El b¨²nker de un millonario
Una antigua fortaleza nazi sirve de vivienda-museo al rico Christian Boros
Muchas extravagancias del Berl¨ªn reunificado compart¨ªan el aire azaroso y provisional de lo surgido sin dinero y en tierra de nadie. Los clubes de tecno salieron como hongos en las zonas abandonadas por la proximidad de Muro. Los centros de arte, entre los que el desaparecido Tacheles fue el m¨¢s famoso, proliferaron sin necesidad de clientes. Entre las muchas extravagancias del Berl¨ªn reunificado, el poco conocido B¨²nker del Ferrocarril encarna en hormig¨®n armado 70 a?os de horrores, jolgorios, escaseces, opresi¨®n y despu¨¦s desahogo y m¨¢s tarde el regreso a Berl¨ªn de una forma de ostentaci¨®n que parec¨ªa desterrada desde que Hitler se vol¨® la tapa de los sesos.
Cerca del refugio subterr¨¢neo del tirano, hoy desmantelado, los nazis levantaron esta fortificaci¨®n exterior de cinco pisos para preservar del constante infierno a¨¦reo a los vecinos de la c¨¦ntrica Reinhardtstrasse. Era del tipo M1200. El n¨²mero indica su capacidad de acogida, pero se sabe que llegaron a api?arse m¨¢s de 4.000 personas. Sus muros tienen unos dos metros de grosor que soportan una tremenda placa horizontal de 3,2 metros.
Sobre ella construy¨® el multimillonario de origen polaco Christian Boros hace cinco a?os un lujoso ¨¢tico con grandes ventanales y estructura de acero. Hab¨ªa comprado el b¨²nker en 2003. Vive all¨ª con su segunda esposa y el menor de sus dos hijos. Tres metros de hormig¨®n armado m¨¢s abajo, Boros muestra a peque?os grupos de visitantes una porci¨®n de su colecci¨®n privada de arte.
Las aguas subterr¨¢neas de la zona imped¨ªan excavar un refugio subterr¨¢neo. Los nazis eran aficionados a los modelos cl¨¢sicos. El arquitecto institucional Karl Bonatz plante¨® un edificio noble pese a la brutalidad de los materiales y la solidez que demanda un b¨²nker. Su planta cuadrada y sus cuatro p¨®rticos sim¨¦tricos recuerdan a los de la Villa Rotonda de Andrea Palladio, al norte de Venecia. Se levant¨® con la intenci¨®n de recubrirlo tras la guerra con materiales distinguidos que lo convertir¨ªan en una especie de monumento a la victoria que nunca lleg¨®. Bonatz super¨® la derrota y se encarg¨® a partir de 1947 de coordinar la reconstrucci¨®n de Berl¨ªn. Su b¨²nker se convirti¨® en un centro de detenci¨®n de los servicios secretos de Stalin, el temible Comisariado Popular para Asuntos Internos (NKVD).
La construcci¨®n ha tenido varios usos: club, bodega de pl¨¢tanos y calabozo
Las fuerzas sovi¨¦ticas se lo cedieron a las autoridades de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana en 1949. ?Qu¨¦ hacer con una fortaleza de hormig¨®n inexpugnable en pleno centro de Berl¨ªn? Alg¨²n funcionario ingenioso repar¨® en sus cualidades t¨¦rmicas y propuso usarlo de almac¨¦n para fruta tropical. Una empresa p¨²blica se encargaba de traerlas desde pa¨ªses amigos como Cuba. Los pl¨¢tanos eran un art¨ªculo de lujo en el bloque oriental. La fascistoide mole palladiana, erigida en 1942 por prisioneros esclavizados, se convirti¨® ¡ªvicisitudes del socialismo real¡ª en un frigor¨ªfico frutero conocido como Bananenbunker.
En 1989 cay¨® el Muro, llegaron de Occidente los Lidl o los Aldi con sus pl¨¢tanos baratos y el b¨²nker perdi¨® otra vez su utilidad. Pas¨® a manos del Gobierno federal, que no sab¨ªa qu¨¦ hacer con ¨¦l y lo dej¨® a merced de los ef¨ªmeros se?ores del Berl¨ªn posmuro: fiesteros, artistas y estrafalarios en busca de lugares para su vida social y sus actos culturales. El Bunker abri¨® en 1992 como uno de los clubes de tecno m¨¢s rudos del mundo. Ofreci¨® cuatro a?os de ritmos electr¨®nicos delirantes y fiestas sexuales hasta que cerr¨® en 1996 por la presi¨®n de las autoridades, que no ve¨ªan cumplidas las normas m¨ªnimas de seguridad.
Lo que hab¨ªa sido escenario del p¨¢nico de los berlineses bajo las bombas, calabozo para los represaliados en manos de Stalin, bodega de pl¨¢tanos de la guerra fr¨ªa y despu¨¦s tembl¨® por dentro con tecno, contiene ahora la segunda exposici¨®n temporal de la colecci¨®n de Boros, que recibe al visitante con el tictac de una instalaci¨®n.
La muestra es pulcra y observa la cortes¨ªa de mostrar las obras como quieren sus art¨ªfices. Atr¨¢s ya las grandes piezas e instalaciones de la planta baja, esperan arriba algunos dibujos de Dirk Bell, que trabaja sin asomo de iron¨ªa sobre contingencias como el amor. De Thomas Zipp hay una excelente compilaci¨®n de objetos y pinturas. Las im¨¢genes de Wolfgang Tillmans evocan el Berl¨ªn de hace 20 a?os. Cuenta, c¨®mo no, una foto suya del b¨²nker cuando era el club Bunker, del que fue asiduo cliente.
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