Espectros fotogr¨¢ficos
La pintura, la escultura o el dibujo carecen del grado de realidad inmediata que s¨®lo da la fotograf¨ªa
Sobre un pat¨ªbulo muy elevado, que no da ninguna impresi¨®n de solidez, se alinean los condenados a muerte que en unos pocos minutos colgar¨¢n de la horca, as¨ª como un grupo numeroso de personas, civiles y militares, tantos que ocupan por entero la plataforma tan estrecha. El pat¨ªbulo est¨¢ levantado en lo que parece el patio de un cuartel, o una c¨¢rcel, delante de un murall¨®n sobre el que montan guardia unos soldados, tambi¨¦n a mucha altura. Parecen soldados de servicio pero tambi¨¦n espectadores de la inminente ejecuci¨®n. La imagen est¨¢ tomada desde lejos, como desde lo alto de otro de los muros del cuartel, y las figuras son muy peque?as, de modo que en el pat¨ªbulo no se distinguen los condenados de sus verdugos o sus vigilantes. Un detalle pasar¨ªa inadvertido si no se nos llamara la atenci¨®n sobre ¨¦l: la figura en el extremo izquierdo del pat¨ªbulo se tapa la cabeza con un gran paraguas negro. Hay un peque?o grupo de espectadores o curiosos observando desde abajo, que deber¨¢ levantar mucho las cabezas para ver la ejecuci¨®n.
S¨®lo la fotograf¨ªa alumbra el pasado. Establece una frontera visual equivalente a la frontera sonora de las grabaciones
En la luz cegadora del d¨ªa resaltan m¨¢s las figuras negras, los sombreros blancos de verano, el c¨ªrculo bru?ido del paraguas, que est¨¢n para proteger del sol. Es el 7 de julio de 1865, y en Washington hace ese calor h¨²medo de asfixia de los veranos en la costa este. Esa figura del condenado precavido que se protege de una posible insolaci¨®n antes de colgar de una horca es la se?ora Mary Surratt, que tom¨® parte en la conspiraci¨®n para asesinar al presidente Lincoln unos meses antes, y va a ser la primera mujer ejecutada por el Gobierno federal. En una foto tomada unos minutos despu¨¦s parece que vemos el descampado de un ferial en el que ya no queda p¨²blico y han empezado a desmontarse deprisa las atracciones. En el parapeto quedan dos o tres soldados nada m¨¢s, espectadores aburridos que no acaban de irse. En la plataforma del pat¨ªbulo no hay nadie. Los cuatro ahorcados cuelgan debajo de ella, las cabezas cubiertas con capuchas blancas. Se ve que a la mujer le ataron las faldas un poco m¨¢s arriba de las rodillas, sin duda para que no se le levantaran indecorosamente en la ca¨ªda.
S¨®lo la fotograf¨ªa alumbra de verdad el pasado. La fotograf¨ªa establece una frontera visual equivalente a la frontera sonora de las grabaciones m¨¢s antiguas, incluso las m¨¢s imperfectas. M¨¢s all¨¢ de esas primeras voces registradas, de esos sonidos chirriantes de m¨²sica, se extiende un gran silencio en el que yacen sin remisi¨®n todas las voces, todas las m¨²sicas que sonaron en el mundo. M¨¢s all¨¢ de los primeros daguerrotipos, est¨¢n las presencias de la pintura, de la escultura o el dibujo, pero por muy naturalistas que sean sabemos que carecen de ese grado de realidad inmediata y tajante que s¨®lo da la fotograf¨ªa. Cosas definitivas que sabemos de Baudelaire o de Allan Poe nos ser¨ªan inaccesibles si no tuvi¨¦ramos presentes sus retratos fotogr¨¢ficos. Courbet, que era un gran pintor y un gran narcisista, se hizo muchos autorretratos, pero s¨®lo cuando lo vemos fotografiado tenemos la sensaci¨®n de encontrarnos de verdad frente a ¨¦l, en la imperfecci¨®n y la fragilidad del presente.
