Del ¡®blues¡¯ a la cocina
El v¨ªnculo entre el hombre y la naturaleza est¨¢ en el acto de transformar la materia prima en alimento
Muchos son los aniversarios literarios que se conmemoran este a?o. En las p¨¢ginas culturales de los medios, que siempre han hecho gala de cierto panurgismo ¡ªcomo los corderos de aquel reba?o que siguieron gregariamente al que Panurgo (Gargant¨²a, IV-8) arroj¨® por la borda¡ª, los glosaremos oportunamente: desde el casi et¨¦reo Platero y yo al divino Marqu¨¦s de Sade, que falleci¨® en diciembre de 1814, fue enterrado en Charenton bajo una l¨¢pida sin nombre, y cuyo cr¨¢neo tuvo el dudoso honor de ser paseado por el mundo para ilustrar las tesis de los fren¨®logos, cuyo ¡°saber¡± era por entonces tendencia. Perm¨ªtanme, sin embargo, que mencione un modesto aniversario que poco tiene que ver con los libros, aunque s¨ª con este ajado Sill¨®n de Orejas, en el que, adem¨¢s de leer, dormitar y ver pel¨ªculas, escucho la m¨²sica que me gusta. En 1914 se public¨® Saint Louis Blues, una canci¨®n destinada a revolucionar el jazz y que a¨²n hoy forma parte esencial de su repertorio internacional. Su autor fue W.?C. Handy (1873-1958), un humilde compositor de Alabama que tocaba m¨²sica negra tradicional y que, como cuenta Ted Gioia en El canon del jazz (Turner), escuch¨® por vez primera los sonidos del blues gracias a un an¨®nimo guitarrista que cantaba ¡°acompa?¨¢ndose con el rasgueo de un cuchillo en las cuerdas¡±. El ¨¦xito de Saint Louis Blues fue inmediato y su melod¨ªa se convirti¨® en todo un emblema. Como tal ha sido interpretado por los m¨¢s grandes, tanto en sus versiones instrumentales como vocales, aunque en mi opini¨®n nadie ha sabido cantarlo mejor que Bessie Smith, que punteaba la melod¨ªa con su voz quebrada y dolorida: v¨¦anla en YouTube, interpret¨¢ndose a s¨ª misma en el cortometraje Saint Louis Blues (Dudley Murphy, 1929), en la prehistoria del cine sonoro. De jazz habla tambi¨¦n ¡ªy lo hace estupendamente¡ª Geoff Dyer en Pero hermoso, reeditado por Random House en nueva traducci¨®n de Cruz Rodr¨ªguez Juiz. Dyer compone su libro ¡ªmitad documento biogr¨¢fico, mitad ficci¨®n¡ª a partir de un procedimiento cl¨¢sico: una especie de road movieen la que dos personajes (Duke Ellington y el saxofonista Harry Carney) van desgranando an¨¦cdotas y situaciones de la vida de otros siete colegas, desde el gran Lester Young (cuya m¨²sica, dec¨ªa Cort¨¢zar, siempre habla de alg¨²n modo de la muerte) a los no menos grandes Charlie Mingus o Thelonius Monk. Dyer, que no oculta su intenci¨®n de presentar a los m¨²sicos ¡°no como eran, sino como a m¨ª me parec¨ªan que eran¡±, utiliza su inventiva sin descontrolarse, enraiz¨¢ndola en el terreno abonado de las biograf¨ªas de sus sujetos y logrando, con esa alquimia, uno de los m¨¢s bellos homenajes al jazz que he le¨ªdo.
