Pascal Quignard: ¡°Destruir el secreto individual tiene un objetivo pol¨ªtico¡±
El enigm¨¢tico escritor franc¨¦s, que publica la novela 'Las solidaridades misteriosas', explica por qu¨¦ decidi¨® huir de la vida social
Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) traza en Las solidaridades misteriosas el retorno de dos hermanos, Claire y Paul, al lugar donde transcurri¨® su infancia. Tanto para uno como para el otro se trata de un abandono, de una huida de la vida confortable y relativamente exitosa que hab¨ªan llevado hasta ese momento; un abandono, una huida que, en contrapartida, les permitir¨¢ ir enriqueciendo a trav¨¦s del reencuentro con diversos personajes el recuerdo esquem¨¢tico que conservaban de aquellos a?os. Tambi¨¦n su propia relaci¨®n fraternal, a la que alude el t¨ªtulo de esta novela de Quignard y cuya aparici¨®n en Espa?a (Galaxia Gutenberg) coincide con la de un nuevo ensayo en Francia, Les d¨¦sar?onn¨¦s (Grasset).
PREGUNTA. Las solidaridades misteriosas parece una novela construida a partir de varios contrastes. Claire es traductora, habla un sorprendente n¨²mero de lenguas y, sin embargo, solo se reconoce en el silencio y en la soledad.
RESPUESTA. Claire es un personaje en el que he querido representar a una mujer que se deja absorber completamente. Est¨¢ sola, es cierto, pero lo que la caracteriza, lo que mejor la define, es que es incre¨ªblemente porosa. No creo que la persona que escribe un texto sea mejor juez que la que lo lee. Esos contrastes a los que usted se refiere, ?c¨®mo explicarlos? Creo que nuestra inserci¨®n en la naturaleza es m¨¢s importante, m¨¢s determinante que el lenguaje a la hora de dar forma a lo que somos. Claire tiene una excepcional habilidad para las lenguas, habla quince, diecis¨¦is, m¨¢s incluso, pero aquello que tiene que comunicar a trav¨¦s de ellas es menos aut¨¦ntico que lo que experimenta ante el paisaje. Tiene necesidad de estar sola para no hablar, para entrar en una relaci¨®n profunda con la naturaleza. No estoy seguro de que el lenguaje que sirve para comunicar sea m¨¢s profundo que esa relaci¨®n con el paisaje.
P. Es posible observar otro contraste entre la psicolog¨ªa sutil de los personajes y la brutalidad de las cosas que suceden en el mundo que les rodea. Incendios, suicidios, accidentes.
R. Habr¨¢ personas con suerte en cuya vida no suceda nada parecido. Pero, por desgracia, las cosas as¨ª son frecuentes. La diferencia con lo que he escrito hasta ahora es que los personajes de Las solidaridades misteriosas mantienen buena relaci¨®n entre ellos. Y en cuanto a lo que sucede a su alrededor, creo que son hechos que se producen en la vida real, y que no siempre se pueden resolver de manera f¨¢cil. Se trata de historias de pueblo, personas que, por ejemplo, se proponen matar al gato del vecino. Incluso historias m¨¢s desgraciadas.
P. Algunas de las que aparecen en su novela son tragedias.
R. Son hechos violentos, son hechos desagradables. Pertenezco a una familia de m¨²sicos, y durante mucho tiempo conserv¨¦ instrumentos usados por varias generaciones de mis antepasados. Cuando me los robaron, tuve razones m¨¢s que suficientes para desesperarme. Pero no lo hice.
P. Se lo pregunto de otra manera. Parece que los estados de ¨¢nimo de sus personajes no guardaran relaci¨®n con lo que sucede a su alrededor.
