?Memoria o historia?
El dilema: ?es la memoria del historiador la misma que la del fil¨®sofo o narrador?
Un regalo envenenado
Por Reyes Mate
Javier Cercas dice que le toc¨® la loter¨ªa el d¨ªa que Enric Marco pas¨® de heroico superviviente a vulgar estafador. Ten¨ªa tema, el tema de El impostor, en el que Marco es par¨¢bola de nuestro tiempo o arquetipo de c¨®mo nos comportamos. Marco no es desde luego el primer estafador. Hace casi veinte a?os Wilkomirski, autor suizo de Fragmentos, un libro donde se inventaba una falsa infancia en un lager, provoc¨® un cataclismo. La raz¨®n de esta conmoci¨®n ten¨ªa que ver con la significaci¨®n de Auschwitz, un acontecimiento singular porque fue impensable, es decir, escap¨® a las coordenadas del conocimiento. Solo nos era accesible su significaci¨®n a trav¨¦s de los testigos. La memoria de los supervivientes adquir¨ªa un valor epist¨¦mico de primer orden. La memoria era el a priori del conocimiento, lo que da que pensar. Un enga?o en el testimonio supon¨ªa un atentado al pensar despu¨¦s de Auschwitz y eso no se pod¨ªa tolerar. El debate consiguiente se centr¨® en la verdad de lo ocurrido y c¨®mo contarlo. Estaba claro que hab¨ªa zonas de aquella realidad que escapaban a la historia y solo nos eran accesibles desde la memoria, que no es solo subjetiva, sino objetiva; que no produce solo sentimientos, sino tambi¨¦n conocimiento. La memoria del fil¨®sofo o la del narrador no es la del historiador. Muchos de estos debates asoman en la poderosa novela de Cercas, aunque ¨¦l, cuando ejerce de ensayista, opta por desacreditar la memoria. Se cuela en su obra el debate espa?ol sobre memoria e historia y eso desorienta mucho. Porque al entender la memoria como quieren los historiadores (algo subjetivo y sentimental), tira piedras sobre su propio tejado. Al fin y al cabo, lo que aqu¨ª nos convoca es un caso de falso testigo para descubrir algunas verdades a trav¨¦s de una mirada moral al pasado: la memoria.
Herida por la historia
Por Santos Juli¨¢
Muchas fueron las voces que se elevaron en la ¨²ltima d¨¦cada del siglo XX, en Francia como en Estados Unidos, para denunciar el delirio conmemorativo, el frenes¨ª de memoria que anegaba la cultura de un presente carente de futuro. La memoria se hab¨ªa convertido en una nueva industria, escrib¨ªa Kerwin Klein, y Norman Finkelstein publicaba sus reflexiones sobre la explotaci¨®n del sufrimiento jud¨ªo bajo el t¨ªtulo La industria del Holocausto. El fen¨®meno ten¨ªa que ver con la nueva funci¨®n del Estado como gran agente cultural, y con el salto de la identidad al primer plano de las pol¨ªticas de nuestro tiempo. La memoria colectiva alcanz¨® el valor de lo sagrado para dotar de legitimidad a pol¨ªticas identitarias en las que el individuo no es nada si no se disuelve en un nosotros ante quien los dem¨¢s se sienten en deuda permanente: somos v¨ªctimas, somos naci¨®n. Ante esa avalancha memorialista, el empe?o de narrar, tras una dura indagaci¨®n, los hechos de otros tiempos tal como verdaderamente ocurrieron se despreci¨® como una risible pretensi¨®n, como una pasi¨®n in¨²til por conocer ese lugar extra?o que es siempre el pasado. Y, sin embargo, nunca se repetir¨¢ demasiado que es ah¨ª, en la austera pasi¨®n por el hecho, de la que hablaba Yerushalmi, donde radica la ¨²nica posibilidad de que en la foto del pasado no desaparezca la cara de un hombre para dejar solo su sombrero, que ning¨²n Stalin pueda suprimir del cuadro a ning¨²n Trotski. No que la memoria se reduzca al ¨¢mbito de lo privado, sino que, para que cuando sea p¨²blica no caiga en mera manipulaci¨®n o en industria de falsos testigos o de gestores de la cultura, para que sea una memoria ilustrada, ha de ser y sentirse, seg¨²n la bella imagen de Paul Ricoeur, bless¨¦e par l¡¯histoire,herida por la historia.
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