La pasi¨®n madrile?a de Goya
El pintor dej¨® su impronta en la ciudad donde conoci¨® la enfermedad, el gozo y la fortuna
Pueblo. Corte. Fiesta. Drama. Tal fue la secuencia de escenarios recorridos apasionadamente en Madrid por Francisco de Goya, sin duda el artista for¨¢neo m¨¢s entra?ado con la ciudad. Por tal raz¨®n y desde hace dos siglos largos, forma parte ¨ªntegra del patrimonio simb¨®lico y del imaginario madrile?o. Lo mejor de su obra se encuentra entre el Museo del Prado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Palacio Real y el Banco de Espa?a. Tambi¨¦n cabe contemplarla en otros museos, como el L¨¢zaro Galdiano, as¨ª como en mansiones y colecciones particulares.
Frente al edificio del Prado, su figura es evocada en Madrid desde 1902 gracias al cincel de Mariano Benlliure, en una las mejores y bronc¨ªneas estatuas del escultor valenciano. De igual modo, llevan el nombre de Goya una estaci¨®n de Metro y una calle, la arteria m¨¢s comercial del barrio de Salamanca, jalonada por una enorme testa del aragon¨¦s. Cines, teatros, colegios e institutos han exhibido en Madrid el nombre del pintor universal a lo largo de dos siglos.
De apellido originario del Pa¨ªs Vasco, Goya llega a Madrid con apenas veinte a?os. Procede de la villa zaragozana de Fuendetodos, donde nace en 1746 en el seno de una familia hidalga que ha perdido la documentaci¨®n probatoria de su condici¨®n social. Este hecho causar¨ªa en ¨¦l un persistente trastorno. Observador y creativo, vital y laborioso, ser¨¢ mandadero infantil entre molinos en su pueblo, con un amor duradero hacia la vida campestre que plasmar¨¢ en muchas de sus obras. Sin embargo, ser¨¢ ciudadana y madrile?a gran parte de su vida. Tras un viaje a Italia, en Madrid residir¨¢ en domicilios de calles como las de Fuencarral, esquina a San Onofre; la de Valverde y la de Santiago. Frecuentar¨¢ todos los ambientes, desde los populares de la Pradera de San Isidro, que inmortalizar¨¢ con sus pinceles ¡ªperfilando al mismo tiempo la hist¨®rica l¨ªnea de paisaje de la ciudad hacia Poniente¡ª hasta los palacios de los nobles como el de El Capricho, de los duques de Osuna, cerca de Barajas, o el de Boadilla del Monte, donde retratar¨¢ al infante interiormente exiliado Luis Antonio de Borb¨®n, a su esposa, la marquesa de Vall¨¢briga, y a la condesa de Chinch¨®n, esposa de Godoy.
En Madrid se casar¨¢ Goya en 1776 con Josefina Bayeu, familiar de una saga de artistas de C¨¢mara que, pese a exprimirle laboralmente ¡ªotra de las causas de sus pesares¡ª le entroncar¨¢n con la Casa Real, no sin antes haber consumido a?os de aprendizaje pict¨®rico en los que dibujar¨¢ cuantiosos cartones, de corte a¨²n barroco, para tapices de la real f¨¢brica situada, entonces, en el barrio de la Justicia. Tambi¨¦n en Madrid tendr¨¢ Goya a sus hijos, de los que ¨²nicamente sobrevivir¨¢ Javier; trabar¨¢ asimismo amistad con su ¨ªntimo confidente Zapater y con el dramaturgo Leandro Fern¨¢ndez Morat¨ªn, vecino de la calle de San Juan, con los que coincidir¨¢ m¨¢s adelante en el exilio bordel¨¦s por su mutua condici¨®n de afrancesados. Fue Morat¨ªn quien cont¨® que su amigo pintor form¨® parte de una cuadrilla de toreros, presumiblemente para huir de la justicia durante su mocedad, consecutivamente a un episodio de violencia. Expresivo y sociable, en el dibujo, la pintura y el grabado descubrir¨¢ Goya la v¨ªa de salida de su poderoso estro art¨ªstico, proceso alterado intermitentemente, a partir de 1790, por una acentuada bipolaridad de cu?o depresivo que le alejar¨¢ de los pinceles durante dos a?os.
Frecuentar¨¢ todos los ambientes, desde los populares hasta los palacios de los nobles
El ¨¦xito llegar¨¢ a sus puertas en Madrid, cuando Goya sea ya un avezado cuarent¨®n. Sus mejores retratos llevar¨¢n la impronta madrile?a, como el que representara a Carlos Guti¨¦rrez de los R¨ªos, s¨¦ptimo conde, y luego primer duque, de Fern¨¢n N¨²?ez, excelente diplom¨¢tico, quien fuera regidor perpetuo de la ciudad. En este retrato, que figura entre los mejores del mundo al decir de cr¨ªticos de arte como Jos¨¦ Cam¨®n Aznar, que fue pintado en 1803, muestra la particularidad de representar al arist¨®crata con atuendo de majo. Ataviada asimismo de maja retratar¨¢ magistralmente, en otro memorable lienzo que hoy cabe admirar en la National Gallery de Londres, a Isabel Lobo Velasco, ronde?a afincada en Madrid, musa de los constitucionalistas por su excelsa belleza y casada con el ministro de Ultramar, Antonio Porcel. Fue Porcel mentor de la important¨ªsima Ley de Prensa e Imprenta previa a la Constituci¨®n de C¨¢diz de 1812, pr¨®cer igualmente efigiado en Madrid por el artista aragon¨¦s, si bien como cazador, en un cuadro perdido en un incendio en Buenos Aires, como ha documentado el estudioso Jos¨¦ Valverde.