R. Quiz¨¢ sea dif¨ªcil entender para los m¨¢s j¨®venes lo que voy a decirle, pero es cierto. Quienes nacieron despu¨¦s de la guerra y no conocieron en primera persona sus desastres no tendr¨ªan razones para padecer las angustias de quienes s¨ª los vivieron. Y, sin embargo, se apoder¨® de ellos un duelo inexplicable, como si los hechos y la manera de sentirlos no estuvieran sincronizados. He hecho psicoan¨¢lisis durante muchos a?os, pero no s¨¦ c¨®mo explicarlo. Quienes nacimos despu¨¦s de la guerra vivimos nuestra infancia entre ruinas, y no es normal vivir la infancia entre ruinas. Tengo una enorme necesidad del pasado para constituirme un territorio, porque comenc¨¦ con el pasado. Ya de ni?o lo pensaba.
P. Una especie de duelo retardado.
R. Todo lo que escribo tiene que ver con eso. Se pierde a la mujer a la que m¨¢s se ha amado y no se siente nada. Siete a?os despu¨¦s, nos sentamos y comenzamos a llorar. No creo que los efectos psicol¨®gicos sean directos, inmediatos.
P. En Las solidaridades misteriosas, solo se conoce hacia el final lo que pas¨® con la familia de Paul y Claire.
R. Creo que es algo que no solo les sucede a ellos. En su vida, como en la m¨ªa, nuestros padres y nuestros abuelos nos mienten hasta el ¨²ltimo momento. De la vida de nuestros antepasados no conocemos nada. Se nos cuentan historias por nuestro bien; historias conformes a las buenas costumbres, a la moral. Al final, siempre hay algo trascendental que permanece oculto.
P. Es frecuente que los hijos tengan dificultad para imaginar a sus padres en las mismas situaciones que ellos viven.
R. Son escenas y situaciones que se nos escapan porque somos concebidos despu¨¦s, y en esa concepci¨®n hay azar y hay retraso. La escena de la que surgimos, por ejemplo. Jam¨¢s podremos tener la visi¨®n del cuerpo del que somos fruto. Es triste pero tambi¨¦n extraordinario. Creo que las pinturas m¨¢s bellas surgen de esta imagen imposible. Y los libros, tambi¨¦n. Quiz¨¢ todas las artes.
P. Las referencias a la actualidad son numerosas en su novela. No se trata tanto de fechas, que tambi¨¦n aparecen, como de la crisis econ¨®mica o los esc¨¢ndalos de la Iglesia. Y aqu¨ª un nuevo contraste: la relaci¨®n entre un broker y un sacerdote.
R. Es cierto. El contraste es muy fuerte. Pero no lo planifiqu¨¦. Si Paul, el personaje que se dedica a las finanzas, no hubiera tenido miedo del peligro que acechaba no lo habr¨ªa abandonado todo. Tengo amigos en el mundo de las finanzas que estaban asustados antes de que estallara la crisis.
P. Pero es el sacerdote quien provoca la decisi¨®n de Paul.
R. No puedo ocultar que de vez en cuando, cuando veo las iglesias cerradas por temor a los robos o por cualquier otra raz¨®n, me acuerdo de los tiempos en los que uno pod¨ªa entrar libremente y recogerse. Cada vez m¨¢s, me gusta volver a esas iglesias y reencontrar el silencio, incluso el olor, que recuerda un poco al de los bosques. Por descontado, me molesta el poder de la Iglesia, pero siento una contradicci¨®n profunda y real, una especie de culpabilidad, no con respecto a Dios, sino hacia el hecho de que esas iglesias no sigan siendo un lugar sagrado. No s¨¦ si llego a explicarme.
P. En su novela, aparece un obispo que no es intransigente. Se contenta con que los pecadores sean discretos.
R. No s¨¦ si recuerda que, en Rojo y negro, Stendhal describe a Julien Sorel como alguien que no tiene una fe demasiado s¨®lida. En realidad, ning¨²n personaje la tiene. Lo que existe es una especie de condescendencia.
