Syd Barrett siempre estuvo ah¨ª
Una novela indaga en el genio y el enigma del fundador de Pink Floyd, banda que solo lider¨® en su primer ¨¢lbum, de la que fue expulsado y en la que dej¨® una huella enorme
En el Olimpo de los j¨®venes ¨ªdolos ca¨ªdos del rock, Syd Barrett ocupa un lugar tan brillante como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison o Brian Jones, quienes dejaron bonitos cad¨¢veres despu¨¦s de una breve e influyente trayectoria en los a?os sesenta. La diferencia es que estos murieron a los 27 a?os, v¨ªctimas de los excesos del final de la d¨¦cada prodigiosa, pero Syd Barrett no falleci¨® hasta 2006, cuando ten¨ªa 60 a?os, tras pasar la mayor parte de su vida en un retiro casi monacal en casa de su madre. Barrett fue el fundador de Pink Floyd en 1966, un l¨ªder carism¨¢tico y rompedor. Pero sus compa?eros, hartos de sus desvar¨ªos, le despidieron en 1968, con solo 22 a?os, y abandon¨® toda vida p¨²blica en 1974, aislado por una enfermedad mental que se atribuye al consumo del LSD, entonces en boga, pero cuyas ra¨ªces podr¨ªan ser anteriores. El misterio en torno a ¨¦l agigant¨® su figura.
Una novela del italiano Michele Mari (Mil¨¢n, 1955) indaga en el Pink Floyd perdido y sostiene la tesis de que Barrett siempre estuvo ah¨ª, que su huella y su imaginario permanecieron en la obra de la banda. Y, menos comprobable, que su sombra persigui¨® sin tregua al grupo, que el complejo de culpa, casi freudiano, por su ca¨ªda atorment¨® a sus compa?eros todo este tiempo. Rojo Floyd (que edita en espa?ol La Bestia Equil¨¢tera) pertenece al g¨¦nero de la biograf¨ªa novelada, ficci¨®n agarrada a la realidad, y es el resultado de una rigurosa investigaci¨®n sobre el personaje con todas las licencias literarias que hagan falta y unas cuantas m¨¢s.
¡°Syd era anarquista en cada una de sus fibras, no sab¨ªa ni remotamente qu¨¦ es la disciplina, todo lo reduc¨ªa a la burla, pero nosotros sab¨ªamos que solo as¨ª pod¨ªa liberar su talento¡±, dice de ¨¦l un Nick Mason de ficci¨®n, el de los cuatro que expresa menos afecto por ¨¦l. El Nick Mason de verdad hab¨ªa narrado con toda la crudeza en otro libro (Dentro de Pink Floyd, Ma Non Troppo, 2007) c¨®mo se resolvi¨® su despido. ¡°En el coche, de camino, alguien dijo: ¡®?Recogemos a Syd?¡¯, y la respuesta fue: ¡®No, joder, no vale la pena¡¯. La decisi¨®n fue completamente cruel, igual que nosotros¡±.
Desde que compusiera y cantara en 1967 casi todas las canciones de The Piper at the Gates of Dawn, el ¨¢lbum de debut de Pink Floyd y un hito del rock psicod¨¦lico, Syd Barrett es una leyenda. Sus temas de inspiraci¨®n lis¨¦rgica, con ambientes espaciales, efectos sonoros de la vida real y letras surrealistas, causaron sensaci¨®n: ¡®Arnold Layne¡¯, ¡®See Emily Play¡¯ o ¡®Astronomy Domine¡¯
Ten¨ªa un punto pop que se perdi¨® con ¨¦l, una falsa inocencia como la de los Beatles, que trabajaban en el estudio de al lado en Abbey Road. No fue capaz de aportar m¨¢s que una canci¨®n al segundo ¨¢lbum de la banda, A Sauceful of Secrets. Se encerr¨® en su impenetrable cerebro. En el escenario se quedaba abstra¨ªdo sin aviso, o tocaba una misma nota sin parar, as¨ª que le ten¨ªa que apoyar otro guitarrista, su amigo David Gilmour, que acab¨® sustituy¨¦ndole del todo. Acept¨® su expulsi¨®n sin rechistar, y sus excompa?eros le ayudaron a editar dos discos en solitario, menos comerciales, antes de desaparecer por completo.
Sin ¨¦l la banda vir¨® hacia el llamado rock progresivo y el art rock bajo la mano de hierro del bajista Roger Waters. Se impone un sonido envolvente y cuidad¨ªsimo que culmina en esa obra perfecta que es The Dark Side of the Moon (1973). El ausente Barrett es el ¡°diamante loco¡± al que dedicaron el disco Wish you were here (Ojal¨¢ estuvieras aqu¨ª) en 1975. De aquellas sesiones queda su ¨²ltima reuni¨®n: Syd apareci¨® de visita, tan ido, tan gordo y tan rapado (hasta las cejas) que sus colegas dicen que les cost¨® reconocerlo. La m¨²sica que grababan ¡ª¨¦l no sab¨ªa que en su honor¡ª le pareci¨® ¡°rara¡± y ¡°vieja¡±.
