Emperatriz de Roma
Mary Beard, experta en cl¨¢sicos de la antig¨¹edad, domina el g¨¦nero con sus estudios y cr¨ªticas La brit¨¢nica sostiene que nuestros dilemas son los mismos que los de los tiempos de Cicer¨®n
Mary Beard (Much Wenlock, Reino Unido, 1955) est¨¢ considerada hoy en d¨ªa la m¨¢s relevante e influyente especialista en los cl¨¢sicos de la antig¨¹edad, pero tambi¨¦n una mujer de armas tomar. Autora de obras de referencia como El triunfo romano o Pompeya, espl¨¦ndidas monograf¨ªas sobre el Parten¨®n o el Coliseo, o una apasionante pesquisa sobre la pionera de los estudios cl¨¢sicos Jane Harrison, es asimismo una persona con un impacto directo sobre la opini¨®n p¨²blica a trav¨¦s de su columna en The Times y su seguid¨ªsimo (y a menudo tan divertido) blog en Internet, que ha dado origen ya a dos libros muy populares. Catedr¨¢tica de Cl¨¢sicas en Cambridge, Beard, editora de temas cl¨¢sicos del Times Literary Supplement, es a la vez una cr¨ªtica temible, que te zarandea una traducci¨®n de Tuc¨ªdides como un terrier a un conejo, despedaza (con extrema propiedad todo hay que decirlo) una biograf¨ªa de Adriano o descalifica a un prestigioso ¡ªy algo pomposo¡ª estudioso del mundo aquem¨¦nida sin que le tiemble el pulso. Tras observar c¨®mo trata a gente tan docta en su ¨²ltimo libro La herencia viva de los cl¨¢sicos (Cr¨ªtica), me dirijo a la entrevista con Mary Beard comprensiblemente acongojado, con la negra ansiedad en la grupa, que dir¨ªa Horacio (¡°post equitem sedet atra cura¡±).
La historiadora vive a las afueras de Cambridge, en un tranquilo barrio de bonitas casitas, puro territorio Mister Chips, con chimeneas y amplias bibliotecas, en el que todos sus habitantes parecen ser profesores eruditos que consagran las tardes a releer a Eur¨ªpides, en griego. Por el temor a llegar tarde a la cita arribo tan pronto que tengo que esperar dando vueltas por el vecindario, cargando las flores que he comprado para propiciar a la estudiosa y tambi¨¦n por compensarla un poco de la sucia campa?a de ataques ¡ªcon insultos mis¨®ginos y comentarios infames sobre su aspecto f¨ªsico¡ª que ha recibido de los troles de Internet tras hablar positivamente de los inmigrantes en un programa de la BBC. Llamo al final a la puerta y abre Beard. Me parece m¨¢s joven, delgada y atractiva que en las fotos, pero igual de despeinada. Con algo de sibila, me digo, aunque trato de borrar de mi cabeza su descripci¨®n de c¨®mo se sentaba la Pitia en su tr¨ªpode con las piernas abiertas para que los vapores del esp¨ªritu prof¨¦tico pudieran entrarle en la vagina. La sigo por el recibidor y un pasillo lleno de libros apilados en el suelo y descendemos por una escalera hasta la amplia y abigarrada cocina ¡ªen un estante puedo ver una peque?a vitrina con dos must¨¦lidos disecados¡ª presidida por una larga mesa en la que se amontonan vol¨²menes de historia y papeles. No hay vino de una jarra sabina: la clasicista se prepara un caf¨¦ y me sirve un t¨¦. Le se?alo un cuervo de pl¨¢stico encima de la nevera, y, en un momento de feliz inspiraci¨®n, le pregunto si es el de aquel pillo que se lo present¨® a Augusto y que graznaba dando vivas al victorioso ganador de la batalla de Actium y vencedor de Antonio; previsor, el tipo ten¨ªa otro preparado que a quien adulaba era a Antonio, por si acaso (la historia la recoge ella en La herencia viva de los cl¨¢sicos, en un cap¨ªtulo sobre el sentido del humor de Augusto). Sonr¨ªe (he ganado un punto) y me relajo un poco.
