Peregrinar a Macondo
El festival literario arranc¨® en la casa natal de Garc¨ªa M¨¢rquez, en Aracataca, con un multitudinario homenaje al Nobel colombiano
Por donde el instituto de ense?anza Picard¨ªa, enfrente del comercio para todo La mano de Dios, est¨¢ la casa de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, de Gabo, de Gabito, en Aracataca. La casa blanca rodeada de jazmines y cercada por el rumor de las acequias, la casa del abuelo Nicol¨¢s, donde se conserva la cuna en la que durmi¨® sus primeros cuatro a?os, donde cada noche le acostaba Magdalena Bola?o, su ni?era, que sobrevive hoy, con sus rostro de caf¨¦ agrietado, sus andares decididos a los 97 a?os y los recuerdos de un ni?o inquieto al que ten¨ªa que atar corto pero que d¨¦cadas despu¨¦s dar¨ªa gloria a su pueblo perdido y transmutado en territorio literario, en medio de la Colombia mecida por la bruma del Caribe, donde ayer se inici¨® el Hay Festival de Cartagena de Indias con un homenaje al escritor.
Ten¨ªa que andar detr¨¢s de ¨¦l, esa libreta que lleva en la mano, as¨ª la ve¨ªa, la quer¨ªa y le podr¨ªa pegar a usted por ello, era muy tremendo
¡°Ten¨ªa que andar detr¨¢s de ¨¦l, esa libreta que lleva en la mano, as¨ª la ve¨ªa, la quer¨ªa y le podr¨ªa pegar a usted por ello, era muy tremendo¡±, comenta Magdalena hoy en su casa, donde posteriormente crecieron sus 12 hijos, ajena al jolgorio que se montaba por donde esta mujer menuda, dulc¨ªsima, trabaj¨® de ni?a cuidando al Nobel y sirviendo a sus abuelos Nicol¨¢s y Tranquilina. Lo hizo casi desde que lleg¨® un d¨ªa a aquel pueblo despu¨¦s de un viaje en burro, ¡°una semana, aguantando sol y hambre¡±, desde Valledupar.
Reliquia viva, aire de los recuerdos que congregaron ayer, llegados de todas partes de Colombia y otros lugares, a devotos de Garc¨ªa M¨¢rquez (Aracataca, 6 de marzo de 1927) como a un ritual, Magdalena Bola?o parec¨ªa ajena al mundo de sue?os que ella quiz¨¢s contribuy¨® a edificar cont¨¢ndole alguna historia o sencillamente cuidando que no le acecharan las desgracias azarosas.
As¨ª, entre las atenciones de gentes como Magdalena o la formaci¨®n medio licenciosa y guiada a partes iguales por los gui?os de la naturaleza y el fanatismo por la curiosidad cient¨ªfica, pol¨ªtica, art¨ªstica, vital que le leg¨® su abuelo Nicol¨¢s, Gabo lleg¨® a parir, entre otras cosas, Macondo. ¡°Es muchos lugares, pero no hay duda de que el eje de ese territorio literario, m¨¢gico y universal est¨¢ aqu¨ª, en Aracataca¡±, comentaba en el acto de apertura del Hay, Jaime Abello, su colaborador de confianza al frente de la Fundaci¨®n Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Garc¨ªa M¨¢rquez en 1994 con sede en Cartagena.
Macondo: ¡°Es muchos lugares, pero no hay duda de que el eje de ese territorio literario, m¨¢gico y universal est¨¢ aqu¨ª, en Aracataca
Aunque hoy no se aprecie, es f¨¢cil imaginar que hubo un tiempo en Aracataca en que no lleg¨® a morirse nadie. Tambi¨¦n que el hielo que una buena tarde vio por primera vez Aureliano Buend¨ªa bien podr¨ªa asemejarse al diamante m¨¢s grande del mundo envuelto en un cofre del que emanaba un aliento glacial, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crep¨²sculo.
Se hubiera derretido aquella piedra preciosa ayer del calor sofocante que acompa?aba a los peregrinos en Aracataca. Hasta all¨ª se desplazaron, como imantados por aquella octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia que un d¨ªa llev¨® a Macondo el gitano Melquiades, cientos de fieles que convirtieron en fiesta el encuentro. Una fiesta con mensaje presidencial y presencia de dos ministros del Gobierno colombiano: la de Cultura, Mariana Garc¨¦s, y el de Vivienda, Ciudad y Territorio, Luis Felipe Henao, que se encarg¨® de anunciar que las obras de la presa iban hacia adelante y congratularse de que, al fin, hac¨ªa un a?o, el pueblo dispon¨ªa de agua potable.
En la ceremonia, oficiada por Abello, participaron el escritor Juan Gabriel V¨¢squez, el experto en el autor, Conrado Zuluaga o la documentalista brit¨¢nica Kate Horne, que contemplaban boquiabiertos c¨®mo un profesor de literatura abogaba por transmitir la obra del Nobel a los j¨®venes invent¨¢ndose cuentos como los suyos en los que, en un suspiro, dos personajes se encuentran en una plaza y mantienen una conversaci¨®n picante y nutrida por todos los t¨ªtulos de las novelas que ha escrito Garc¨ªa M¨¢rquez.
V¨¢squez invit¨® al p¨²blico a que uno de los mejores homenajes que se le pod¨ªan hacer era aprenderse de memoria los comienzos de sus novelas
De sus curiosidades acad¨¦micas, de la creciente universalidad a los chismes ¨C¡°c¨®mo es que un d¨ªa, Vargas Llosa le empuj¨® un pu?o a Gabo¡±, se preguntaban, algo que ha quedado sellado por un pacto de silencio entre caballeros-, no hubo tapujos, ni requiebros ante lo que all¨ª se plante¨®. La admiraci¨®n entre ambos autores es lo que cuenta y s¨ª pudieron saber que el d¨ªa en que a Vargas Llosa se le comunic¨® que hab¨ªa ganado tambi¨¦n el Nobel, ¨¦ste acababa de releer?Cien a?os de soledad. Pero no s¨®lo eso, sino que en las calificaciones de 10 al 20 que el escritor peruano se?ala al final de cada libro, le reserv¨® la misma, seg¨²n V¨¢squez, ¡°que da a Flaubert o a V¨ªctor Hugo: un 20¡±.
De reivindicaciones a homenajes se visti¨® en gran parte el acto. Entre las primeras, denunciar, que el absurdo bloqueo de sus derechos en Colombia ¨Cdetentados por la editorial Norma- hacen imposible que se le pueda difundir como es debido en su propio pa¨ªs. Entre los reconocimientos, una c¨¢lida y sentida propuesta de V¨¢squez, quien invit¨® al p¨²blico a que uno de los mejores homenajes que se le pod¨ªan hacer era aprenderse de memoria los comienzos de sus novelas.
Buena la arm¨® el autor de la excelente, densa y sutil?Las reputaciones (Alfaguara), porque acto seguido, como en una oraci¨®n en la que el murmullo se iba encarrilando por la v¨ªa que antiguamente port¨® esplendor al lugar gracias a la l¨ªnea de la United Fruit Company, los presentes se lanzaron a entonar sus plegarias: ¡°Muchos a?os despu¨¦s, frente al pelot¨®n de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buend¨ªa hab¨ªa de recordar aquella tarde remota en la que su padre lo llev¨® a conocer el hielo¡±, ¡°Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados¡±, ¡°El coronel destap¨® el tarro del caf¨¦ y comprob¨® que no hab¨ªa m¨¢s de una cucharadita¡¡±. Am¨¦n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.