La fiesta est¨¢ inv¨¢lida
Si esta fiesta no hubiera perdido hace tiempo la seriedad que le es propia, Alberto Aguilar no hubiera cortado la oreja del quinto de la tarde
Si esta fiesta no hubiera perdido hace tiempo la seriedad que le es propia, Alberto Aguilar no hubiera cortado la oreja del quinto de la tarde, porque ese toro hubiera muerto apuntillado en los corrales y no de la gran estocada que le recet¨® su matador. Era un inv¨¢lido que se dio una costalada antes de recibir un picotazo en el caballo, no pudo con su alma en el tercio de banderillas y s¨®lo su deseo de embestir lo mantuvo en pie a duras penas en la muleta. Aguilar, muy torero, administr¨® con inteligencia el escaso fuelle del animal, y exprimi¨® su nobleza, de modo que dibuj¨® una faena a media altura, con muletazos por ambas manos cargados de aroma y gracia de un artista en un momento de brillante madurez. Los ayudados finales y, sobre todo, la magn¨ªfica estocada que cobr¨® tras marcar los tiempos del volapi¨¦ le permitieron pasear un trofeo que, en otras circunstancias mejores para la fiesta, no hubiera conseguido.
El p¨²blico aplaudi¨® a rabiar al torero, pero antes lo hab¨ªa hecho en el arrastre del toro, como prueba inequ¨ªvoca de que pronto hab¨ªa olvidado que ese animal nunca debi¨® ser lidiado en plaza de tanto cach¨¦ como esta.
Pero, claro, ya se sab¨ªa que la invalidez de la ganader¨ªa brava es un virus mort¨ªfero; pero lo que ayer ha quedado certificado es que es la fiesta la que est¨¢ inv¨¢lida e invalidada, porque s¨®lo as¨ª se puede entender que la que llaman primera plaza del mundo admita tal desaguisado.
Montealto / Capea, Aguilar, Ritter
Cinco toros de Montealto, ¡ªprimero y tercero, devueltos¡ª bien presentados; bravo y apagado el segundo, e inv¨¢lidos y nobles los corridos en tercer y quinto lugares. El cuarto ¡ªmanso y noble¡ª, y primer sobrero ¡ªinv¨¢lido¡ª, de Julio de la Puerta; segundo sobrero, de El Ventorrillo, desclasado.
Pedro Guti¨¦rrez El Capea: media tendida y ca¨ªda, un descabello ¡ªaviso¡ª y un descabello (palmas); casi entera atravesada, tres descabellos y el toro se echa (silencio).
Alberto Aguilar: pinchazo y casi entera (silencio); gran estocada (oreja).
Sebasti¨¢n Ritter: estocada ca¨ªda (silencio); casi entera atravesada ¡ªaviso¡ª, seis descabellos ¡ª2? aviso¡ª y catorce descabellos ¡ªtercer aviso¡ª (protestas).
Plaza de Las Ventas. 1 de junio. Vig¨¦simo cuarta corrida de feria. Casi tres cuartos de entrada.
Ese quinto debi¨® volver a los corrales, al igual que el tercero y el cuarto, lo que hubiera convertido la corrida en un nuevo esc¨¢ndalo con cinco toros devueltos. Pero est¨¢ visto que la autoridad y el p¨²blico prefieren echar pelillos a la mar, olvidar los males de la fiesta y aplaudir a un inv¨¢lido, que, se diga lo que se diga, es un c¨¢ncer de la fiesta.
A excepci¨®n de esa faena salerosa de Aguilar, la corrida fue otro desastre. Hubo un toro bravo, eso s¨ª, el que sali¨® en segundo lugar, que acudi¨® alegre al caballo y empuj¨® con fuerza en el primer envite; volvi¨® de nuevo, se encel¨® con su presa, la derrib¨®, se ensa?¨® con ella y el pobre equino recibi¨® una paliza monumental de la que sali¨® andando de puro milagro. Persigui¨® el toro en banderillas, pero lleg¨® sin aliento al tercio final. La dur¨ªsima pelea en el caballo lo hab¨ªa desgastado hasta el punto de que pidi¨® la muerte tras los primeros compases. Aguilar lo intent¨® sin ¨¦xito y lo pasaport¨® en silencio.
Su compa?ero El Capea pas¨® sin hacer ruido. Comenz¨® muy decidido, pero fue perdiendo gas a medida que avanzaba la tarde. Lance¨® a la ver¨®nica con cierto aire a su primero, y quit¨® despu¨¦s por chicuelinas. Con m¨¢s oficio que en comparecencias anteriores, mulete¨® a ese noble manso con facilidad y excesivas ventajas, por lo que no dijo nada. Muy despegado tambi¨¦n ante el birrioso cuarto, y se esforz¨® tanto que se hart¨® de dar pases y aburri¨® a la plaza, que no sab¨ªa qu¨¦ hacer para ahuyentar la so?arrera.
Y no le acompa?¨® la suerte al temerario Ritter, que entr¨® en sustituci¨®n del herido Paco Ure?a. Seguro, asentado y valiente se mostr¨® ante el moribundo que hizo tercero; y no le perdi¨® la cara al desclasado y violento sexto, en su empe?o de dar mantazos y trapazos a un bronco animal. La estocada cay¨® atravesada, el toro decidi¨® no humillar y el torero err¨® mucho con el descabello ¡ªhasta veinte intentos¡ª, de tal modo que el presidente asom¨® el pa?uelo del tercer aviso cuando el toro ca¨ªa y no lleg¨® a sonar.
Babelia
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