Arden los mares
Las representaciones de dos ¨®peras de Benjamin Britten, ¡®Peter Grimes¡¯ en 1997 y ¡®Muerte en Venecia¡¯ en los ¨²ltimos d¨ªas de 2014, invitan a trazar un puente simb¨®lico entre ambas
El 15 de noviembre de 1997, poco m¨¢s de un mes despu¨¦s de volver a abrir sus puertas y recuperar el cometido oper¨ªstico para el que se construy¨® inicialmente, se estrenaba en el Teatro Real de Madrid una producci¨®n de Peter Grimes con direcci¨®n musical de Antonio Pappano al frente de la Orquesta y el Coro del Th¨¦?tre Royal de la Monnaie de Bruselas y direcci¨®n esc¨¦nica de Willy Decker. All¨ª qued¨® indicado claramente cu¨¢l era el mejor camino a seguir, algo que, sin embargo, muy pocas veces se ha hecho. El propio Decker firma estos d¨ªas una sombr¨ªa pero deslumbrante recreaci¨®n esc¨¦nica de Muerte en Venecia, en esta ocasi¨®n con la Orquesta y el Coro del Teatro Real, con el argentino Alejo P¨¦rez como responsable de la parte musical. En los 17 a?os que separan una y otra han subido muchos otros t¨ªtulos al coliseo de la plaza de Oriente, pero cuesta recordar propuestas que hayan atesorado la coherencia, la calidad, la enjundia y la densidad dram¨¢tica de estas dos obras maestras. Si dejamos a un lado la fallida opereta Peter Bunyan (1941), ambas flanquean a su vez, cada una en un extremo, la dilatada producci¨®n oper¨ªstica de Benjamin Britten.
Vali¨¦ndose de ¨¢ngulos, tramas y lenguajes siempre diferentes, Richard Strauss y ¡ªen la segunda mitad del siglo XX¡ª Hans Werner Henze forman junto con el compositor brit¨¢nico el triunvirato de compositores que, con una fidelidad constante a la ¨®pera a lo largo de sus carreras, m¨¢s contribuyeron a hacer de ella un g¨¦nero irrenunciablemente moderno. Peter Grimes se estren¨® el 7 de junio de 1945 en un Londres a¨²n oficialmente en guerra. El terrible drama rural se desarrolla en un pueblo innominado (The Borough), pero no cuesta identificar en ¨¦l a Aldeburgh, la localidad de la costa de Suffolk en que vivi¨® Britten durante casi toda su vida y en cuyo auditorio de The Maltings, construido por el propio compositor, se estrenar¨ªa Muerte en Venecia el 16 de junio de 1973. A¨²n d¨¦bil y convaleciente (acababa de sufrir una operaci¨®n de una grave dolencia cardiaca que hab¨ªa sido largamente diferida por ¨¦l mismo a fin de poder terminar la partitura), Britten no pudo asistir a esa primera representaci¨®n y tardar¨ªa m¨¢s de tres meses en ver la obra sobre un escenario. Pero lo importante para ¨¦l no era tanto estar presente en el estreno como que la ¨®pera, que ¨¦l sab¨ªa que ser¨ªa su despedida de un g¨¦nero que ¨¦l mismo calific¨® en 1972 del ¡°medio de comunicaci¨®n musical m¨¢s poderoso que conozco¡±, quedara completada antes de una muerte que vislumbraba cada vez m¨¢s cercana. Britten no muri¨®, como Wagner, en Venecia, que a¨²n tendr¨ªa tiempo de admirar por ¨²ltima vez pocos meses antes de fallecer, sino al lado del mismo mar que lo hab¨ªa visto nacer.