Luego vino The Wall (1979), ¨®pera rock en la que Waters vuelca sus fantasmas y obsesiones sin que puedan distinguirse de los de su antes compa?ero. En 1983 Waters daba por terminada la banda sin contar con que, a partir de 1987, reaparecer¨ªa sin ¨¦l y encabezada por Gilmour para dejar otros dos ¨¢lbumes de estudio y bastantes directos de montaje mastod¨®ntico. Syd Barrett muri¨® en 2006 y Rick Wright, el teclista clave para ese sonido envolvente que durante a?os hab¨ªa sido humillado y degradado a empleado, lo hizo en 2008, ambos por c¨¢ncer. La publicaci¨®n ahora de The Endless River, doble ¨¢lbum con material de 1993, es el adi¨®s oficial de Pink Floyd.
Un d¨ªa sus compa?eros se dijeron: "?Recogemos a Syd? ?No, no vale la pena!". ?l acept¨® el despido de su propia banda sin rechistar
En la l¨ªnea del Lennon de David Foenkinos (un falso mon¨®logo del Beatle poco antes de su muerte), Michele Mari re¨²ne todo lo que se sabe de Barrett, pero en su caso sin que el protagonista diga una palabra. Mejor as¨ª. Desfilan un sinf¨ªn de personajes: sus cuatro compa?eros de banda, familiares, estudiantes de Cambridge, el casero, colaboradores secundarios y otras estrellas de su ¨¦poca como David Bowie, Eric Clapton o los fantasmas de Stuart Sutcliffe (fundador de los Beatles fallecido en Hamburgo) y Brian Jones (el Stone muerto en su piscina).
Incluso le recuerda Johnny Rotten, cantante de los Sex Pistols, que hoy responde al nombre de John Lydon. Es sabido que, en el agitado Londres de los setenta, Rotten posaba con una camiseta de Pink Floyd sobre la que hab¨ªa escrito ¡°I hate¡± (Yo odio a¡). Para los punks, Pink Floyd simbolizaba lo que no deb¨ªa ser el rock: solemne, pretencioso, esnob. Pero Rotten dec¨ªa que habr¨ªa fichado a Syd Barrett para su banda. Por su actitud, por su descaro. No es el ¨²nico que mete a Pink Floyd en esa categor¨ªa de bandas que solo al principio merec¨ªan la pena.
Rojo Floyd se basa en un relato coral y muy fragmentario, que da al lector los elementos a trav¨¦s de los cuales debe componer su propio retrato de Syd Barrett como un rompecabezas. El narrador cambia cada par de p¨¢ginas, en forma de "confesiones, testimonios, lamentaciones, interrogaciones, exhortaciones, informes, una revelaci¨®n y una contemplaci¨®n". Cada cual se expresa en su lenguaje y tiene su visi¨®n. Hay partes cari?osas hacia Barrett, algunas de admiraci¨®n, otras que intentan pinchar el mito o le desprecian por su descenso a los infiernos. El formato funciona: la lectura resulta ¨¢gil. La tesis de unos Pink Floyd obsesionados con su compa?ero puede parecer excesiva, pero es cierto que en las letras de Waters hay continuas referencias a la locura, a lo lun¨¢tico, al aislamiento y a ese mundo de animales de f¨¢bula que Barrett tom¨® de su libro favorito, El viento en los sauces, de Kenneth Grahame.
Habr¨ªa sido atrevido que la novela se introdujera en aquella enigm¨¢tica mente. Sobre la ra¨ªz de su desequilibrio no acaba de haber una versi¨®n concluyente. Sus compa?eros lo consideraban esquizofrenia. Un estudio publicado en 2007 en The American Journal of Psychiatry sostiene que su genio deriv¨® a un estado psic¨®tico, pero ese camino ya lo segu¨ªa antes de probar el ¨¢cido, ingrediente estrella de la ola psicod¨¦lica que, venida de California, estall¨® en 1966, el a?o de Revolver y Pet Sounds.
?Fue el ¨¦xito de Pink Floyd el problema de Barrett? Mari abraza una interpretaci¨®n que explicar¨ªa la culpa de sus compa?eros. El pecado original de la banda, seg¨²n esa versi¨®n, fue explotar sin l¨ªmite su creatividad, hacerle componer canciones r¨¢pido y bajo presi¨®n. Sus excentricidades ser¨ªan al principio una coraza frente a eso, hasta que su fr¨¢gil cerebro termin¨® de quebrarse un fin de semana de junio de 1967 del que se sabe poco. Para la EMI, los ¨²nicos Pink Floyd fiables eran los dem¨¢s. Un personaje de la novela lo tiene claro: "A Syd Barrett no lo echaron porque hab¨ªa enloquecido: enloqueci¨® porque lo estaban echando".
Rojo Floyd. Michele Mari. Traducci¨®n de Eugenia Leva. La Bestia Equil¨¢tera. Buenos Aires, 2013. 256 p¨¢ginas. 25 euros (digital: 6,6).
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