De gira con un mapa antiguo

En el n¨²mero musical que abre esta pel¨ªcula, ambientado segundos despu¨¦s de la feliz apoteosis que cerraba The Muppets (2001), los miembros del reparto afelpado del universo tele?eco cantan: ¡°Estamos haciendo una secuelas lo que hacemos en Hollywood / y todo el mundo sabe que las secuelas no suelen ser tan buenas¡±. No es frecuente encontrarse con pel¨ªculas que lleven escrita su autocr¨ªtica en la frente y menos a¨²n que esta resulte tan precisa y tan poco autoindulgente, porque, esencialmente, el quid la cuesti¨®n ante El tour de los Muppets es que esta segunda entrega de la afortunada resurrecci¨®n de esa mitolog¨ªa cumple, desarma con su transparente autoconciencia y s¨ª, en efecto, no es ni de lejos tan buena, ni tan carism¨¢tica como el t¨ªtulo que la precedi¨®.

Los Muppets fue un afortunado accidente: de repente, una franquicia adquirida por una gran corporaci¨®n era confiaba a un grupo de entregados fans ¡ªencabezado por el c¨®mico Jason Segel¡ª que convirtieron esa pel¨ªcula inaugural en un fest¨ªn para la nostalgia generacional y en un discurso sobre la inmadurez como resistencia que albergaba distintos niveles de lectura bajo su ligereza y esp¨ªritu l¨²dico. En El tour de los Muppets, el equipo de c¨®mplices de Segel sigue ah¨ª, pero ¨¦l ya no est¨¢ y uno se siente tentado a pensar si acaso no ser¨ªa ¨¦l quien ejerc¨ªa de guardi¨¢n de las escenas en el pelot¨®n.

El tour de los Muppets se apropia del esquema de las pel¨ªculas de robos sofisticados ¡ªcon el lejano modelo de La pantera rosa en el centro¡ª para lanzar a los personajes de gira por una Europa delirante y fuera del tiempo que incluye gulags siberianos, guetos berlineses y un Madrid donde flamenco y sones mejicanos juegan a la fusi¨®n bajo el toro de Osborne y junto a un saqueado Museo del Prado. Hay buenos n¨²meros musicales, un doble mal¨¦fico de la rana Gustavo y gags afortunados, pero todo en el interior de un conjunto algo desma?ado.