Ricachos
La Biblia est¨¢ repleta de advertencias sobre la acumulaci¨®n ego¨ªsta de las riquezas. Recuerdo, por ejemplo, ese feroz escrache apost¨®lico que lanza Santiago (5, 1-6) contra los ricos: ¡°Vuestras riquezas est¨¢n podridas y vuestros vestidos apolillados¡±. Pero a la mayor¨ªa de los ricos nunca les ha importado un ardite la situaci¨®n o el destino de quienes no lo son, al menos mientras est¨¢n ocupados en amasar su fortuna y pueden permitirse ahogar los escr¨²pulos de su mala conciencia: Balzac, cuya Comedia Humana rebosa de grandes fortunas repentinas, pone en boca de Vautrin en El t¨ªo Goriot algo que el novelista ha visto demasiadas veces: ¡°El secreto de las grandes fortunas sin causa aparente es un crimen olvidado¡±. Henry Ford, uno de los grandes art¨ªfices de la ¡°racionalizaci¨®n¡±?que supuso el trabajo en cadena explicaba sin sonrojarse que era bueno que?cada?trabajador ocupara?siempre?el mismo puesto porque ¡°caminar?no?es?una actividad remuneradora¡±: Chaplin nos dej¨® en Tiempos modernos (1936) la m¨¢s ic¨®nica (aunque para entonces ya obsoleta) representaci¨®n de esa alienaci¨®n fordista que estuvo en la base de la segunda revoluci¨®n industrial. De aquellas lluvias vinieron nuevos lodos, como esa ¡°habitaci¨®n¡± llamada ¡°de los echados¡± (o ¡°del aburrimiento¡±) en la que algunas megacorporaciones japonesas (Hitachi, Toshiba, Panasonic, etc¨¦tera) todav¨ªa confinan a los trabajadores cuyos puestos de trabajo han sido abolidos y que, sin embargo, no aceptan la propuesta de jubilaci¨®n anticipada y siguen en la empresa. El despido masivo en Jap¨®n es algo todav¨ªa tab¨², de modo que las grandes empresas no saben qu¨¦ hacer con esos juguetes rotos, as¨ª que all¨ª pasan los largos d¨ªas consumi¨¦ndose y rellenando el obligado informe acerca de las actividades que (no) han llevado a cabo: ya ven, el infierno existe, pero no es nada del otro mundo. Desde lo de Lehman Brothers las cosas se han puesto tan feas que la izquierda (donde todav¨ªa existe) ha perdido el monopolio de la cr¨ªtica de los ego¨ªsmos, estupideces y disfunciones del capitalismo. Despu¨¦s del mantra del capitalismo compasivo y de las (ef¨ªmeras) proclamas iniciales acerca de su ¡°refundaci¨®n¡±, ahora llega Ego (Ariel), de Frank Schirrmacher, un aut¨¦ntico best seller en Alemania, en el que se denuncia desde el conservadurismo ¡ªy con grandes dosis de nostalgia¡ª el ego¨ªsmo de la nueva econom¨ªa trasplantada a la UE desde EE?UU. Schirrmacher, que ve la N¨¦mesis de la actual civilizaci¨®n en el trinomio sin alma ej¨¦rcito-mercado-ordenador, viene a afirmar que el capitalismo se ha desbocado merced a la interacci¨®n imperialista y globalizadora de modelos matem¨¢ticos que no exist¨ªan antes de la ¨¦poca de la inform¨¢tica. Las personas, afirma, se han ido alejando y desvinculando de los dem¨¢s, gracias a un proceso (la generalizaci¨®n de la teor¨ªa de la elecci¨®n racional) que sanciona el ego¨ªsmo de cada cual, lo que no deja de recordar a la inefable Ayn Rand, mentora de juventud del se?or Greenspan. La ¨²nica soluci¨®n para detener el Apocalipsis ser¨ªa transformar la actual maquinaria del capitalismo mediante la colaboraci¨®n entre todos (y cuando dice ¡°todos¡± quiere decir todos). Pero me pregunto yo si no ser¨ªa mucho m¨¢s realista hacer de una vez la revoluci¨®n.
Cocinar
Somos el ¨²nico animal cocinero. Y, de hecho, afirma Michael Pollan en su nuevo libro Cocinar (Debate), esa antiqu¨ªsima actividad es lo que nos ha hecho humanos. A lo largo de su instructivo ensayo, el autor reivindica el acto de cocinar, es decir, de transformar la materia prima de nuestro alimento, como uno de los v¨ªnculos fundamentales entre nosotros y la naturaleza. Y clasifica la evoluci¨®n hist¨®rica de la cocina seg¨²n los cuatro elementos: la del fuego, llevada a cabo por hombres en el exterior de la cueva y que no requer¨ªa mucho m¨¢s que el combustible; la del agua, reservada a las mujeres, que herv¨ªan los alimentos en recipientes artificiales en el interior de las cuevas; la del aire, que consegu¨ªa transformar los alimentos proporcionados por las semillas (el pan), y la de la tierra, que no requiere necesariamente del calor y que nos ense?¨® a fermentar alimentos y bebidas. Pollan, cuyo El dilema del omn¨ªvoro (Hirukuna, 2006) constituy¨® un aut¨¦ntico best seller en Estados Unidos, ilustra los diferentes procesos de cocci¨®n con numerosos ejemplos y an¨¦cdotas. Un libro mucho m¨¢s entretenido y que ense?a a comer mejor que la mayor parte de los programas televisivos a cargo de cocineros y triperos varios.
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