P. En su relaci¨®n con esas iglesias parece haber nostalgia.
R. Claro que la hay. La nostalgia se encuentra en todo lo que he escrito. La sociedad puede confiscar nuestra vida privada y, sin embargo, deber¨ªamos mantener un secreto absoluto acerca de ella. Ser absolutamente discretos. No lo digo en el sentido de que debamos abstenernos. Al contrario, es necesario hacer y, adem¨¢s, ser discretos. Porque pienso que hay un objetivo pol¨ªtico en destruir el secreto individual por parte de una sociedad dominadora. Defiendo el secreto individual.
P. Defiende, seg¨²n entiendo, una frontera radical entre lo p¨²blico y lo privado.
R. El cristianismo sab¨ªa trazar esa frontera. Nuestra sociedad, no. En eso consist¨ªa el buen cristianismo: sed discretos, no expong¨¢is vuestros secretos en p¨²blico.
P. ?Cu¨¢les son los mecanismos a trav¨¦s de los cuales la sociedad dominadora interfiere en el secreto individual?
R. Muchos, los abogados, los polic¨ªas, la seguridad social, la educaci¨®n. Claro que los avances en sanidad y educaci¨®n son extraordinarios, pero no hay que olvidar que el conocimiento que el Estado llega a adquirir de los individuos a trav¨¦s de esos avances equivale a haberle entregado nuestro ser.
P. ?Y el sensacionalismo, la prensa rosa, el espect¨¢culo?
R. En ese terreno las cosas no han cambiado mucho. Desde Suetonio siempre se ha tenido acceso a todas esas historias de la gente poderosa. No, no es eso. El problema para m¨ª es entregar el alma al Estado, eso es lo que encuentro condenable.
P. Pero, ?cu¨¢l ser¨ªa la alternativa?
¡°Arranqu¨¦ los cables para que dejaran de sonar los timbres. La vida es breve y dediqu¨¦ mucho tiempo, demasiado, a luchar contra mi deseo de soledad¡±
R. Estoy contento de haber tenido las responsabilidades profesionales que tuve, en la m¨²sica y en la edici¨®n. Pero tambi¨¦n estoy contento de haberlo dejado radicalmente hace a?os. Arranqu¨¦ los cables para que dejaran de sonar los timbres. Y es que nuestra manera de vivir, como la manera de sentir de Claire o de Paul, tampoco est¨¢ sincronizada con lo que pasa alrededor. El Estado absoluto est¨¢ muerto, la naci¨®n absoluta, tambi¨¦n. Es verdad que se puede contemplar desde un ¨¢ngulo distinto: menos mal que el Estado como lo hab¨ªa pensado Hegel, ese Estado total, ha desaparecido, porque era otra locura.
P. ?Por qu¨¦ dimiti¨® de la direcci¨®n del festival de m¨²sica de Versalles y de su puesto en la editorial Gallimard?
R. Si acept¨¦ esas responsabilidades fue para demostrarme a m¨ª mismo que pod¨ªa asumir el contrato social, estar y tratar con gente. Lo hice con la m¨²sica en el festival de Versalles y lo hice tambi¨¦n en el mundo de la edici¨®n. La vida es breve y, en mi caso, dediqu¨¦ mucho tiempo, demasiado, a luchar contra mi deseo de soledad. Pens¨¦ que ya hab¨ªa sacrificado bastante a la vida social. Con un sufrimiento a?adido, adem¨¢s.
P. ?Un sufrimiento a?adido?
R. El de tener que emitir juicios constantemente. Siempre trat¨¦ de hacerlos con total honestidad intelectual. Pero eso no imped¨ªa que me preguntase: en realidad, ?qui¨¦n est¨¢ hablando a trav¨¦s de m¨ª cuando yo digo que algo est¨¢ bien o que algo est¨¢ mal? No es seguro que al tomar la decisi¨®n de abandonar se deje el sitio a otros que sean mejores; aunque fuera as¨ª, consolarse con esa idea no hace que nuestros juicios est¨¦n mejor fundados. Imag¨ªnese, ahora puedo leer sin necesidad de juzgar si los libros est¨¢n bien o est¨¢n mal.