En cualquier libro de historia leemos los pormenores de la ejecuci¨®n de los conspiradores contra Lincoln (el soldado que estaba justo al lado de Mary Surratt acaba de vomitar, por el calor y los nervios). Pero son esas dos fotos de Alexander Gardner las que nos permiten casi tocar la textura de aquel d¨ªa preciso, lo impremeditado y confuso de la realidad, ese patio carcelario de tierra est¨¦ril y hierbajos secos, ese barullo de gente que no se sabe muy bien lo que hace, ese soldado en el parapeto que se apoya con pereza o tedio en lo que parece una barandilla, aburrido quiz¨¢s de que duren tanto los preliminares.
Por primera vez en todas las guerras de la historia, aqu¨ª se ven las caras de los pobres sin nombre que combaten y mueren
Las fotos est¨¢n casi al final de una exposici¨®n abrumadora en el Metropolitan, Photography and the American Civil War; abrumadora por el n¨²mero de im¨¢genes y por la cruda fuerza descarnada de muchas de ellas: fotos de generales arrogantes y de soldados casi siempre an¨®nimos de los dos bandos, fotos de muertos conocidos y desconocidos, de ni?os soldados con cara de susto que no se sabe si de lo que tienen miedo es de la inminencia de la batalla o del objetivo de la c¨¢mara aparatosa plantada delante de ellos, fotos de probables viudas que sostienen sobre las faldas abullonadas fotograf¨ªas enmarcadas de hombres de uniforme, fotos de campos de batalla sembrados de cad¨¢veres y de desperdicios ¡ªa los muertos humanos se les hincha el vientre igual que a los caballos¡ª, fotos de llanuras en calma en las que muy poco tiempo atr¨¢s sucedi¨® una batalla con decenas de millares de muertos, fotos de ciudades arrasadas, de soldados sin brazos o sin piernas, de montones de brazos y piernas amputados, de cirujanos con sierras en la mano y mandilones negros de sangre.
Por primera vez en todas las guerras de la historia, aqu¨ª se ven las caras de los pobres sin nombre que combaten y mueren en ellas. Muy j¨®venes, casi siempre, flacos, con p¨®mulos muy marcados, con la piel quemada por la intemperie, con miradas que se quedan tan fijas en nosotros como en la lente de la c¨¢mara. Los uniformes les est¨¢n muy grandes, o muy peque?os, y suelen ser viejos y descabalados. Algunos posan de cuerpo entero, muy derechos, con tosca apostura marcial, verticales como el mosquet¨®n con una bayoneta que muchas veces es m¨¢s alto que ellos. Otros se recrean exhibiendo las armas variadas que llevan, el mosquet¨®n terciado, una pistola sujeta de cualquier manera bajo el cintur¨®n, un cuchillo de caza. Abundan las caras como de forajidos, como de desertores o n¨¢ufragos. Por primera vez la fotograf¨ªa ocupaba un lugar decisivo en las vidas cotidianas: una aliada de la memoria, una posible reliquia, un conjuro para la supervivencia. Antes de irse a la guerra un recluta se hac¨ªa una foto vestido con el uniforme y el simulacro exacto de su cara quedaba en las habitaciones familiares a las que tal vez no volver¨ªa. Cuando miramos una de esas caras y no hay ninguna informaci¨®n sobre su identidad, sus ojos ausentes o fijos en los nuestros nos estremecen con una sugesti¨®n de fantasmag¨®rica orfandad. Pero no es menor la extra?eza de mirar una de esas caras y leer el nombre que le corresponde, la edad, el origen, hasta incluso la fecha y las circunstancias de la muerte. El soldado Thomas Gaston, alistado a los 16 a?os, es flaco, probablemente larguirucho, lleva la gorra con la visera muy levantada sobre la frente, tiene los ojos muy claros y cara de congoja. Lo pusieron a tocar el tambor y a los pocos meses hab¨ªa muerto de neumon¨ªa.
La imaginaci¨®n, la capacidad humana para la empat¨ªa, son muy limitadas. Porque sucedi¨® hace siglo y medio, esa guerra de cuatro a?os en la que hubo setecientos cincuenta mil muertos no parece tan grave. Extinguidos desde hace mucho los ¨²ltimos testigos, la escala de su crueldad y su espanto s¨®lo la preserva la fotograf¨ªa.
Photography and the American Civil War. Metropolitan Museum. Nueva York. Hasta el 2 de septiembre.
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