?Qui¨¦n necesita al comisario?
La Maison Rouge de Par¨ªs expone su colecci¨®n en el orden fijado por un programa inform¨¢tico
Todo empez¨® el pasado invierno, cuando el coleccionista Antoine de Galbert tuvo una extra?a ocurrencia: exponer su colecci¨®n privada sin orden ni concierto, siguiendo un criterio aleatorio y sin atender a cuestiones como la coherencia tem¨¢tica o la cronolog¨ªa de las obras. De ese roce entre obras de artistas dispares, crey¨® De Galbert, surgir¨ªan conexiones m¨¢gicas sobre las paredes del museo. Escribi¨® un correo electr¨®nico a una cr¨ªtica francesa que qued¨® at¨®nita ante la idea: ¡°Imagine a Gilbert & George pegados a W?lfli, y a Fran?ois Morellet al lado de Rebeyrolle. Creo que ser¨¢ un acontecimiento un poco provocador, pero cargado de sentido¡±, le dijo el coleccionista, gestor de empresas agr¨ªcolas y uno de los herederos de la fortuna del grupo Carrefour.
Las ocupaciones habituales de la burgues¨ªa industrial de provincias nunca le bastaron. Apasionado por el arte contempor¨¢neo, De Galbert cre¨® una peque?a galer¨ªa en Grenoble a finales de los ochenta. Hasta que en 2004 tuvo una idea m¨¢s ambiciosa: abrir un centro de arte distinto, dedicado a exposiciones con ¨¢ngulos inhabituales y donde todo visitante curioso ser¨ªa bienvenido, fuera cual fuera su formaci¨®n. Lo inaugur¨® en un antiguo pabell¨®n industrial junto al puerto parisiense del Arsenal, a dos pasos de la Bastilla y sobre una estaci¨®n fantasma cerrada en 1939 al estallar la guerra. All¨ª erigi¨® La Maison Rouge, un centro de 1.300 metros cuadrados en el que lleva una d¨¦cada con muestras de temas tan inhabituales como el uso del ne¨®n en el arte, las portadas de vinilos como espacio de expresi¨®n o la relaci¨®n entre las artes pl¨¢sticas y los psicotr¨®picos.
De Galbert celebra el d¨¦cimo aniversario del museo con la exposici¨®n Le mur (La pared), hasta el 21 de septiembre, donde expone su impresionante colecci¨®n privada, que hasta ahora hab¨ªa mantenido en la oscuridad. Y, como es habitual, el resultado se aleja de los convencionalismos: el comisario de la muestra es un programa inform¨¢tico que, siguiendo el algoritmo del llamado m¨¦todo de Montecarlo, ha establecido el orden de exposici¨®n de las 1.200 obras firmadas por 500 artistas. Aparecen colgadas en paredes abarrotadas ¡ªhay hasta 25 cuadros donde habitualmente caben solo un par¡ª, sin atender a cuestiones de formato, disciplina, valor comercial o notoriedad del artista. ¡°La idea naci¨® al observar mi biblioteca, donde la colocaci¨®n alfab¨¦tica de las monograf¨ªas crea vecindades inveros¨ªmiles. Por ejemplo, Dubuffet cohabita con Duchamp en la misma estanter¨ªa¡±, explica.
De la misma manera, la exposici¨®n enfrenta polos opuestos entre los que acaban saltando chispas, que cada uno puede analizar ¡°en funci¨®n de su mirada, sus gustos y su curiosidad¡±, apunta. Por ejemplo, el ordenador ha querido que el traje b¨¢varo de Eva Braun, del belga Guillaume Bijl, se encuentre a pocos metros de una serie fotogr¨¢fica sobre el municipio japon¨¦s de Urakami, devastado por la bomba at¨®mica. O que el c¨¦lebre retrato in absentia de Mondrian que firm¨® Andr¨¦ Kert¨¦sz conviva con otro experimento: una estampa de Klaus Kinski a cargo del exc¨¦ntrico alem¨¢n Jonathan Meese. Y que el gran lienzo que ilustra la manifestaci¨®n masiva contra Jean-Marie Le Pen en 2002, del franc¨¦s Julien Beneyton, se encuentre encima de un retrato boca abajo de George W. Bush, firmado por Jonathan Horowitz a pocos meses de distancia.
"Es un poco provocador", admite el coleccionista Antoine de Galbert
El resultado est¨¢ exento de las habituales cartelas ¡ªse pueden consultar t¨ªtulos y autores en pantallas t¨¢ctiles en cada sala¡ª y ofrece una panor¨¢mica del arte del ¨²ltimo siglo distinta a la que podr¨ªa verse en un gran museo p¨²blico y tambi¨¦n puede leerse como un autorretrato de su responsable. ¡°Los coleccionistas no somos artistas, pero construimos una obra ampar¨¢ndonos de las de los dem¨¢s¡±, dice De Galbert. Le mur se suma a una tendencia en crecimiento: la exposici¨®n p¨²blica de colecciones privadas que, en un tiempo no tan lejano, se escond¨ªan como si fueran secretos de los que avergonzarse. ¡°Ning¨²n museo quer¨ªa hacerlo. Era un tab¨²¡±. Hoy, en cambio, ambas partes han vencido el miedo y el pudor. Los museos estadounidenses llevan haci¨¦ndolo desde hace d¨¦cada y media: en 1999, el Brooklyn Museum expuso la colecci¨®n del publicista Charles Saatchi y en 2003, el Metropolitan le sigui¨® con el fondo de impresionismo de la fil¨¢ntropa Janice Levin. Un museo tan prestigioso como el Ludwig de Colonia empez¨® como sede de la colecci¨®n Haubrich, que recog¨ªa el arte degenerado que tanto detest¨® Hitler, mientras que las obras que posee Fran?ois Pinault se exponen en dos centros de arte en Venecia que no tienen nada que envidiar a cualquier museo.
La muestra se suma a la puesta en duda del rol del comisario de exposiciones. ¡°Existen precedentes. En los ¨²ltimos a?os, han sido numerosas las exposiciones guiadas por el principio de neutralizar su funci¨®n¡±, apunta la historiadora del arte Sophie Delpeux en el cat¨¢logo de la muestra. En 2006, la exposici¨®n Peintures/Malerei recogi¨® un centenar de lienzos de pintores contempor¨¢neos franceses en el Martin Gropius Bau de Berl¨ªn, orden¨¢ndolos alfab¨¦ticamente para esquivar los escalafones. Un a?o m¨¢s tarde, una muestra fotogr¨¢fica en el Pompidou, Pintores de la vida moderna, aglomer¨® las obras sin criterios cronol¨®gicos ni tem¨¢ticos. M¨¢s recientemente, el centro de arte La Friche, en Marsella, ya estructur¨® una muestra por orden aleatorio.
La muestra puede leerse como un autorretrato de su responsable
¡°Que me perdonen por esta forma de exponer, que puede parecer irrespetuosa. No quiero que vean una puesta en duda de su legitimidad¡±, se excusa De Galbert. Pero resulta innegable que su muestra permite abrazar el arte de manera inusualmente l¨²dica y liberadora en un contexto tan solemne como las cuatro paredes de un museo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.