¨®n Araluce... Mary Luz Morales adapt¨® cl¨¢sicos como Los argonautas o La Il¨ªada y La Odisea, ese fue el camino del conocimiento literario¡±.
La casa era un trasiego de maestros, entre los que destacaban Ricardo Guy¨®n y Francisco Yndur¨¢in
Los ni?os van viendo a los padres desde abajo, hasta que ya los miran a los ojos. ¡°Cuando eran novios, mi padre era catedr¨¢tico de un instituto de la Rep¨²blica, en la comarca de Cuevas del Almanzora. El 18 de julio fue a ver a su novia a Zaragoza, ah¨ª le sorprendi¨® la guerra y no pudo volver a Cuevas del Almanzora. Se casaron en plena guerra, cuando mi madre ten¨ªa 21 a?os¡±. El padre era un modesto profesor de instituto, pero por su casa pasaba el mundo. Ram¨®n J. Sender, paisano exiliado, les mand¨® a los chicos Blecua unos pantalones vaqueros ¡°de los que est¨¢bamos orgullos¨ªsimos¡±, y la casa era un trasiego de maestros, entre los cuales fueron muy destacadas las amistades del profesor Ricardo Gull¨®n y Francisco Yndur¨¢in. ¡°Ten¨ªamos un padre que viajaba mucho por el mundo, pero era un padre normal que nos llevaba al f¨²tbol los domingos¡±. La madre, Irene, ¡°era muy dulce, generosa; muri¨® muy pronto, cuando ten¨ªa poco m¨¢s de cincuenta a?os¡±.
El padre era, como el Blecua que ahora se mira en el espejo por si aquel lo fuera a revisar, un hombre trabajador y ordenado, ¡°que iba todos los d¨ªas del a?o a tomarse el caf¨¦ con los amigos del casino...¡±. Hab¨ªa boniatos, y a veces hab¨ªa morcillas que el padre e Yndur¨¢in encontraban. En una de esas tiendas, el padre compr¨® ¡°una gabardina inmensa con la que iba a comprar el pan negro del estraperlo...¡±.
Hay un momento en la que ya el ni?o deja de serlo. Blecua tuvo ese momento. ¡°Fue una semana en la que preparaba la rev¨¢lida. Hab¨ªa unos temas que ten¨ªa que estudiar, entre los que se inclu¨ªan algunas biograf¨ªas. Ah¨ª le¨ª el primer art¨ªculo que recuerdo de Ildefonso Manuel Gil que no olvidar¨¦ nunca; era sobre B¨¦cquer. Ah¨ª me di cuenta de que el mundo del conocimiento era muy complejo, y obligaba a esforzarse mucho para tratar de dominarlo. En ese momento se termin¨® mi infancia. Ten¨ªa 17 a?os¡±.
Pero realmente aquel joven Blecua jam¨¢s dej¨® de ser un ni?o. Por lo menos durante la carrera. ¡°Las oposiciones ya te obligan a ser adulto... Pero s¨ª, es cierto, mi infancia dur¨® mucho, porque uno en el fondo siempre es un ni?o, lo sabemos todos¡±. Trajo consigo su fotograf¨ªa de ni?o Blecua, y ah¨ª, si miras bien a los ojos, risue?os y curiosos, rodeados de los rizos infantiles, hallas al Blecua de hoy, que acude muy pulcro y muy solemne a actividades a las que seguramente asiste con el ni?o que fue. Aquel ni?o, por cierto, comparte con ¨¦l, a¨²n, el disgusto por los horarios. Por eso es tan puntual.
En esa mirada hay una picard¨ªa que viene del abuelo paterno, Manolo, o Manolito, ¡°era el perejil de todas las salsas, un nadador estupendo, nos ense?aba a preparar caracoles, que recog¨ªa en el cementerio de Alcolea, dec¨ªa que esos eran los mejores; contaba chistes verdes divertid¨ªsimos y le gustaba ir a los caf¨¦s-cantante. Y a los treinta a?os decidi¨® que ya no trabajar¨ªa nunca m¨¢s¡±. El abuelo regentaba una pensi¨®n, y unos gritos le bastaban para ponerla en marcha. ¡°Con el abuelo materno, Antonino, los chicos tom¨¢bamos el vermut, era el que nos compraba los tebeos¡±. Las abuelas vest¨ªan de negro. El otro color que tambi¨¦n visti¨® aquella infancia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.