El abuelo Mart¨ªn
Muchos a?os despu¨¦s se enter¨® de que su abuela no estaba muerta, se hab¨ªa ido con otro
Pasa a buscar a su hijo a las nueve en punto, como cada s¨¢bado, as¨ª lo acord¨® con Marina cuando se separaron. El ni?o se le abraza a las piernas en cuanto su madre abre la puerta. Casi sin m¨¢s palabras que un saludo, ella le da su mochila. Pedro le pide una campera. ¡°No creo que haga falta¡±, dice ella pero ¨¦l insiste. No le aclara que llevar¨¢ a Juli¨¢n fuera de la ciudad, a la casa del abuelo Mart¨ªn, donde la temperatura siempre es unos grados menor. Para qu¨¦, ella empezar¨ªa con sus recomendaciones: que los caballos pueden patear al ni?o, que el estanque es peligroso, que no vaya a treparse a ning¨²n ¨¢rbol. Las mismas recomendaciones que daba cuando estaban casados y que hicieron que Pedro dejara de ir. Ahora se arrepiente, la muerte del abuelo Mart¨ªn, tres meses atr¨¢s, cancel¨® cualquier reparaci¨®n posible.
Es un d¨ªa de sol y la ruta est¨¢ vac¨ªa. Pedro pone uno de los ced¨¦s preferidos de Juli¨¢n, pero antes de salir de la ciudad el ni?o ya est¨¢ dormido. Siendo as¨ª, ¨¦l prefiere el silencio y dedicarse a pensar en lo que tiene que hacer. Su madre le encarg¨® ocuparse de la venta de la casa. A ¨¦l no le cay¨® bien el encargo, bastante tiene con sus cosas, pero era el candidato natural para la tarea y no pudo negarse. No solo fue siempre el preferido de su abuelo, sino que adem¨¢s es arquitecto, qu¨¦ mejor que un arquitecto para poner a punto una casa que se quiere vender. En la familia todos dicen que Pedro es arquitecto por el abuelo Mart¨ªn. Mientras sus hermanos y primos andaban a caballo o se met¨ªan en el estanque, ¨¦l lo acompa?aba en las m¨²ltiples tareas que le demandaba la casa. El abuelo ten¨ªa una empresa constructora y aunque no estudi¨® arquitectura era como si lo hubiera hecho. Incluso mejor, muchas tareas las realizaba con sus propias manos: levantar una pared, pintar un ambiente, reparar los techos. Lejos de venderla y por el cari?o que le tiene, si no fuera tan desastroso el estado de sus finanzas despu¨¦s del divorcio, Pedro se quedar¨ªa con esa casa.
Pasa la tranquera y se alegra de que su madre se haya ocupado al menos de deshacerse de los animales. A ¨¦l le tocar¨ªa, adem¨¢s de las reparaciones, contactar una inmobiliaria, fijar un precio de venta, hacer limpiar la casa. Sin embargo, Pedro tiene muy claro qu¨¦ ser¨¢ lo primero: tirar la pared que su abuelo levant¨® en medio del living, una pared sin sentido arquitect¨®nico que divide el ambiente en dos e interrumpe el paso. Levantada para tapar un dolor o fijarlo para siempre. Porque en medio de esa pared, frente al sill¨®n preferido de su abuelo, colgaba el retrato de Carmi?a N¨²?ez, su abuela, a quien Pedro apenas conoci¨®. Muchas tardes cuando bajaba el sol, ve¨ªa a su abuelo sentarse con un vaso de whisky frente a esa pared y admirar el retrato. Una mujer morena, bonita, luciendo un vestido de encaje blanco que tal vez haya sido el que us¨® el d¨ªa de su casamiento. Pasaban los a?os y el abuelo Mart¨ªn parec¨ªa seguir enamorado de ella, aferrado al recuerdo de su mujer muerta. O eso cre¨ªa Pedro. Pero un d¨ªa se lo coment¨® a su madre y ella puso mala cara: ¡°De esa mujer yo no hablo¡±. Entonces se dio cuenta de que casi nadie en la familia mencionaba a su abuela, solo el abuelo Mart¨ªn que cuando insinuaban alg¨²n enojo dec¨ªa: ¡°Todos hablan, pero nadie sabe¡±. Muchos a?os despu¨¦s se enter¨® por una prima de que su abuela no estaba muerta, sino que se hab¨ªa ido con otro hombre. Nadie supo m¨¢s de ella, si form¨® otra familia en alguna parte del mundo, ni siquiera si segu¨ªa viva o no. Nadie la volvi¨® a mencionar, excepto el abuelo. Para ¨¦l, ella segu¨ªa inmaculada, en su vestido de encaje con el que la vener¨® tantas tardes, frente a esa pared que Pedro se dispone a tirar.
A poco de llegar, Juli¨¢n ya se mueve en el lugar como si fuera su casa. ¡°?Me quer¨¦s ayudar?¡±, le dice Pedro cuando pasa junto a ¨¦l con las herramientas. ¡°No¡±, contesta el ni?o y se sube al columpio que cuelga de un ¨¢rbol. ?l se r¨ªe, le gusta que Juli¨¢n haga lo que tenga ganas. Entra a la casa, deja las herramientas junto a la pared y descuelga el retrato. Lo deja a un costado, ya ver¨¢ c¨®mo deshacerse de ¨¦l m¨¢s tarde. Toma cincel y martillo y empieza a golpear. Se pregunta si Marina, a pesar de haberlo negado, lo habr¨¢ dejado, como su abuela, por otro. El cincel se clava con facilidad, la pared es hueca. No le sorprende, no deb¨ªa sostener nada, apenas un cuadro. Apoya el cincel y golpea otra vez, los ladrillos casi se le desarman en la mano. Y una vez m¨¢s. Hasta que el cincel se engancha y queda atrapado. Pedro tira y la herramienta sale con un pedazo de encaje blanco, sucio, envejecido. Se queda sin aire. El est¨®mago le da un vuelco. Rompe la pared con los pu?os hasta que parece el vestido de su abuela y su esqueleto sostenido por la tela que impidi¨® que se convirtiera en un manojo de huesos. Mira por la ventana, Juli¨¢n acaba de saltar del columpio y viene hacia la casa.
Claudia Pi?eiro, escritora argentina, su ¨²ltima obra es Un comunista en calzoncillos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.