El barrio chino vegetal
No ol¨ªa a detritus de puerto ni a pescado podrido, sino a efluvios de las frutas y verduras de la huerta, sobre todo de cebolla
1954. Cada barrio chino ten¨ªa entonces su propia alma. El barrio chino de Barcelona era esencialmente portuario. En los colmados del Raval sucesivas levas de marineros reci¨¦n desembarcadas se trababan con menestrales solitarios, los del polvo subrepticio del s¨¢bado con una puta de abono. Al d¨ªa siguiente, despu¨¦s de misa de doce, cumplido el precepto, llevaban a su esposa del brazo a comprar el tortel en la pasteler¨ªa de igual confianza. En Madrid el barrio chino estaba dividido entre la calle Ballesta, a espaldas de la Telef¨®nica, y la calle Echegaray, de casas m¨¢s finas, y all¨ª aparte de la clientela de funcionarios, opositores y gente que llegaba a Madrid a resolver un asunto de sindicatos, a partir de los a?os sesenta se atend¨ªa a los reyes del mambo, los negros americanos de la base de Torrej¨®n, cuyos empates felices con prostitutas maternales en algunos casos desembocaron en matrimonio con muchos hijos, que hoy ser¨¢n apacibles jubilados en Ohio o Nebraska. En Salamanca el barrio chino se extend¨ªa cerca de la Clerec¨ªa, el templo de los jesuitas del siglo XVIII, un espacio rodeado de iglesias, trufado de estudiantes y personal lev¨ªtico bajo el sonido de campanas.
En cambio, el barrio chino de Valencia era esencialmente huertano. No ol¨ªa a detritus de puerto ni a pescado podrido, sino a efluvios de las frutas y verduras de la huerta, sobre todo de cebollas cuando el viento soplaba de la parte de Liria. Para llegar hasta all¨ª hab¨ªa que adentrarse por la trasera del mercado central en el laberinto de las calles Maldonado, Carniceros, Torno del Hospital, Vinatea, Poeta Llombart y otros r¨®tulos m¨ªticos en el camino de perdici¨®n, alrededor del cine Palacio, entre sucios escaparates con anuncios de gomas y de aceite ingl¨¦s.
A primera hora de la ma?ana hab¨ªa silencio en el barrio. Las chicas dorm¨ªan. Hacia el mediod¨ªa tomaban el sol en bata de felpa, se peinaban unas a otras, iban a la compra, amamantaban a sus criaturas, incluso pod¨ªa verse a alg¨²n chulo dando el biber¨®n, se llamaban de balc¨®n a balc¨®n gritando sus nombres de pila, Emerenciana, Manoli, Rufina, Sacramento, nombres que por la noche se convert¨ªan en Hilda, Betsy, Esmeralda, y cualquiera que fuera su procedencia, valenciana, murciana, gallega o catalana, en la brega de la carne todas hablaban en andaluz sevillano.
A ra¨ªz del Concordato con la Santa Sede de 1953 la prostituci¨®n fue prohibida oficialmente en Espa?a. Los burdeles cerraron. Las chicas realizaban el trato con sus clientes en la calle o en los bares de alrededor y despu¨¦s se los llevaban a una pensi¨®n regida por la madama, bajo la vigilancia permisiva de la polic¨ªa, que sol¨ªa cobrarse los favores en carne fresca, reci¨¦n llegada del pueblo.
Por las escaleras pringosas de esas pensiones sub¨ªan y bajaban huertanos que, tal vez, acababan de descargar el carro de verduras en el mercado central. La calle del poeta Llombart era muy popular entre los labriegos, porque era el coraz¨®n del barrio. El nombre de ese desconocido poeta estaba unido al pecado y se pronunciaba en voz baja como una contrase?a. ¡°?Vamos esta noche a Poeta Llombart?¡±. Era la clave secreta para una noche de placer. No hay mejor academia ni timbre de gloria.
2013. Este aire afrutado se perdi¨® a partir de los a?os setenta, cuando aquellas chicas del gueto fueron machacadas por la droga y se convirtieron en espectros patibularios del sida. Chulos p¨¢lidos, camellos, yonquis, navajeros y canallas excarcelados, bajo el cord¨®n de perros polic¨ªa, serv¨ªan de corona de espinas a unas mujeres destrozadas por la hero¨ªna.
La superproducci¨®n er¨®tica de los a?os ochenta acab¨® por romper las barreras de los barrios chinos donde se navegaba la noche y el comercio de la carne femenina se expandi¨® por toda la ciudad en pisos privados, casas de citas, salas de masajes, puticlubs de extrarradio, supermercados del sexo digital, llamadas por el m¨®vil, anuncios descarnados de los peri¨®dicos. Se calcula que en el a?o 2004 ya hab¨ªa en Espa?a unas 400.000 prostitutas, rubias, negras, chinas, mulatas, latinas, aut¨®ctonas, bajo el gobierno inmisericorde de las mafias. El car¨¢cter huertano del barrio chino de Valencia con el tiempo perdi¨® su espacio, pero no su naturaleza. Hoy en las veredas de los caminos entre naranjos, como parte del paisaje del campo valenciano, cada cien metros, hay plantada una prostituta joven, atractiva, desnuda, como un frutal que deber¨¢ dar una cosecha diaria a su due?o. Sirven ¨¦xtasis r¨¢pidos bajo ¨¢rboles cuajados de azahar o cargados de fruta del tiempo entre el c¨¢ntico de los p¨¢jaros.
La prostituci¨®n en Valencia nunca ha dejado de ser vegetal. Entonces eran los huertanos los que iban a la ciudad en busca del placer. Ahora son las chicas casi adolescentes las que salen a los caminos en busca de los hombres del campo. No se trata de los prost¨ªbulos con luces rojas, que el viajero se encuentra en cualquier carretera, sino de esos mojones de carne femenina, desnuda, oferente, en medio de los naranjos, que marcan la distancia entre el para¨ªso y el infierno, como un fruto m¨¢s de la naturaleza.
Babelia
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