Los romanos fueron sus grandes cr¨ªticos. Es el propio T¨¢cito el que dice lo de ¡®crean un desierto y lo llaman paz
El conocimiento de los cl¨¢sicos antiguos ha tenido tradicionalmente un marchamo de high class en Reino Unido, apunto. ¡°De alguna manera sigue siendo un sello de buena educaci¨®n, el lat¨ªn y el griego eran una forma de entrar en una ¨¦lite sociocultural, aqu¨ª y en otras partes. La paradoja es que el conocimiento de los cl¨¢sicos marca una frontera en el nivel de educaci¨®n de una persona, pero a la vez est¨¢ m¨¢s extendido de lo que la gente admite¡±. Ante mi cara de sorpresa contin¨²a con un brillo divertido en sus ojos grises ¡ªpura Atenea glaucopis¡ª: ¡°Los cl¨¢sicos han invadido la cultura popular, desde la sitcom de 1969 de gran ¨¦xito Up Pompeii a la nueva comedia romana Plebs, pasando por tantas pel¨ªculas de sword & sandals, p¨¦plums. O ese Gladiator que tanto te gusta. En realidad, una cosa que muchos compartimos es haber sido conquistados por Roma. Eso hace que Asterix sea tan popular. La gente manifiesta una gran aprensi¨®n ante los cl¨¢sicos, un miedo injustificado de que son extra?os y dif¨ªciles, pero en realidad sabe mucho m¨¢s de ellos de lo que cree. Todo el mundo sabe lo que son los gladiadores y no hay nadie que no reconozca lo que es una columna: sabes que est¨¢s ante un museo o un banco¡±. Levanto la cabeza del bloc y capto el malicioso destello de broma en la mirada de Beard. ¡°En realidad usamos la cultura cl¨¢sica todo el rato, aunque no nos demos cuenta. Hay que hacer a la gente m¨¢s consciente de eso. Los bloques de construcci¨®n del mundo occidental tienen mucho que ver con los cl¨¢sicos. Piensa en Dante, por ejemplo. Hay que estar en contacto con la cultura romana para formar parte de la civilizaci¨®n occidental. ?Sabr¨ªas qu¨¦ representa un cuadro con una mujer abrazada por un cisne si no conoces los cl¨¢sicos?, ?entender¨ªas por qu¨¦ es un cisne y no un pollo?¡±. Aprovecho la referencia a Leda y Zeus camuflado de ave y copulando complejamente para preguntarle por la obsesi¨®n romana por esa extra?a pareja. ¡°Es sexo extremo¡±, zanja.
¡°Nuestros dilemas son los mismos de los romanos¡±, contin¨²a. ¡°En el 63 antes de Cristo, Cicer¨®n salv¨® la Rep¨²blica conculcando el Estado de derecho, la ley. ?Cu¨¢n lejos debemos llegar en suspender la ley, las garant¨ªas, para salvar al Estado? Guant¨¢namo es Cicer¨®n. Cuando pones juntos a Cicer¨®n y el 11-S los estudiantes enseguida lo entienden. Compartimos muchas cosas con los romanos. Eso no es raro. Porque en buena medida hemos aprendido a actuar leyendo a Cicer¨®n. Hemos aprendido a resolver nuestros dilemas morales, a pensar nuestras cosas, a trav¨¦s de los cl¨¢sicos. Ciertamente, hay tambi¨¦n otras influencias en la cultura moderna. No estamos prisioneros del mundo cl¨¢sico¡±. Se refiere al cristianismo, claro. ¡°S¨ª, y el juda¨ªsmo y tantas otras cosas. Pero hemos heredado el pensamiento griego y romano y a gente que ha hablado con ellos, que los ha le¨ªdo y asimilado. Gladstone le¨ªa a Homero cada noche. Y esa lectura condicionaba su forma de pensar y hacer. No es solamente que los grandes pensadores y pol¨ªticos que nos han influido estuvieran a su vez influenciados por los cl¨¢sicos, es que los cl¨¢sicos son herramientas para entender a esas figuras de nuestro mundo, lo que pensaban y por qu¨¦ actuaban como lo hicieron¡±.