A tenor de lo apuntado hasta ahora, puede ya entreverse un primer paralelismo entre las dos ¨®peras: ambas se desarrollan junto al mar. Uno ¡ªel del Norte¡ª es temible e ind¨®mito, mientras que el otro ¡ªel Adri¨¢tico¡ª suele ser, m¨¢s a¨²n cuando se recluye y remansa en la laguna veneciana, calmo y amigable. A la postre, no obstante, los dos resultan ser igualmente mortales. Britten vivi¨® gran parte de su vida contemplando el mar de su infancia pero, desde que pas¨® dos semanas del invierno de 1949 en Venecia con Peter Pears, fue presa de una atracci¨®n irresistible por la ciudad italiana. Tras aquel viaje, ya de vuelta en Aldeburgh, Britten escribi¨® a su pareja que, a pesar de las bellezas de ¡°Venecia, Bellini y los muchachitos de Carpaccio¡±, sus recuerdos m¨¢s felices eran de ¡°la paz y la dicha de tu amor y amistad¡±, un amor tal que lo ten¨ªa por ¡°algo excepcional, tan hermoso y luminoso como este mar de aqu¨ª afuera, y tambi¨¦n con infinitas profundidades¡±.
El humilde pescador y el renombrado literato tienen en com¨²n mucho de seres desclasados, diferentes, exiliados de su entorno
Pears y los ¡°muchachitos¡± nos aportan nuevos elementos en com¨²n entre ambas ¨®peras: los jovenc¨ªsimos aprendices del pescador Peter Grimes mueren en extra?as circunstancias, lo que acent¨²a la presi¨®n del pueblo sobre un hombre hura?o, hosco en sus maneras y asocial; el escritor de ¨¦xito Gustav von Aschenbach abandona M¨²nich, en medio de una terrible crisis creativa, para sucumbir al c¨®lera en el Lido veneciano tras dejarse llevar por una pasi¨®n devoradora, reprimida hasta entonces, por el jovenc¨ªsimo Tadzio. Britten conoc¨ªa muy bien lo que eran esos deseos prohibidos, pues ¨¦l tambi¨¦n se rindi¨® con frecuencia al hechizo que ejerc¨ªan sobre ¨¦l los efebos, analizado con tino por John Bridcut en su libro Britten¡¯s Children. Y quien encarn¨® por primera vez a Grimes y Aschenbach fue, por supuesto, el tenor Peter Pears. Aunque el humilde pescador ingl¨¦s y el renombrado literato alem¨¢n parezcan muy alejados entre s¨ª, los dos tienen mucho de seres desclasados, diferentes, exiliados de su entorno m¨¢s cercano, un sino que comparten tambi¨¦n con otros personajes de Thomas Mann, como Johannes Friedemann, Tonio Kr?ger o Christian Buddenbrook. El principal rasgo que separa a Grimes y Aschenbach es que el primero ¡ªlibre y desapegado¡ª se resiste a aceptar las convenciones de su comunidad, que no cesa de recordarle que debe atenerse a ellas si quiere seguir viviendo en su seno. Aschenbach, en cambio, ha hecho suyas esas normas, se las ha inyectado en vena ¡ªha contra¨ªdo matrimonio, ha tenido una hija, ha sido laureado por sus logros literarios¡ª y s¨®lo en el ocaso de su vida se deja arrastrar por fin por un fuego hasta entonces vedado. Es ¨¦l quien elige c¨®mo, d¨®nde y cu¨¢ndo morir, una decisi¨®n libre que vuelve a situarlo de la mano del indome?able Grimes.
