?ltimas puntadas de una fabulosa tejedora
En sus ¨²ltimos a?os de vida, Louise Bourgeois remat¨® las costuras de una obra descarnada La muestra que se abre en Madrid se centra en este periodo En sus obsesiones y en la manera en que afront¨® lo m¨¢s doloroso de ser mujer
En aquellos a?os gobernados por neones, los a?os en los que la escena art¨ªstica neoyorquina estaba secuestrada por del minimalismo ¡ªarte masculino por excelencia, la m¨¢s implacable de las vanguardias¡ª, algunas mujeres trataban de reformular el mundo apelando a materiales sensuales, pr¨®ximos a otras formas de acercarse al acontecimiento. Era el camino elegido por Linda Benglis, Eva Hesse o Louise Bourgeois, quien, desde los trabajos elegantes, evanescentes, casi pr¨®ximos al Giacometti de finales de los a?os cuarenta, llegaba a mediados de los sesenta con unas esculturas org¨¢nicas, mont¨ªculos conformados por partes connotadas de cuerpos humanos, fragmentos antit¨¦ticos y reunidos que ser¨ªan, ya para siempre, el leitmotiv en el trabajo de la artista, a cada paso cosiendo y recosiendo lo hecho a?icos.
Aunque quiz¨¢ sea cierto a medias que en esos primeros a?os sus esculturas andaban tras lo inacabado de Giacometti, pese a haber le¨ªdo Louise Bourgeois a Jean-Paul Sartre y pese a decir a veces que era m¨¢s existencialista que seguidora del psicoan¨¢lisis. Ambos, Giacometti y el fil¨®sofo, manten¨ªan en los a?os cuarenta una relaci¨®n pr¨®xima y el t¨ªtulo de una de las obras cl¨¢sicas del segundo, El ser y la nada, parece ajustarse a la impresi¨®n que causan las esculturas del primero, presencia contundente y al tiempo desaparici¨®n en la b¨²squeda de lo esencial. Precisamente aqu¨ª radica la gran diferencia con Louise Bourgeois, nacida en Francia y frustrada estudiante de matem¨¢ticas hasta que se decide por el arte, cuando se miran sus primeras obras con atenci¨®n. En ellas est¨¢n presentes, si bien de forma esquem¨¢tica y un poco abstractizante, algunos de esos s¨ªmbolos que van a constituir su universo futuro: la casa, el cuerpo, la memoria, el abandono de la memoria, los elementos autobiogr¨¢ficos.
Por eso, cuando la joven Louise sale dando un portazo de la casa familiar y llega al que va a ser su hogar desde entonces, Nueva York, arrastra consigo sus recuerdos, ¡°sus documentos¡±, los llama. Igual que la protagonista de La n¨¢usea de Sartre, en la salida acarrea un ba¨²l pesado repleto de cosas ¡ª¨¢lbumes de fotos, los objetos de la casa del padre¡ª para reconstruir los cuartos como se rememoran cuando apremia la nostalgia. Porque si se opta por vivir en el exilio es imprescindible preservar la noci¨®n de la casa o su rastro al menos, su huella, incluso como fractura e imposibilidad ¨²ltima de regreso. En este conflicto, en esta paradoja que impregna la obra de Bourgeois, radica su fuerza ¨²ltima. Los temas se complementan y se tachan ¡ªmasculino/femenino, olvidar/recordar¡ª y conforman un universo ¨²nico, el de esta artista, autora de esculturas contundentes ¡ªsus muy conocidas ara?as¡ª y dibujos inesperados y soberbios, solo en apariencia fr¨¢giles, como los que se exponen en esta muestra en su mayor¨ªa por primera vez aqu¨ª, igual que la mayor parte de las piezas presentadas.
Y, pese a todo, qui¨¦n sabe si por el poder inmenso del mencionado minimalismo en la escena internacional, el talento de Louise Bourgeois ser¨ªa durante tiempo casi desconocido para la mayor¨ªa. Sin embargo, algunos iniciados y ciertos cr¨ªticos como Lucy Lippard, siempre interesada por el arte de mujeres, se sent¨ªan pronto atrapados por esas formas an¨®malas, diferentes, especiales. ¡°Es dif¨ªcil encontrar un marco lo suficientemente fresco para incorporar la escultura de Louise Bourgeois¡±, escrib¨ªa Lippard en Art forum a mediados de los setenta.
Nada m¨¢s cierto. Artista dif¨ªcilmente clasificable incluso hoy ¡ªy menos a¨²n desde los par¨¢metros al uso en la d¨¦cada de los setenta¡ª, llegaba hasta los a?os ochenta ignorada por casi todos para convertirse, de repente, en una especie de ¡°hero¨ªna posmoderna¡±, t¨¦rmino sobreutilizado y hasta cierto punto banal que en aquel momento resum¨ªa un sue?o: repensar la vida completa. De hecho, en Louise Bourgeois se reun¨ªan casi todos los traumas del sujeto a pedazos y los conflictos en torno a la construcci¨®n de la identidad que esa ¨¦poca, fascinada por el final del Gran Relato y el tambaleamiento de la mirada ¨²nica y jerarquizada, necesitaba en su construcci¨®n de las nuevas formas art¨ªsticas y narrativas. Entonces el discurso hegem¨®nico ¡ªen especial el masculino¡ª era puesto en tela de juicio; eran a?os sometidos a los vaivenes de la teor¨ªa y a la reescritura de las autobiograf¨ªas gobernadas por el psicoan¨¢lisis en los cuales las propuestas de Bourgeois encajaban muy bien.
