Traves¨ªa a la Ant¨¢rtida
La Ant¨¢rtida es el ¨²nico lugar en el que todav¨ªa se puede experimentar la sensaci¨®n de l¨ªmite Algunos sue?os se cumplen y resultan ser mucho mejores que las promesas de la imaginaci¨®n
Uno imagina con igual viveza libros que probablemente no va a escribir y viajes que no llegar¨¢ a hacer nunca. Leyendo libros y viendo documentales yo me imagino un viaje en uno de los buques cient¨ªficos que van a la Ant¨¢rtida y tambi¨¦n un libro en el que relatar¨ªa ese viaje; o mejor todav¨ªa una novela, la novela de alguien a quien las lecturas infantiles le despertaron una vocaci¨®n cient¨ªfica y no literaria, alguien que ley¨® Las aventuras de Arthur Gordon Pynn de Poe y la continuaci¨®n algo esp¨²rea de Julio Verne, La esfinge de los hielos, y que aprendi¨® a trazar en el azul de los atlas las traves¨ªas australes de navegantes reales y navegantes inventados, el capit¨¢n Cook y el Lord Glenarvan que buscaba el rastro del capit¨¢n Grant, y la localizaci¨®n exacta de la Isla Misteriosa en el Pac¨ªfico Sur.
La palabra Ant¨¢rtida es el nombre m¨¢s resplandeciente de la geograf¨ªa. Un viaje a la Ant¨¢rtida sigue teniendo algo de viaje mitol¨®gico, no s¨®lo por la distancia y la inaccesibilidad y los peligros de un mar sembrado de grandes icebergs, sino por el sonido mismo de la palabra. La Ant¨¢rtida suena casi como La Il¨ªada o la Eneida, como La Argon¨¢utica, y en esas vocales y consonantes parece que ya est¨¢n contenidas las aristas del hielo y las inmensidades blancas del ¨²nico continente todav¨ªa no desfigurado sin remedio por la invasi¨®n humana.
Sedentario y medroso, yo imagino c¨®mo ser¨¢ viajar en un buque cient¨ªfico y observar la proximidad de la Ant¨¢rtida
En febrero de 1774, cuando se dio cuenta de que ya no pod¨ªa seguir avanzando m¨¢s hacia el sur, porque las velas de su nav¨ªo estaban r¨ªgidas de hielo, los marineros muertos de fr¨ªo, el mar lleno de grandes t¨¦mpanos amenazadores, el capit¨¢n Cook se consolaba escribiendo en su diario que hab¨ªa llegado no s¨®lo m¨¢s lejos que ning¨²n otro hombre antes que ¨¦l, sino todo lo lejos a lo que un hombre pod¨ªa llegar. La Ant¨¢rtida es sin duda el ¨²nico lugar del mundo en el que alguien puede experimentar todav¨ªa la sensaci¨®n de l¨ªmite y de abismo que tuvieron los miembros de la tripulaci¨®n del capit¨¢n Cook al divisar entre la bruma las murallas verticales del hielo austral. Sedentario y medroso, yo imagino c¨®mo ser¨¢ viajar durante semanas en un buque cient¨ªfico y observar cada d¨ªa los signos de la proximidad de la Ant¨¢rtida, el vuelo de los formidables p¨¢jaros marinos, la aparici¨®n del primer iceberg.
Por eso me fui directo, en una librer¨ªa donde buscaba otra cosa, hacia una portada austera en la que no hab¨ªa nada m¨¢s que un t¨ªtulo inapelable, Un viaje a la Ant¨¢rtida. Lo ha publicado Tusquets, en la colecci¨®n de temas cient¨ªficos que dirige Jorge Wagensberg, y su autor es alguien que se parece mucho a ese personaje que yo imagino para una novela ant¨¢rtica: Sergio Rossi, un bi¨®logo de Barcelona al que le despertaron de ni?o las fantas¨ªas de descubrimientos no las novelas de Verne sino los documentales del comandante Cousteau. La realidad contiene en s¨ª misma el fulgor de los s¨ªmbolos. Entre los concursos y los anuncios y las tonter¨ªas habituales de una televisi¨®n que ya es en color, las aventuras semanales de la nave Calypso en su traves¨ªa perpetua por los oc¨¦anos tienen la belleza de las navegaciones mitol¨®gicas y de las aventuras en busca de tesoros. En La Odisea, Calypso es la ninfa que acoge al n¨¢ufrago Ulises en su isla y se enamora tan ciegamente de ¨¦l que le ofrece la inmortalidad si elige quedarse para siempre con ella. Yo ya era un adulto en la ¨¦poca en que Sergio Rossi ve¨ªa en televisi¨®n los programas del comandante Cousteau, pero puedo imaginar su entusiasmo de ni?o, alimentado no s¨®lo por las im¨¢genes del mundo submarino, por la belleza real del buque con las velas al viento y las tareas en¨¦rgicas de los marineros y los investigadores, sino por algo mucho m¨¢s antiguo, el gran arquetipo narrativo del viaje por mar, el de Ulises y el de los Argonautas, el del marino Simbad, el de la Hispaniola de Stevenson y el Pequod de Melville.
