Alambicado y grandioso Morante
Morante reapareci¨®, tore¨® como solo ¨¦l sabe hacerlo, y una muchedumbre se lo rif¨® a hombros por las calles de Ronda
Morante reapareci¨®, tore¨® como solo ¨¦l sabe hacerlo, y una muchedumbre se lo rif¨® a hombros por las calles de Ronda.
Hubo triunfo grande. ?Alguien lo dudaba? Despu¨¦s de 27 d¨ªas en el dique seco, hab¨ªa hambre de Morante y necesidad de verlo vestido de luces para comprobar con los propios ojos que el arte sigue vivo, y superar la orfandad en que la cornada de Huesca sumi¨® al toreo; porque pocas veces se ha echado tanto de menos a un torero durante una convalecencia.
ficha
DOMECQ / MORANTE DE LA PUEBLA, ¨²nico espada
Toros de Juan Pedro Domecq, bien presentados, blandos, nobles y sosos.
Morante de la Puebla: estocada (ovaci¨®n); casi entera (oreja); casi entera (dos orejas); casi entera (silencio); ¡ªaviso¡ª media estocada ¡ª2? aviso¡ª (ovaci¨®n); tres pinchazos y casi entera (gran ovaci¨®n).
Plaza de Ronda, 7 de septiembre.
Corrida Goyesca. Lleno.
Ronda ha sido la prueba emp¨ªrica de que el empaque no ha huido por el agujero de una herida que simul¨® ser un largo y negro t¨²nel oradado en Huesca y que ha visto la luz en esta plaza pre?ada de una enorme historia torera.
Hasta aqu¨ª ha venido el torero para cantar que sigue siendo aquel que un d¨ªa naci¨® artista y que quiere seguir si¨¦ndolo a pesar de que, a veces, sus pinceles empitonados se vuelvan lanzas hirientes. ?Alguien dudaba de que habr¨ªa triunfo? La reaparici¨®n de Morante era la vuelta del hijo pr¨®digo y as¨ª se lo hizo sentir con su cari?o la plaza entera, puesta en pie y arrebatada por el entusiasmo, cuando el torero, vestido a lo goyesco con un traje a?il y azabache y ataviado con un pa?uelo de encaje rosa y faja a juego..
Despu¨¦s, Morante hizo lo que naci¨® con ¨¦l: el toreo. Y fue el suyo el toreo purificado, destilado y alambicado. La quintaesencia de lo que se entiende por un arte que nace de un sentimiento y alcanza la cumbre en una emoci¨®n indescriptible e imposible de contar.
Esa y no otra es la raz¨®n de este largo circunloquio. Morante alcanz¨® la gloria en el tercer toro de la tarde, con capote, primero, y con la muleta, despu¨¦s; pero toda su actuaci¨®n fue una sucesi¨®n de fogonazos de naturalidad y barroquismo a un tiempo: tres ver¨®nicas al recibir al segundo, y, despu¨¦s, ayudados por alto y un remate excelso; un par de naturales, una tanda de derechazos para el recuerdo, una trincherilla final. Y derechazos de aut¨¦ntico ensue?o ante el quinto, un toro que lo asust¨® en un arre¨®n de miedo que le oblig¨® a poner pies en polvorosa cuando trataba de cuadrarlo para la estocada final.
Recibi¨® al sexto con una larga cambiada en el tercio, y ya inhiesto, lo veronique¨® con la gracia de un supremo artista. Con un quite por chicuelinas provoc¨® el alboroto que se convirti¨® locura generalizada cuando tom¨® los palos y puso dos pares de banderillas como mandan los c¨¢nones. Despu¨¦s, pidi¨® una silla, se sent¨® como los antiguos, cogi¨® banderillas de las cortas y a¨²n contin¨²a la ovaci¨®n.
Pero la faena grande, la cumbre, lleg¨® en el tercero. Fue esa faena toda un prodigio de armon¨ªa e inspiraci¨®n con capote y muleta. Recibi¨® al toro con un manojo de ver¨®nicas que abroch¨® con una media de cartel. Se descalz¨® mientras el toro hac¨ªa una desigual pelea en el caballo, y cit¨® para un quite que ha quedado ya para el recuerdo: tres ver¨®nicas templad¨ªsimas y lent¨ªsimas que cerr¨® con una media de esas que se califican como eternas porque as¨ª de largo es el poso que dejan en las almas de los testigos.
Tard¨® la muleta en cantar la gloria. Se luc¨ªa, entonces, m¨¢s la banda de m¨²sica que el torero, hasta que Morante decidi¨® competir consigo mismo, se asent¨®, fij¨® la mirada en el toro y dibuj¨® una tanda larga, incansable, de naturales ¡ªocho o diez fueron- largos, hondos, hermosos, luminosos¡¡ª. Repiti¨® la historia con la derecha, y lo corrobor¨® todo con unos naturales de frente a pies juntos que le abrieron las puertas de la cumbre torera.
Se lo llevaron a hombros, y en este ruedo hist¨®rico qued¨® la esencia del toreo alambicado, de ese que este hijo predilecto de los dioses es capaz de hacer realidad.
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