Willy Decker plante¨® Peter Grimes en 1997 como una tragedia agobiante y de intensidad creciente, un enfrentamiento sin cuartel entre Grimes y The Borough. Un escenario en pendiente, a menudo abigarrado y poblado de personajes, acentuaba en el espectador la sensaci¨®n de desasosiego, ya que parec¨ªa que el drama y todos sus protagonistas pod¨ªan abalanzarse en cualquier momento sobre el patio de butacas. En la primera escena del montaje esencial, austero y condensado al m¨¢ximo de Muerte en Venecia que puede verse estos d¨ªas en el Teatro Real, vemos a Gustav von Aschenbach en su mesa de trabajo ¡ªnegra, inmensa, asfixiante¡ª repleta de hojas garabateadas pero, adivinamos enseguida, in¨²tiles. Poco despu¨¦s, tras el fat¨ªdico encuentro en el cementerio con un extra?o viajero, esa mesa se transforma durante la obertura instrumental de la ¨®pera en algo parecido a una g¨®ndola. Ambas est¨¢n tambi¨¦n en pendiente: como el escenario de Peter Grimes, como el curso que va a tomar la vida de Aschenbach a partir de ese momento. Y del misterioso gondolero que lo traslada, ataviado con una chistera, s¨®lo vemos el perfil de su sombra, que no puede pertenecer m¨¢s que a un moderno Caronte atravesando la laguna Estigia. Aqu¨ª Decker deja caer la primera de sus referencias ¡ªvoluntarias o involuntarias¡ª cinematogr¨¢ficas y pict¨®ricas. El gondolero recuerda a la silueta de la Muerte ¡ªde espaldas, con sombrero, guada?a en mano, ta?endo una campana frente a un mar gris¨¢ceo¡ª en Vampyr, la formidable pel¨ªcula de Carl Theodor Dreyer. Luego, la escenograf¨ªa de la habitaci¨®n de Aschenbach en el Hotel des Bains, con sus alt¨ªsimos ventanales que dejan ver las nubes blancas sobre un cielo azul, nos remite a espacios y visiones de Ren¨¦ Magritte. Y esas tumbonas solitarias a un lado del inmenso escenario, con la luz entrando suave y oblicuamente desde un lateral, portan ecos de cuadros de Edward Hopper. El homenaje m¨¢s expl¨ªcito de Decker es el inmenso retrato del muchacho con una cesta de frutas de Caravaggio, que vemos, en cambio, no en su forma original, sino en la moderna recreaci¨®n ¡ªmucho m¨¢s carnal y sensual¡ª de Derek Jarman para su pel¨ªcula sobre el pintor italiano.
Peter Grimes cuenta un drama personal, pero lo vivimos como una tragedia colectiva. Cuando termina, con la barca de Grimes hundi¨¦ndose en el mar, lejos de la costa, sabemos tan poco del pescador, de lo que piensa, como al principio de la ¨®pera. Aschenbach, en cambio, nos revela poco a poco su interior, se desnuda ante nosotros, monologa sin cesar en una Venecia y junto a un mar que Decker prefiere no ense?arnos nunca: sabemos que est¨¢n ah¨ª, a su lado, los intuimos, pero no los vemos, salvo en esos leves reflejos marinos que inundan el fondo del escenario en la inolvidable llegada de Aschenbach a la Serenissima. El mayor error que puede cometer el espectador es contemplar los derrumbamientos de Grimes y Aschenbach como algo externo, anecd¨®tico, ajeno, que no le ata?e lo m¨¢s m¨ªnimo. Porque lo que se dilucida en las ¡°infinitas profundidades¡± de ambas ¨®peras tiene que sonarnos forzosamente familiar. ?Qui¨¦n no ha quedado herido y deslumbrado ¡ªen Venecia, sin ir m¨¢s lejos¡ª por la belleza, o no se ha visto presa inerme del deseo? ?Qui¨¦n no se ha sentido vac¨ªo, perdido, o injustamente juzgado o perseguido? ?Qui¨¦n no ha decidido dejar de mentirse de una vez y obrar en consecuencia? La suerte de Grimes, en 1997, y la de Aschenbach, en estos ¨²ltimos d¨ªas de 2014, ambas genialmente visualizadas por Willy Decker, es tambi¨¦n la nuestra, y lo que se cuenta en estas dos ¨®peras, alfa y omega de la magna creaci¨®n oper¨ªstica de Benjamin Britten, nos concierne a todos.
Muerte en Venecia, de Benjamin Britten. Direcci¨®n musical: Alejo P¨¦rez. Direcci¨®n de escena: Willy Decker. Escenograf¨ªa: Wolfgang Gussmann. Int¨¦rpretes: John Daszak, Leig Melrose y Anthony Roth Costanzo, entre otros. Orquesta y Coro del Teatro Real. Teatro Real. Madrid. Hasta el 23 de diciembre.
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