Goya fue un devoto aficionado a la caza. El Monte de El Pardo, hist¨®rico vivero cineg¨¦tico de Madrid, atrajo su afici¨®n cazadora; su saber sobre este mundo de presas y armas lo plasm¨® el pintor con gui?os como el de incluir las distintivas y min¨²sculas marcas de los armeros en todos los lienzos donde figuraba un monarca o un noble provistos de escopeta, seg¨²n ha subrayado ?lvaro Soler, conservador de la Real Armer¨ªa del Palacio Real de Madrid.
En las sangrientas jornadas de mayo de 1808, con la invasi¨®n napole¨®nica de Madrid y los feroces enfrentamientos tras el alzamiento popular contra los ocupantes, Francisco de Goya, que resid¨ªa en Madrid desde 1766 e, ininterrumpidamente, a partir de 1781, se ausenta de la ciudad y no pintar¨¢ las conmovedoras escenas de aquellos acontecimientos ¡ªLos fusilamientos del Tres de Mayo y La carga de los mamelucos, lienzos ambos de alcance universal¡ª hasta unos a?os despu¨¦s. Y ello tras haber formado parte inicialmente de la corte de Jos¨¦ I, el rey impostor, instalado a sangre y fuego por su hermano Napole¨®n Bonaparte en Madrid. Goya engrosar¨ªa la comitiva de varios miles de familias espa?olas que se exiliaron a Francia tras la salida de Jos¨¦ Bonaparte. De poco antes data una alegor¨ªa del reinado josefino, sucesivamente repintada por Goya con lemas pol¨ªticos distintos, a tenor de la evoluci¨®n de los acontecimientos en Madrid. Este curioso cuadro, que posee un medall¨®n central a modo de cuba, se conserva en el hoy Museo de Historia, en la calle de Fuencarral, en un palacio anteriormente llamado del Hospicio, con p¨®rtico churrigueresco de Pedro de Ribera y cornisa her¨¢ldica.
Tras lograr el perd¨®n de Fernando VII, el rey encomienda a Goya la hechura de un retrato de lord Wellington, aliado de Espa?a en su lucha contra Napole¨®n. Cuenta la leyenda que ambos personajes, pintor y general, los dos de recio temperamento y conocedores de las armas, durante las obligadas poses del efigiado que el retrato demandaba se enzarzaron en una discusi¨®n que estuvo a punto de acabar a tiros.
Tras lograr el perd¨®n de Fernando VII, el rey le encomend¨® un retrato de lord Wellington, aliado de Espa?a
Madrid fue tambi¨¦n el lugar donde Goya pudo satisfacer su afici¨®n a los toros y ser¨ªa en la plaza situada junto a la Puerta de Alcal¨¢, edificada en 1754 con planos de Ventura Rodr¨ªguez, trazador de las fuentes de Neptuno y Cibeles, y Francisco Moradillo, rehabilitador de las Comendadoras, donde el aragon¨¦s presenciar¨ªa la cogida mortal del diestro matador Pepe Hillo, el 11 de mayo de 1801. La plaza fue demolida en 1874. Tras protagonizar en Madrid un ¡ªal parecer t¨®rrido¡ª romance con Mar¨ªa Teresa Pilar Cayetana de Silva y ?lvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba, prolongado en el coto de Do?ana, Goya, encandilado por la dama tonadillera, sufri¨® amargamente su muerte un a?o despu¨¦s: se asegura que fue ella quien pos¨® como maja en sus dos c¨¦lebres lienzos.
Andar¨ªn impetuoso, oteador de caza, charlista, Goya pate¨® Madrid de arriba abajo, desde el Palacio Real hasta el r¨ªo, en cuya ribera, sobre una ermita neocl¨¢sica, pint¨® los frescos sobre el? milagro del portugu¨¦s San Antonio de Padua, considerados como obra maestra. Otra prodigiosa obra, La ¨²ltima comuni¨®n de san Jos¨¦ de Calasanz, fue pintada para la sede de las Escuelas P¨ªas de la calle de la Farmacia, si bien ser¨ªa trasladada a otra sede colegial de la calle de Gaztambide, cerca del barrio de Arg¨¹elles.
