Las tentaciones
La maravilla y el misterio de 'Las tentaciones de San Antonio', de El Bosco, siguen inalterables
He recorrido las salas casi desiertas del Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa buscando un solo cuadro, Las tentaciones de san Antonio,de El Bosco. He venido a verlo con treinta y tantos a?os de retraso. Cuando estaba en la universidad y me gustaba imaginarme una carrera profesional como estudioso de alguna rama a ser posible rec¨®ndita de la historia del arte le dediqu¨¦ mucho tiempo a un proyecto de monograf¨ªa o de tesina sobre los cuadros de El Bosco, y este tr¨ªptico de Lisboa era uno de mis preferidos. Cualquier tema en el que se ahonde un poco se revela inagotable. A m¨ª me gustaba indagar en los significados posibles de esos hormigueros de criaturas, plantas, frutos, objetos, en los que se va perdiendo la mirada, pero tambi¨¦n fijarme en la destreza meticulosa con la que estaba ejecutada la pintura, la solvencia con que un artista flamenco extiende diminutas pinceladas de ¨®leo sobre una tabla, con una t¨¦cnica tan distinta de la de los italianos.
Examinaba lo m¨¢s de cerca que pod¨ªa las l¨¢minas en color en la biblioteca de la Facultad, en Granada, mirando con envidia los nombres de los museos y de las ciudades en las que se encontraban los cuadros. Para quien no puede viajar por falta de dinero el nombre de una ciudad tiene la belleza de lo casi imaginado. La ciudad m¨¢s tentadora, tambi¨¦n imposible a pesar de su cercan¨ªa, era Madrid, donde una sala entera del Prado estaba dedicada a El Bosco.
El Bosco no era un genio solitario y marginal, sobre todo porque los genios solitarios son un invento posterior a ¨¦l
Cuando al fin pude hacer ese viaje y ver los boscos del Prado todav¨ªa me acordaba de muchas de las cosas que hab¨ªa aprendido mientras hac¨ªa aquel trabajo, pero de mis expectativas sobre una carrera en la historia del arte no quedaba nada. Entonces s¨ª que pude apreciar de cerca lo que antes s¨®lo hab¨ªa intuido, esa calidad vibrante de la pintura, la fuerza de los colores no ensombrecidos por el paso de siglos, el contraste entre la modernidad del medio ¡ªel ¨®leo¡ª y la macabra imaginer¨ªa medieval que representaba. Cuesta hacerse a la idea de que El Bosco es una generaci¨®n m¨¢s joven que Piero della Francesca y coet¨¢neo casi exacto de Leonardo da Vinci. Comparado con ellos, parece muy anterior, menos cercano al Renacimiento que a los bestiarios fant¨¢sticos y a los capitales abigarrados de siglos anteriores. Y tambi¨¦n pareci¨®, en una ¨¦poca tan dada a la vanidad est¨¦tica como el siglo XX, que era un predecesor de las alucinaciones y las irracionalidades del surrealismo, ese movimiento en el que abundaron tanto los expertos en autopromoci¨®n. El m¨¦rito de El Bosco, como el de los profetas del Antiguo Testamento, habr¨ªa sido anunciar con quinientos a?os de anticipaci¨®n a Andr¨¦ Breton y sus amigos, y de paso el psicoan¨¢lisis y hasta la psicodelia.
