El doloroso aprendizaje de la democracia
El libro ¡®La segunda rep¨²blica espa?ola¡¯, que ahora se publica, se presenta como el compendio m¨¢s completo de aquel periodo hist¨®rico
La vigencia de las esperanzas, los problemas y las soluciones que se suscitaron en Espa?a durante la Segunda Rep¨²blica se puede constatar en el hecho de que a¨²n no se la puede analizar prescindiendo de las opiniones pol¨ªticas que sobre aquel pasado, conectado con el tiempo presente, tienen los historiadores y el resto de los ciudadanos.
De su car¨¢cter actual puede dar cuenta la existencia hasta nuestros d¨ªas de dos opiniones encontradas. Para unos, la Rep¨²blica fue la etapa de plenitud de un proceso de modernizaci¨®n que se hab¨ªa iniciado tras la crisis nacional de 1898, y que aspiraban a liderar los sectores sociales hasta entonces marginados de la pol¨ªtica mon¨¢rquica: el proletariado organizado en torno al socialismo y la mesocracia progresista que en su momento de definici¨®n pol¨ªtica trat¨® de ser representada por la generaci¨®n intelectual del 14. El Estado republicano se represent¨® a s¨ª mismo como la sincronizaci¨®n hist¨®rica de Espa?a con la Europa democr¨¢tica. De ah¨ª que muchos ciudadanos vieran su aparici¨®n, no como la recuperaci¨®n o reanudaci¨®n de las esencias liberales que arrancaban de las Cortes de C¨¢diz, sino como un nuevo comienzo, inaugurado por un hecho revolucionario incruento que, a su juicio, ven¨ªa a hacer borr¨®n y cuenta nueva de la Historia de Espa?a.
La Rep¨²blica se entend¨ªa como la ant¨ªtesis de la Monarqu¨ªa en tanto que esta ¨²ltima era un r¨¦gimen detentado por una oligarqu¨ªa que exclu¨ªa al pueblo de los derechos de ciudadan¨ªa. ?stos ser¨ªan reconquistados a trav¨¦s de una Rep¨²blica que canalizar¨ªa el movimiento popular erigido contra la desigualdad derivada de la tiran¨ªa. Los triunfadores el 14 de abril interpretaron la proclamaci¨®n del nuevo r¨¦gimen como una revoluci¨®n protagonizada por el pueblo, del que deb¨ªan emanar todos los poderes del Estado. Por medio de la movilizaci¨®n y la participaci¨®n activa a trav¨¦s del voto, el renacido pueblo republicano alcanzar¨ªa la condici¨®n de ciudadano con igualdad y plenitud de derechos, incluidos los sociales y culturales. El compromiso c¨ªvico republicano era un deber fundamentalmente pedag¨®gico, ya que el pueblo ten¨ªa que ser educado en los valores democr¨¢ticos antes de gozar de los beneficios de vivir en Rep¨²blica. Como dijo Aza?a en 1924: ¡°El liberalismo reclama para existir la democracia Es un deber social que la cultura llegue a todos, que nadie por falta de ocasi¨®n, de instrumentos de cultivo, se quede bald¨ªo. La democracia que s¨®lo instituye los ¨®rganos pol¨ªticos elementales, que son los comicios, el parlamento, el jurado, no es m¨¢s que aparente democracia. Si a quien se le da el voto no se le da la escuela, padece una estafa. La democracia es fundamentalmente un avivador de cultura¡±.
La Rep¨²blica significaba cambio, modernidad y ampliaci¨®n de derechos, pero para unos grupos esto equival¨ªa a una reforma democr¨¢tica y para otros a una aut¨¦ntica revoluci¨®n. Si la democracia parlamentaria s¨®lo era un valor absoluto para los partidos republicanos burgueses ¡ªy no en todos los casos ni circunstancias¡ª, para los grupos obreros era un estadio hacia la verdadera revoluci¨®n, que deb¨ªa ser social. Las derechas antiliberales contemplaron la revoluci¨®n democr¨¢tica de 1931 como una patolog¨ªa, una secuela demag¨®gica de la crisis del parlamentarismo que Primo de Rivera hab¨ªa tratado de resolver con m¨¦todos autoritarios. De ah¨ª que acabasen por condenar indistintamente rep¨²blica, revoluci¨®n y democracia, ya que la denuncia de la radicalidad del proyecto reformista republicano condujo de modo inevitable a cuestionar su car¨¢cter democr¨¢tico e incluso su adecuaci¨®n a la identidad nacional, convirti¨¦ndolo en ep¨ªtome de todos los males generados por la ¡°anti-Espa?a¡±.