Algunos sue?os se cumplen y resultan ser mucho mejores que las promesas de la imaginaci¨®n. Sergio Rossi se especializ¨® en biolog¨ªa marina y el a?o 2000 hizo su primer viaje de investigaci¨®n a la Ant¨¢rtida, en un buque laboratorio alem¨¢n que tiene nombre de novela de aventuras, el Polarstern. Su libro es una cr¨®nica de tres expediciones sucesivas a lo largo de doce a?os, y tambi¨¦n una enciclopedia comprimida de todo lo que m¨¢s importa saber sobre aquel continente, remoto y casi inhabitable, y al mismo tiempo decisivo para el equilibrio clim¨¢tico del planeta entero. Las corrientes de aguas muy fr¨ªas que fluyen desde la Ant¨¢rtida hacia el norte compensan el calor excesivo del ecuador y los tr¨®picos. En las aguas ant¨¢rticas, en esa zona fronteriza en la que los hielos se funden y vuelven a formarse cada a?o, la vida marina tiene una riqueza y una diversidad incomparables. En las narraciones ¨¦picas y en las novelas de aventuras los navegantes suelen medirse con criaturas inmensas ¡ªmonstruos fant¨¢sticos, ballenas, pulpos gigantes¡ª. Sergio Rossi cuenta el prodigio de los organismos microsc¨®picos que est¨¢n en la base de toda la fecundidad de la vida en el mar, las algas unicelulares, los diminutos crust¨¢ceos que se alimentan de ellas, el krill, el plancton espeso del que depende todo el tama?o de las grandes ballenas, los pececillos que devoran el krill y son a su vez devorados por las focas, por los ping¨¹inos, por los cormoranes y los albatros. Lo m¨¢s ¨ªnfimo importa tanto en el gran equilibrio de la vida marina como lo m¨¢s desmesurado. La desaparici¨®n de un solo elemento trastorna el edificio entero. Las heces monumentales de las ballenas desatan la fertilidad de grandes zonas submarinas.
Sergio Rossi despierta mi imaginaci¨®n de lector de Verne con la descripci¨®n del lago Vostok, que est¨¢ sepultado bajo el hielo
Casi las tres cuartas partes del agua dulce del planeta est¨¢n apresadas en los hielos de la Ant¨¢rtida, que puede alcanzar espesores de m¨¢s de tres kil¨®metros. En el hielo hay burbujas de aire f¨®sil en las que se puede estudiar el clima de hace millones de a?os. Los icebergs no son siempre blancos: el primero que Sergio Rossi vio era anaranjado porque lo traspasaba el sol del atardecer. Algunos contienen cenizas volc¨¢nicas y son grises. Otros relucen con un azul muy intenso, con un verde de esmeralda. A veces, cuando los va desgastando la fuerza del mar, adquieren formas raras, como visiones de espejismos, dragones o tronos.
Sergio Rossi celebra la maravilla de la Ant¨¢rtida y tambi¨¦n anota con alarma y tristeza los malos augurios que el cambio clim¨¢tico y la invasi¨®n humana proyectan sobre ella: los ecosistemas alterados, las especies que se extinguen, la sombra de la codicia que m¨¢s tarde o m¨¢s temprano conducir¨¢ a la explotaci¨®n de los recursos naturales. Pero lo que a m¨ª m¨¢s me sobrecoge, lo que despierta mi imaginaci¨®n de lector de Julio Verne, es la descripci¨®n que hace Rossi del lago Vostok: est¨¢ sepultado bajo tres mil metros de hielo, y tiene una extensi¨®n de 14.000 kil¨®metros cuadrados. A tres grados bajo cero el agua se mantiene l¨ªquida por la presi¨®n tremenda de la capa de hielo. Saber que existe ese lugar es el mejor tesoro de este viaje m¨ªo tan descansado a la Ant¨¢rtida.
Un viaje a la Ant¨¢rtida. Un cient¨ªfico en el continente olvidado. Sergio Rossi. Tusquets. Barcelona, 2013.
www.antoniomu?ozmolina.es
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