Cinco minutos y a escena
Actores y directores de teatro rememoran los nervios previos al espect¨¢culo
Una de las muchas paradojas del actor es el miedo a la exposici¨®n. Extrae su fuerza de la mirada ajena, pero a menudo esa mirada es la causa de su fragilidad. El p¨²blico le da su aplauso y al mismo tiempo exige, juzga, condena. ¡°Vivimos de seducir al p¨²blico¡±, dec¨ªa Anna Lizar¨¢n, ¡°y necesitamos su aprobaci¨®n para tener confianza. All¨¢ arriba jugamos con la piel, los ojos, la boca, la voz¡ Todo se vuelve muy vulnerable, todo te duele mucho o te hace muy feliz¡±. La intensidad de su coraje har¨¢ que el actor venza, noche a noche, a la bestia de mil ojos. Dice David Mamet: ¡°Cuando el coraje del actor se une a las frases del dramaturgo, se crea la ilusi¨®n del personaje. Si el actor sabe ser aut¨¦ntico y sencillo, si logra hablar con decisi¨®n pese a estar muerto de miedo, conseguir¨¢ forjarlo en el escenario. Y ese ser¨¢ el personaje que llegue al espectador y le produzca una emoci¨®n verdadera¡±.
Billie Whitelaw, que muri¨® el mes pasado, dec¨ªa en una entrevista reciente: ¡°No me asusta la muerte. Me asustaba mucho m¨¢s cuando yo estaba en escena y sub¨ªa el tel¨®n¡±, y por eso acab¨® dejando el teatro. Parece que el momento de m¨¢xima tensi¨®n es cuando el regidor dice: ¡°?Cinco minutos y a escena!¡±. Sin embargo, la mayor¨ªa de los actores que conozco se crecen tan pronto pisan las tablas.
¡°No s¨¦ lo que es el miedo esc¨¦nico¡±, escrib¨ªa har¨¢ unas semanas Jos¨¦ Mar¨ªa Pou. ¡°S¨ª conozco, en cambio, el miedo preesc¨¦nico. En lo alto del escenario, frente al p¨²blico, no le temo a nada ni a nadie. Entre bastidores pueden temblarme las piernas, pero en cuanto piso el escenario se asientan, se clavan, se templan y me siento seguro. En el escenario estoy en casa, rodeado de amigos. Es fuera de escena cuando me siento como gallo en v¨ªsperas de Navidad¡±.
Despu¨¦s del miedo, la mayor¨ªa de los actores que conozco se crecen tan pronto pisan las tablas
La Lizar¨¢n dec¨ªa necesitar muchas veces una copa y un perfume, ambos relacionados con el personaje, para salir a matar, pero una vez ¡°all¨¢ arriba¡± era la reina absoluta: si un espectador estornudaba, era capaz de decirle ¡°?Jes¨²s!¡± sin salirse del texto. Como B¨®dalo y su legendaria historia del mon¨®logo que hac¨ªa llorar a toda la sala, y que recitaba escuchando el f¨²tbol con un auricular.
Quiz¨¢s esa fuerza radique en convertir cada acci¨®n en puro presente. ¡°El miedo no puede vivir en el presente¡±, me dijo una vez Declan Donnellan, ¡°as¨ª que inventa una nueva dimensi¨®n para gobernarnos y la divide en dos falsos tiempos, a los que llama pasado y futuro. Rige el futuro con la ayuda de su hermana menor, la se?ora Ansiedad, y el pasado con el apoyo de su hermana mayor, la se?ora Culpa, y cubre de humo el presente para hacernos creer que no estamos ah¨ª¡±.
Entiendo tambi¨¦n que el actor maduro tema a un presente que no puede habitar en plenitud de facultades: a esa edad el miedo al blanco se vuelve poderoso, obsesivo.
A veces, me cuentan, sobreviene el hartazgo de la exposici¨®n y el peso de las miradas, tan buscadas en la juventud. A esa edad, Fern¨¢n-G¨®mez detestaba las funciones, por rutinarias, y optaba por el ensayo, libre de p¨²blico, con una frase que solo en apariencia era una boutade: ¡°No me gusta que me miren cuando estoy trabajando¡±.
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