P. En Las solidaridades misteriosas tambi¨¦n se relata una huida de la vida social, la de Claire y Paul. Y en ambos casos sus amores no son, por as¨ª decir, convencionales.
R. La novela trata de desentra?ar el lazo que une a esos dos hermanos, no tanto analizar sus amores respectivos. En el caso de Claire y su historia de infancia, ella no soporta la idea del adulterio. Como ¨¦l no quiere elegir, Claire le ama pero intentando en todo momento no interponerse. En el caso de Paul, no es un amor que busque la transgresi¨®n.
P. Pero no solo hay amor hacia las personas en su novela.
R. Cada uno de nosotros comienza su vida en un lugar, y ese lugar es importante. Existe una dependencia con respecto a todo lo que conocemos en los primeros momentos, los campos, los olores, la m¨²sica. Existen, por otro lado, los flechazos, y el psicoan¨¢lisis vendr¨¢ a decir que son como cortocircuitos, y que esos cortocircuitos se pueden producir con personas que no nos convienen. Por mi parte, pienso que tambi¨¦n se pueden producir flechazos con los lugares. Ser¨¢n historias de amor dudosas. Inhabituales, si se quiere. Pero pueden ocurrir, y despertar una pasi¨®n m¨¢s profunda que la que provocan los seres humanos. Es un amor de absorci¨®n, como el que siente Claire por el lugar donde pas¨® su infancia.
P. Es cierto que en Las solidaridades misteriosas se describen minuciosamente los paisajes, los ruidos, los olores.
R. He disfrutado escribi¨¦ndola. Mis novelas no son abstractas, la naturaleza est¨¢ muy presente. Las de otros autores contempor¨¢neos lo son m¨¢s. No hace mucho particip¨¦ en un programa de radio con Patrick Modiano y Jean Echenoz. Aprecio enormemente tanto el trabajo de uno como el del otro, pero considero que son m¨¢s abstractos que yo. Sus novelas me parecen extraordinarias, pero la naturaleza no est¨¢ presente.
P. En distintas ocasiones ha se?alado que su pasi¨®n por la m¨²sica le ha servido para componer sus novelas.
R. Hace tiempo que para tocar el piano solo conservo aquellos fragmentos de las partituras que m¨¢s me gustan, ya sean correspondientes a un instrumento o a partes de la melod¨ªa. Esos fragmentos componen para m¨ª una especie de sonata. Interpretarlos me produce un efecto hipn¨®tico, como alguien que saltara de piedra en piedra. De alg¨²n modo, Las solidaridades misteriosas est¨¢ compuesta as¨ª. Pero cada nueva novela me permite ingresar en territorios nuevos. En este caso, es ese amor de absorci¨®n por un lugar. No es un amor que se descubra ni se manifieste a trav¨¦s del lenguaje, sino a trav¨¦s de la sensualidad.
Las solidaridades misteriosas. Pascal Quignard. Traducci¨®n de Ignacio Vidal-Folch. Galaxia Gutenberg / C¨ªrculo de Lectores. Barcelona, 2012. 208 p¨¢ginas. 17 euros (electr¨®nico: 11,99).
Les d¨¦sar?onn¨¦s. Volumen VII de Dernier royaume. P. Quignard. Grasset, 2012.
Sigiloso Goncourt
Organista y estudioso de la m¨²sica cl¨¢sica, Pascal Quignard estudi¨® filosof¨ªa con Emmanuel L¨¦vinas, Jean-Fran?ois Lyotard y Paul Ricoeur. Su novela Carus obtuvo en 1979 el Premio de la Cr¨ªtica francesa. En 1991 Alain Corneau llev¨® al cine su obra Todas las ma?anas del mundo, protagonizada por G¨¦rard Depardieu y con banda sonora de Jordi Savall. Cuatro a?os m¨¢s tarde abandon¨® el trabajo como editor en Gallimard y como director del Festival de ?pera Barroca de Versalles. En 2002 obtuvo el Premio Goncourt por Las sombras errantes, primera entrega del ciclo Dernier royaume.
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