Pese a la trepidante vida seguida por Francisco de Goya en Madrid, tanto en la Corte ¡ªdonde retrat¨® a Carlos III y a la familia real de Carlos IV, m¨¢s la de Fernando VII¡ª como en los mentideros, donde abundaban las tan caras para ¨¦l escenas populares, la sordera, severa a partir de 1791, hab¨ªa ido dejando a Goya en una situaci¨®n de progresivo aislamiento. Sepultado en una cadena de depresiones de creciente gravedad, tanta que, seg¨²n su bi¨®grafo, el psiquiatra ecl¨¦ctico, Francisco Alonso Fern¨¢ndez, "estuvieron a punto de conducirle a la muerte en torno al a?o 1792", Goya se sobrepuso, pero pas¨® a realizar pinturas negras, con tramas, colores y composiciones de este tenor como El naufragio y El carro de los locos. Para Alonso Fern¨¢ndez, "Goya fue un pintor de estados de ¨¢nimo" que alternar¨ªa estil¨ªsticamente sus obras desde un expresionismo inicial a un delicado impresionismo, como en La lechera de Burdeos.
"Pudo superar a la enfermedad gracias a la extraordinaria sociabilidad y comunicabilidad que conserv¨® a lo largo de toda su vida", explica el doctor Alonso Fern¨¢ndez, quien ha trazado en torno al artista aragon¨¦s un cuadro maniaco-depresivo, hoy m¨¢s propiamente llamado trastorno bipolar, para singularizar sus dolencias ps¨ªquicas. Al decir de cr¨ªticos y estudiosos, el pintor universal plasm¨® las fantasmagor¨ªas inducidas por su enfermedad sobre los muros de una casa por ¨¦l adquirida en una entonces apartada quinta de la ribera del Manzanares, encaramada sobre un altozano y unida a un caser¨®n de labor sobre un paraje conocido como Las Huertas de Ram¨®n, hoy en el barrio de Aluche. Antes de habitarla, la quinta ya se llamaba de El Sordo. La casa, demolida en mayo de 1908, ser¨ªa inicialmente heredada por su hijo Javier Goya, primero, y por su nieto, el marqu¨¦s del Espinar, despu¨¦s, hasta que fue vendida al bar¨®n de Erlanger. Fue este arist¨®crata quien decidi¨® arrancar de los muros de la casa las llamadas Pinturas negras, 14 piezas cargadas de patetismo, que fueron copiadas en 1876 por el pintor Mart¨ªnez Cubells y as¨ª rescatadas.
La capital fue el lugar donde pudo satisfacer su afici¨®n a los toros
Junto con Los desastres de la guerra y Los Caprichos, las pinturas negras de la quinta de Goya configuraron la irrupci¨®n del inconsciente en su obra, hito considerado revolucionario en la historia del arte pict¨®rico y en la literatura, como preludio del subjetivismo y del romanticismo, as¨ª como evidente manifestaci¨®n de lo que vendr¨ªa a ser el objeto de la pr¨¢ctica psicoanal¨ªtica. El gran enigma vivido por Goya en Madrid, semejante al que caracteriza algunas variantes de la psicosis y que genera un extra?o v¨¦rtigo en quienes contemplan sus obras m¨¢s tortuosas, es aquel que se plantea al surgir la duda sobre qui¨¦n hablaba realmente a trav¨¦s de sus m¨¢s atormentadas pinturas: si lo hac¨ªa ¨¦l mismo, fruto de una tit¨¢nica expresividad en pugna contra la depresi¨®n y llevada hasta su extremo, o bien si la respuesta a tal demanda se abisma por muy otros y tortuosos derroteros, como se?alaron durante siglos las medievales posesiones diab¨®licas.
Como colof¨®n de su agitada vida, Goya muere en el exilio voluntario de Burdeos en 1828 de un ictus apopl¨¦tico consecutivo a un prolongado estado de euforia. Muy poco antes hab¨ªa protagonizado un viaje en diligencia hasta su amado Madrid, ya con ochenta a?os de edad, con posterior retorno a la ciudad francesa. Su cad¨¢ver, decapitado al parecer por una macabra novatada estudiantil, no ser¨ªa repatriado a Madrid hasta finales del siglo XIX. Un hito con su nombre y el de sus compatriotas Mel¨¦ndez Vald¨¦s, Leandro Fern¨¢ndez Morat¨ªn y Donoso Cort¨¦s recuerda el primer lugar madrile?o, hoy cenotafio, en el que estuvo sepultado, el cementerio sacramental de San Isidro, no lejos del nicho donde permanece enterrada la duquesa de Alba, cuya autopsia revel¨®, por cierto, que le faltaba un pie.
Tiempo despu¨¦s de aquella primera inhumaci¨®n, los restos de Goya fueron trasladados a la ermita de San Antonio de la Florida, bajo los deslumbrantes frescos que la coronan. La ermita se halla a un suspiro del recoleto cementerio donde reposan los restos de los patriotas fusilados por la soldadesca napole¨®nica en la monta?a del Pr¨ªncipe P¨ªo la noche del 2 y la madrugada del 3 de mayo de 1808. Desde los prodigiosos trazos de sus pinceles y las umbr¨ªas masas crom¨¢ticas de sus pinturas m¨¢s atribuladas, Goya parece hacer suyo el lema de Miguel de Cervantes: Post tenebras spero lucem.
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