En el pr¨®logo a su excelente biograf¨ªa de Marx, Jonathan Sperber dice que un historiador es alguien "dedicado a entender el pasado en sus propios t¨¦rminos, y cuidadoso de no jugarlo seg¨²n las concepciones del presente". En el Museo Nacional de Arte Antiguo de Lisboa, sentado delante del tr¨ªptico de Las Tentaciones de san Antonio, yo sent¨ªa la apelaci¨®n turbadora y burlesca de esas im¨¢genes que estaba mirando de cerca por primera vez, en ese estado creciente de excitaci¨®n que tiene algo de embriaguez visual. Y tambi¨¦n me acordaba de mi antiguo proyecto, de la necesidad de saber lo que el pintor y sus contempor¨¢neos ve¨ªan en ellas. El Bosco no era un genio solitario y marginal, sobre todo porque los genios, solitarios y marginales o no, son un invento varios siglos posterior a su vida. Viv¨ªa y trabajaba en su propio tiempo, no en un anticipo defectuoso del nuestro. Hijo y nieto de pintores, y miembro como ellos de un gremio, ejerc¨ªa su oficio en un sistema de producci¨®n muy reglado, en el que ser pintor no ten¨ªa nada de particular. Probablemente esa posici¨®n estaba reforzada porque vivi¨® siempre en una ciudad provincial, Hertogenbosch, no en uno de los centros que en Flandes o en Italia marcaban los caminos m¨¢s renovadores en el arte. Y no hay tampoco indicios de que fuera un heterodoxo o un radical religioso o pol¨ªtico. Lujos as¨ª no pod¨ªa permit¨ªrselos un artesano de la pintura. Era un miembro respetado de la comunidad, y ten¨ªa una clientela variada e influyente. De modo que nada de visiones delirantes que no pudieran ser comprendidas por sus contempor¨¢neos, y que debieran esperar varios siglos hasta merecernos a nosotros: la gran mayor¨ªa de esos seres que pueblan sus pinturas pertenecen a repertorios simb¨®licos que eran de conocimiento com¨²n en su tiempo. El Bosco no se dedicaba a escandalizar a los biempensantes, como aseguran que hacen algunos de los artistas m¨¢s celebrados y mejor pagados de la actualidad, sino a representar el mundo de acuerdo con un idioma visual que nos parece indescifrable no porque lo sea, ni porque hubiera nacido de la fiebre visionaria o trastornada de su imaginaci¨®n, sino porque se ha perdido una gran parte del conocimiento necesario para comprenderlo. De vez en cuando, sus im¨¢genes son traslaciones literales de proverbios en holand¨¦s, o incluso de giros o juegos de palabras. Su mundo es el del milenarismo a la vez religioso y pol¨ªtico de la tard¨ªa Edad Media, el de las danzas de la muerte, las celebraciones carnavalescas, la s¨¢tira de la desverg¨¹enza de los frailes, la exigencia de una piedad interiorizada y contemplativa que poco despu¨¦s dar¨ªa lugar a la Reforma.
El Bosco no se dedicaba a escandalizar a los biempensantes, como algunos de los artistas m¨¢s celebrados
Durante meses le¨ª en vano todo lo que pude sobre el mundo y los mundos de los tiempos de El Bosco, sobre s¨ªmbolos alqu¨ªmicos y figuras del tarot, sobre la cultura popular que asoma en Erasmo y en Rabelais, con su celebraci¨®n de lo corporal y lo grotesco, seg¨²n explicaba con erudici¨®n impetuosa el gran Mija¨ªl Bajt¨ªn. Creo que llegu¨¦ a saberme casi palmo a palmo el tr¨ªptico de El carro del Heno, el de El jard¨ªn de las delicias, este de Las Tentaciones de san Antonio que no ten¨ªa ninguna esperanza de ver porque estaba en la lejan¨ªsima Lisboa.
No me sirvi¨® de nada. En aquellos la historia del arte era unas veces un cat¨¢logo polvoriento de fechas y t¨ªtulos y descripciones detalladas y superfluas, y otras veces un rumiar monono de palabrer¨ªa marxista perfectamente intercambiable, fuera cual fuera la obra, la ¨¦poca o el artista del que se tratara. Hab¨ªa un marxismo r¨²stico que ve¨ªa la lucha de clases hasta en un apio de S¨¢nchez Cot¨¢n y un marxismo de m¨¢s altos vuelos intelectuales con muchas citas de Althusser y de retorcidos te¨®ricos italianos. Daba igual. En los estudios de historia del arte no hab¨ªa casi nadie que se molestara en mirar una obra de arte o que nos alentara a hacerlo, a descubrir su materialidad irreductible, a intentar comprender el proceso por el cual hab¨ªa llegado a existir. Tan ocupados estaban en asignarles significados ideol¨®gicos que no ten¨ªan ninguna curiosidad por saber qu¨¦ hab¨ªan significado para quienes las hac¨ªan, las encargaban, las admiraban.
Ha pasado el tiempo y no s¨¦ si queda alg¨²n rastro de aquella palabrer¨ªa est¨¦ril: en Lisboa, en la ¨²ltima sala del Museo de Arte Antiguo, permanecen inalterables la maravilla y el misterio de Las tentaciones de san Antonio. Ha valido la pena tardar tantos a?os.
www.antoniomu?ozmolina.es
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