Nunca nadie sabe nada
'La ola' reproduce el experimento de un profesor de un instituto de Palo Alto en el '67
Un espect¨¢culo sugestivo sobre la propagaci¨®n del mal, disfrazado de bien y gustosamente aceptado por todos. En su famoso experimento realizado en 1963 en los Estados Unidos (y replicado en todo Occidente), el psic¨®logo Stanley Milgram demostr¨® que cualquiera aceptar¨ªa torturar a un conciudadano si quien se lo propone emana autoridad y persuasi¨®n suficientes, y que dos de cada tres personas llevar¨ªan ese tormento hasta lo insufrible, siempre que para ello no tengan que tocar a su v¨ªctima. Cuatro a?os despu¨¦s, Ron Jones, profesor de historia en un instituto de Palo Alto (California), hizo un experimento complementario, del que trata este espect¨¢culo: para ejemplificar los mecanismos psicol¨®gicos que condujeron a la exitosa implantaci¨®n del nazismo entre los alemanes, instaur¨® entre sus alumnos un r¨¦gimen autoritario, aceptado de inmediato por la mayor¨ªa, bajo el cual aument¨® la cohesi¨®n y la productividad del grupo.
La Ola
Autor: I. Garc¨ªa May, a partir del experimento de R. Jones.
Idea y direcci¨®n: M. Montserrat Drukker.
Int¨¦rpretes: A. Ribas, X. Mira, H. Lanza, J. Castro.
Madrid, Teatro Valle-Incl¨¢n. Hasta el 22 de marzo
La ola reproduce fielmente los hitos del experimento, comandado por un Ron Jones que en la interpretaci¨®n magn¨¦tica de Xavi Mira recuerda no poco al John Keating (Robin Williams) del Club de los poetas muertos, pero tambi¨¦n ¨Cpor el giro copernicano que da de s¨²bito¨C, a Antonio Malonda cuando, investido del esp¨ªritu de Artaud, nos sumerg¨ªa a sus alumnos de la RESAD en una din¨¢mica de grupo abisal, sin escafandra. Ignacio Garc¨ªa May, autor de la funci¨®n, condensa en siete caracteres bien diferenciados los dos centenares de alumnos part¨ªcipes en la experiencia original: el ingenuo, la sagaz, la retra¨ªda, el diferente, el esc¨¦ptico¡ Marc Montserrat Drukker, director de escena y padre del proyecto, mueve con pericia a un grupo de actores j¨®venes a cu¨¢l mejor, aunque cabe destacar la gracios¨ªsima Wendy de una Carolina Herrera que tiene a Gracita Morales como esp¨ªritu protector y la inteligencia que el Robert de Javier Ballesteros emana en su papel de opositor indomable.
Lo bueno de La ola es que la din¨¢mica grupal que Jones pone en marcha (comuni¨®n colectiva, aislamiento y posterior integraci¨®n del disidente, designaci¨®n de un chivo expiatorio¡), lejos de remitirnos a una ¨¦poca y a un r¨¦gimen relativamente pret¨¦ritos (los partidos de corte nacionalsocialista est¨¦n reverdeciendo en Ucrania, Grecia, Austria¡), evoca la din¨¢mica que algunos sacerdotes activan entre el grupo de alumnos que se les entrega para hacer ¡°ejercicios espirituales¡±, ciertas t¨¢cticas de formaci¨®n y de motivaci¨®n en la empresa y esa enconada b¨²squeda de la excelencia en la producci¨®n y del rendimiento m¨¢ximo, divisa de tantas grandes marcas actuales, incluidas algunas cuyos empresarios exprimieron en su d¨ªa hasta el ¨²ltimo aliento a millones de trabajadores esclavos en los campos de exterminio.
La funci¨®n, dura, podr¨ªa ser implacable. Autor y director desarrollan una labor magn¨ªfica, pero no van m¨¢s all¨¢ de la mera alusi¨®n en las citas que hacen del nada honorable papel jugado por los Estados Unidos en ciertos episodios de su Historia reciente. En La ola caben holgadamente el humor, el drama, el apunte de psicolog¨ªa social y de masas y el an¨¢lisis somero de unos hechos que Garc¨ªa May sirve casi al natural, sin edulcorantes ni potenciadores del sabor.
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