Hora de abandonar

Cuando una saga cinematogr¨¢fica necesita en los primeros minutos de metraje de su nueva criatura hacer un resumen de lo acontecido en las pel¨ªculas que la preceden es que ha llegado el momento de abandonar. Sobre todo si, llegado un punto de la explicaci¨®n (que el ne¨®fito, el olvidadizo, el despistado y el profesional carente de inter¨¦s en el producto pueden llegar a agradecer), todo empieza a sonar reiterativo, farragoso y hasta arbitrario. Si eso ocurre en cuatro minutos de aclaraci¨®n, qu¨¦ no pasar¨¢ en los 90 restantes. Es lo que sobreviene en Resident evil: venganza, quinta entrega de la serie inspirada en el videojuego hom¨®nimo, de nuevo con Paul W. S. Anderson al mando, que solo se salva del desastre narrativo por un tri¨¢ngulo de cuestiones al margen de su engranaje central: las infinitas posibilidades del croma (ya saben, esa pantalla verde sobre la que se inserta cualquier imagen creada por ordenador que pueda acompa?ar al personaje), una festiva utilizaci¨®n de las tres dimensiones, y una informaci¨®n puntual sobre compraventa de virus entre pa¨ªses para su inoculaci¨®n en el Estado enemigo, comandada por una corporaci¨®n que, para m¨¢s inri, proporciona el producto a ambos pa¨ªses al mismo tiempo.

Lo sorprendente es que la pel¨ªcula arranca con gran potencia visual (una vuelta de tuerca a la escena final de la cuarta entrega, vista a c¨¢mara lenta y con la acci¨®n en retroceso) y se cierra con una imagen impactante, que nos guardaremos en desvelar. El problema es que la primera secuencia, junto a los cr¨¦ditos, dura unos tres minutos, y el ¨²ltimo plano, unos 20 segundos.

El resto es una nueva demostraci¨®n de que el cine de acci¨®n se est¨¢ convirtiendo en una simple suma de set pieces, esas secuencias de lucha o persecuci¨®n, coreografiadas hasta el detalle y supuestamente espectaculares, que ejercen en el g¨¦nero el mismo poder que los polvos en las pel¨ªculas pornogr¨¢ficas: lo de en medio da igual, solo importan los presuntos momentos cumbre.