Aunque Bourgeois, nacida en 1911, era a primeros de los ochenta una mujer mayor, una artista con una obra potente a sus espaldas, casi una ancianita traviesa que conservaba, no obstante, la fuerza de los creadores genuinos, los que no le tienen miedo a un espejo que devuelve descarado la imagen de uno mismo, distorsionada como suele ser la propia imagen. Quiz¨¢s por eso cuando el fot¨®grafo Robert Mapplethorpe decide retratarla en una imagen m¨ªtica, lo hace mostrando a la artista abrazada a un falo gigantesco que, tan cerca del cuerpo fr¨¢gil de la de ojos sagaces y sonrisa un poco melanc¨®lica, se vuelve extra?amente inofensivo,ir¨®nico, juego¡ ¡ªotra vulnerabilidad m¨¢s entre las muchas que cultiva Louise Bourgeois.
Trata de crear estructuras que cobijen y planteen la ilusi¨®n de no ser visto, aunque al final todo ocurre en un espacio autodesvelado
Entonces hace ya tanto que ha salido de la casa del padre y se ha trasladado a Nueva York, dejando atr¨¢s los recuerdos, algunos terribles como la traici¨®n del padre y su amante institutriz que Louise descubre siendo ni?a. En esa ¨¦poca infantil comienza a dibujar, colabora en la empresa de la familia, dedicada a la restauraci¨®n de tapices y a partir del negocio familiar empieza a reflexionar sobre uno de los puntos b¨¢sicos para su relato: la aguja como sutura, curaci¨®n. ¡°Siempre he sentido una enorme fascinaci¨®n por la aguja, por el poder m¨¢gico de la aguja. La aguja se utiliza para reparar el da?o. Es una petici¨®n de perd¨®n. Nunca es agresiva, no es un alfiler¡±, dice Bourgeois.
Si la escalera que a menudo no lleva a ninguna parte simboliza la casa ¡ªlugar de la habitabilidad y de la memoria, la infancia y el destierro de la memoria¡ª, la ara?a ¡ªotro s¨ªmbolo clave¡ª reenv¨ªa al nuevo orden que se va tejiendo mientras se cose. La ara?a produce un territorio seguro, otra suerte de hogar al cual nadie tiene acceso, separado del mundo exterior y protegido de ¨¦l: mantener a los intrusos a raya. Por eso las ara?as tienen algo de aguja que repara los da?os y recompone el mundo y, para Bourgeois, representan a la madre, la casa por antonomasia, la que protege y mantiene alejados a los merodeadores indiscretos. Como la ara?a, como la aguja, Bourgeois tambi¨¦n recose las partes y las obliga a convivir en alusiones nuevas. ¡°Muchas personas est¨¢n tan obsesionadas por su pasado que acaban muri¨¦ndose por ello¡±, escribe en 1994. Esta es la actitud del poeta que nunca encuentra su para¨ªso perdido y tambi¨¦n la del artista que trabaja por una raz¨®n que nadie logra entender. Ambos, a su modo, tan solo intentan reconstruir algo de su pasado.
Quiz¨¢ en ninguna obra como en sus celdas se hace manifiesta la necesidad de querer explicar lo que fue. Se trata de crear estructuras de cobijen y planteen la ilusi¨®n de no ser visto ¡ªaunque al final todo ocurre en un espacio autodesvelado¡ª. Son los lugares de la taxonom¨ªa de la memoria donde cuerpos y objetos se acumulan y se ordena el caos. Por eso habla de celdas, a medio camino entre convento y c¨¢rcel, escondite y lugar de recogimiento donde Bourgeois concentra los miedos y los dolores que a cada paso acechan.
Pero no hay que abandonarse a la nostalgia ¡ªBourgeois la llama ¡°improductiva¡±¡ª. Hay que trabajar, como dice el T¨ªo Vania de Chejov. Hay que dibujar incansable y reflexionar sobre el cuerpo femenino y los miedos y ordenar los miedos. Mantenerlos a raya. Hay que coser cada pieza a mano, personalmente, porque coser forma parte de una terapia para ocupar al miedo ¡ªuna especie de exorcismo m¨¢s bien, dice la artista¡ª. Se trata casi de restaurar el mundo propio ¡ªcomo se hac¨ªa con los bellos tapices antiguos en el taller familiar¡ª en un maravilloso proyecto autobiogr¨¢fico que Louise Bourgeois propone adelant¨¢ndose a la ruptura misma del sujeto ¡°posmoderno¡±; tambaleando ese arte masculino por excelencia del siglo XX, el minimalismo, que, pese al ¨¦xito entre los seguidores del discurso hegem¨®nico, hac¨ªa aguas desde la aguja de una artista como Louise Bourgeois, tal vez porque lo que ¡°se ve no es ¡ªnunca¡ª lo que se ve¡±, como dec¨ªa la c¨¦lebre frase asociada al minimal. Lo que se ve mucho m¨¢s y las piezas de Bourgeois lo hacen patente.
HONNI soit QUI mal y pense.
Louise Bourgeois. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Del 19 de octubre al 13 de enero de 2013.
Babelia
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