Mentiras arriesgadas
El juego de los novillos de El Ventorrillo da pie para enga?ar piadosamente a los tres novilleros que han abierto la Feria de Oto?o Diego Fern¨¢ndez sustituy¨® al herido Sergio Felipe
El juego de los novillos de El Ventorrillo da pie para enga?ar piadosamente a los tres novilleros que han abierto la Feria de Oto?o. Animales bien presentados, mansurrones todos ellos, con las fuerzas justas; codiciosos y repetidores, pero con los problemas inherentes a la casta; de buena condici¨®n en el tercio final, pero ninguno de carril. Y tres chavales solventes, con conocimiento de la profesi¨®n y experimentados (incluso Diego Fern¨¢ndez, el menos toreado, que entr¨® en sustituci¨®n del herido Sergio Felipe).
Ni una vuelta al ruedo en toda la tarde, que dir¨ªa el castizo. Ni un recuerdo despu¨¦s de dos horas de festejo. Ni una secuencia que llegara al p¨²blico y provocara la tan deseada emoci¨®n.
Seguro, lo m¨¢s seguro, es que los hombres y mujeres que rodean a los tres novilleros han hecho cola en la puerta de la habitaci¨®n para hablar pestes de los novillos y justificar de mil modos diferentes la discret¨ªsima actuaci¨®n de sus toreros.
Es verdad que la novillada no fue bobalicona; es verdad que alguno plante¨® dificultades, pero lo realmente llamativo es que, a estas alturas, ninguno de los tres de luces est¨¦ saboreando un triunfo. Algo falla; alguna deficiencia grave existe a pesar de que mientan a los chavales.
EL VENTORRILLO / JIM?NEZ, FERN?NDEZ, ORTEGA
Javier Jim¨¦nez: estocada ca¨ªda (silencio); estocada (ovaci¨®n).
Diego Fern¨¢ndez: estocada ca¨ªda (ovaci¨®n); estocada (ovaci¨®n).
Juan Ortega: tres pinchazos _aviso_ pinchazo, un descabello y el novillo se echa (silencio); pinchazo, casi entera _aviso_ y un descabello (silencio).
Plaza de las Ventas. 3 de octubre. Primer festejo de la Feria de Oto?o. Casi tres cuartos de entrada.
Con el novillo de hoy que embiste y repite no basta con dar pases ni mostrar una sobrada suficiencia; el novillo moderno exige torear muy de verdad, que es la ¨²nica manera de que de ese encuentro entre toro y torero salten chispas a los tendidos. Si se hace con celeridad, sin mando, sin temple, despegado, al hilo del pit¨®n y empe?ado en dar pases en l¨ªnea recta, el resultado es que el personal se aburre, se cansa y se olvida hasta del nombre del torero.
?C¨®mo es posible que no pasara nada en los dos novillos de Javier Jim¨¦nez? Es m¨¢s, ?se puede estar m¨¢s preparado de lo que est¨¢ este novillero? Pues su problema es que mostr¨® valent¨ªa, decisi¨®n y conocimiento, pero no levant¨® a nadie de su asiento. Y eso es pecado mortal; sobre todo, porque el cuarto embisti¨® hasta la extenuaci¨®n, con cierta aspereza, pero con codicia. Manejable fue su primero y tir¨® Jim¨¦nez de su embestida, pero tampoco despert¨® emoci¨®n alguna. Si le mienten, corre un riesgo innecesario.
Algo parecido le ocurri¨® a Juan Ortega, que se las vio, primero, con el novillo m¨¢s molesto, y pas¨® inadvertido, pero se dej¨® ganar la pelea por el sexto, codicioso y bronco, que le propin¨® una fea voltereta al entrar a matar.
Mejor parado, dentro del aburrimiento general, sali¨® Diego Fern¨¢ndez. Sin duda, porque quiso imprimir hondura a su toreo y dibuj¨®, en su primero, tres o cuatro naturales de categor¨ªa y un par de pases de pecho de los de verdad. El quinto ten¨ªa menos recorrido y se le vio -al torero- m¨¢s apocado.
En fin, que no; que Madrid exige otro aire, que los novillos no pueden ser siempre los culpables. Que no vale mentir a los chavales porque el riesgo para su futuro es muy alto.
Babelia
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