Los romanos ten¨ªan muchas cosas admirables, desde luego, acueductos, carreteras, el derecho, etc¨¦tera, pero ?c¨®mo pod¨ªan juntar refinamiento y sabidur¨ªa con violencia como lo hicieron? ¡°Eso es lo complejo, lo dif¨ªcil, ver que eran tan parecidos y sin embargo presentaban algunos rasgos que nos inquietan. Hay que decir, sin embargo, que los romanos fueron los grandes cr¨ªticos de s¨ª mismos. Hab¨ªa muchas voces en Roma contra la corrupci¨®n, el militarismo, la injusticia¡±. Vaya, ?por ejemplo? ¡°T¨¢cito. Recuerda el discurso de Calgaco, el jefe britano, que recoge en las p¨¢ginas de Agr¨ªcola. ¡®Los romanos, cuya soberbia en vano se evita con la obediencia y el sometimiento. Saqueadores del mundo, si el enemigo es rico se muestran codiciosos, si es pobre, desp¨®ticos¡¯. Un discurso que culmina con las c¨¦lebres palabras ¡®a la rapi?a, el asesinato y el robo los llaman por mal nombre gobernar y donde crean un desierto, lo llaman paz¡± (atque ubi solitudinem faciunt, pacem apellant). ¡°?Qu¨¦ gran encapsulaci¨®n de la conquista imperial! Lo m¨¢s grande es que por supuesto esa arenga a las tropas que pone en boca del l¨ªder enemigo es en realidad obra suya, de T¨¢cito. Lo admiro mucho, especialmente al autor de los Anales¡±.
?Si nos encontr¨¢ramos con un antiguo romano nos entender¨ªamos con ¨¦l?, aparte de soportar dif¨ªcilmente su aliento ¡ªBeard ha explicado que ten¨ªan muy mala higiene bucal¡ª. ¡°Es la gran pregunta, nunca lo sabremos. A veces son como nosotros, cuando lees las cartas privadas de Cicer¨®n no es dif¨ªcil pensar que es alguien con quien podr¨ªas cenar esta noche. Y otras, cuando ves c¨®mo ese mismo Cicer¨®n castigaba a sus esclavos o trataba a su hija, parece haber una gran distancia¡±. Un elemento que nos los acerca y al cual Mary Beard dedica su pr¨®ximo libro es el humor. ¡°Algunas bromas romanas son incomprensibles, pero sorprendentemente muchas parecen de hoy mismo y son chistes de hace 2.000 a?os¡±. Vaya, y ?c¨®mo era el humor romano? ¡°Muy Monty Python, un punto absurdo, surrealista¡±. Cu¨¦ntenos un chiste romano, va. ¡°Vale: ¡®?Pero no estabas muerto?¡¯, ¡®ya ves que no¡¯, ¡®no s¨¦, no s¨¦, me f¨ªo mucho de la persona que me lo dijo¡±.
Beard ha hecho una cierta reivindicaci¨®n de algunos de los personajes m¨¢s denostados de la historia romana. ¡°Bueno, no imagino que Cal¨ªgula fuera un tipo agradable. O Ner¨®n. Pero la reputaci¨®n de los emperadores estaba determinada por el que le sucedi¨®. En caso de asesinato, el sucesor deb¨ªa hacer propaganda negra del anterior. En t¨¦rminos de sucesi¨®n de poder ten¨ªas que decir que la muerte, el asesinato, del que te hab¨ªa precedido fue necesaria. Tiberio hizo bueno a Augusto que muri¨® en la cama (quiz¨¢ con alguna discreta ayuda), Claudio malo a Cal¨ªgula. La historia est¨¢ escrita por los sucesores¡±.
El secreto de las legiones era una combinaci¨®n de poder de fuego, disciplina brutal y colaboraci¨®n con las ¨¦lites locales
Aprovechando el palo que le da a la serie Yo, Claudio por alguna morbosa escena de, precisamente, Cal¨ªgula ¡ªy que ella achaca al guionista y no a Robert Graves¡ª, le digo a Mary Beard que es una cr¨ªtica muy dura. ¡°Es cierto que puedo parecerlo, pero tengo una regla de oro: nunca escribo nada que no dir¨ªa a la cara¡±.
Con la intimidad que da la cocina y hablar de Virgilio, me atrevo a preguntarle a Beard por la violaci¨®n que sufri¨® de adolescente en un viaje estudiantil a Italia, en un tren en ruta a Mil¨¢n, un episodio del que ella misma ha escrito y que parece tener bien conjurado. ¡°No hubo violencia, sino abuso de poder, y eso me report¨® que algunos dijeran que yo hab¨ªa consentido. En realidad fue una violaci¨®n en toda regla, como la de Lucrecia. Los cl¨¢sicos lo hubieran entendido as¨ª perfectamente¡±.
Volvemos al sexo en Roma. Le digo que tengo un amigo que se ha hecho adicto al sexo romano, de tanto ver las series Roma y Spartacus, y la hago re¨ªr. ¡°?No me extra?a! La antigua Roma ha sido muchas veces excusa y cobertura para pornograf¨ªa. El caso es que lo romano parece todo desmesurado, larger than life, si me permites la expresi¨®n, los edificios, las esculturas, y tambi¨¦n el sexo¡±. En la exposici¨®n sobre Pompeya en el British Museum, recuerda Beard, lo que m¨¢s impact¨® a la gente fue la escultura de Pan copulando con una cabra en posici¨®n del misionero. ¡°Una pieza as¨ª no se podr¨ªa colocar en el museo, pero como son romanos¡¡±. ?Nos sorprender¨ªa lo que los romanos hac¨ªan en la cama? ¡°No sabr¨ªa decirte, no lo s¨¦, ?acaso sabemos todo lo que se hace y lo que no en nuestros d¨ªas? En realidad oigo a gente y no doy cr¨¦dito a lo que dicen que hacen. Supongo que exagerar¨¢n, pero no s¨¦. Las reglas sexuales, lo que puedes hacer y no en una sociedad, son muy complejas. No sabemos lo que pasaba en la intimidad de un ba?o romano. La idea de que Roma era un lugar de gran libertad sexual es un clich¨¦, como la participaci¨®n de Mesalina en un concurso de putas. Mucho de eso son im¨¢genes creadas por los cristianos para denostar el paganismo. Es cierto que los hombres romanos ten¨ªan miedo a la penetraci¨®n, pero era una cuesti¨®n de posici¨®n¡±. Me quedo masticando la polisemia (es sabido que los ciudadanos romanos pod¨ªan, ejem, penetrar, pero ser penetrados por alguien inferior socialmente se ve¨ªa como humillante). ¡°Los romanos no ten¨ªan el sentido de pecado cristiano evidentemente, pero verg¨¹enza s¨ª y culpabilidad tambi¨¦n, aunque fuera otra¡±. Hablando de verg¨¹enza, parece que la calvicie les provocaba mucha. ¡°S¨ª, era algo insoportable para ellos, a Julio C¨¦sar lo desazonaba en gran manera. Hab¨ªa muchos chistes de calvos, nosotros los hacemos m¨¢s de los sordos¡±.
?El amor era igual? ¡°El rom¨¢ntico en el sentido que le damos nosotros es una creaci¨®n muy posterior, pero exist¨ªa un amor muy intenso como prueban las l¨¢pidas funerarias y los poemas. Pero no es Sylvia Plath¡±.
Quedan tantos temas, ?y se nos acaba el tiempo! (Beard tiene un compromiso acad¨¦mico). ?Cu¨¢l era el secreto militar de las legiones? ¡°Una combinaci¨®n de poder de fuego, entrenamiento brutal y colaboraci¨®n con las ¨¦lites locales, que probablemente era lo m¨¢s importante¡±. ?El episodio m¨¢s excitante de la historia de Roma? ¡°?Excitante?¡ Bueno, en un sentido muy gore escoger¨ªa a Fulvia, la mujer de Marco Antonio, cosiendo a pu?aladas con su horquilla del pelo la lengua de Cicer¨®n en su cabeza decapitada¡±. Uh. ?El romano m¨¢s grande? ¡°Es dif¨ªcil elegir uno sin caer en el s¨ªndrome del gran hombre (grandes conquistadores = grandes carniceros). Mi personaje favorito es Eurysaces, un panadero¡±.
Marcho de casa de Mary Beard apurando preguntas mientras ella se apresura como un improbable cruce de Boadicea y Cenicienta. Amplus mulier. ?Qu¨¦ gran mujer!
Babelia
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