El gran caballo de batalla para la exaltaci¨®n o la denigraci¨®n de la Rep¨²blica y su valoraci¨®n como ¨¦xito, frustraci¨®n o fracaso est¨¢ vinculado al alcance y a los logros de su pol¨ªtica modernizadora. Los autores m¨¢s inclinados a la derecha han acusado a la Rep¨²blica ¡ªen sus etapas inicial y postrera¡ª de poco realismo en la aplicaci¨®n de este proyecto reformista, identificando esta carencia con la falta de acompasamiento a los intereses sociales y pol¨ªticos del mundo conservador. Lo cierto es que las expectativas y las realidades de la Segunda Rep¨²blica fueron, en general, m¨¢s ambiciosas que en otros proyectos democr¨¢ticos coet¨¢neos. En sus diversas facetas (reforma agraria, de las relaciones laborales, laicizaci¨®n, reforma territorial del Estado seg¨²n el principio del ¡°Estado integral¡±, universalizaci¨®n del derecho a la educaci¨®n, reforma militar¡), y contemplando el conjunto desde una perspectiva hist¨®rica transecular, fue el programa de reformas m¨¢s vasto y ambicioso de la historia contempor¨¢nea espa?ola, que fue abordado en s¨®lo dos a?os y medio, y emprendido con un apoyo social menguante ante la oposici¨®n de los sectores sociales, pol¨ªticos e institucionales perjudicados por tales medidas o decepcionados con su morosa implementaci¨®n.
La Segunda Rep¨²blica debiera entenderse como un proyecto inacabado, frustrado, incompleto, si bien algunos historiadores o publicistas lo podr¨ªan tildar de fracaso o de oportunidad perdida. No es lo mismo una cosa que otra: la frustraci¨®n significa la dram¨¢tica liquidaci¨®n de un proceso por causas ajenas a su propia naturaleza y cuando a¨²n no ha tenido oportunidad de mostrar todas sus potencialidades y capacidades. El fracaso es la constataci¨®n de que un proyecto suficientemente desarrollado no ha alcanzado los objetivos previstos y se consume y derrumba por sus propios defectos. La imagen y la memoria de la Republica han ido indisolublemente unidas a la de su etapa final: la Guerra Civil. La peripecia republicana, por tanto, ha sido descrita con una narrativa del fracaso, una memoria negativa que compartieron de un modo u otro todos los protagonistas de la tragedia. Pero incluso aceptando el t¨¦rmino frustraci¨®n, es preciso comprenderla y relativizarla. Imagin¨¦monos la intensidad de las vicisitudes vividas en cinco a?os de incompleta institucionalizaci¨®n pol¨ªtica y legitimaci¨®n social republicana compar¨¢ndolos con los breves a?os de transici¨®n hacia la democracia que van de la muerte de Franco al golpe frustrado de febrero de 1981. Casi la misma duraci¨®n, casi las mismas zozobras y parecidas incertidumbres. ?Qu¨¦ se dir¨ªa ahora del fr¨¢gil proceso democr¨¢tico iniciado a fines de 1976 ¡ªal fin y al cabo, otro r¨¦gimen de transici¨®n, como la Republica de abril¡ª si el golpe del 23-F hubiera triunfado o dado lugar a una involuci¨®n significativa, y ello a pesar de desarrollarse en un contexto internacional infinitamente m¨¢s estable que el de los a?os treinta? Quiz¨¢s hablar¨ªamos ahora de una segunda oportunidad perdida tras la de 1931-1936, y analizar¨ªamos estos turbulentos a?os setenta tambi¨¦n bajo el s¨ªndrome o la narrativa del fracaso.
?Qu¨¦ pervive de todo aquello? ?El sentimiento de frustraci¨®n o el de fracaso? La contingencia, la aceleraci¨®n vertiginosa del ritmo hist¨®rico y la permanente sensaci¨®n de interinidad fueron, en efecto, rasgos que definieron estos agitados a?os. Fue una Rep¨²blica apresurada e imperfecta en su accidentada construcci¨®n, pero una democracia viva y real, al fin y al cabo. La herencia positiva de la Rep¨²blica ¡ªsu voluntad de modernizar Espa?a¡ª se obvi¨® o se ocult¨® durante la Transici¨®n, hasta el extremo de que desde los sectores m¨¢s conservadores se pretendi¨® y se pretende erigirla en contramodelo del r¨¦gimen actual, present¨¢ndola como un sistema no democr¨¢tico en su origen o como un experimento democr¨¢tico fracasado por exceso de demagogia reformista o revolucionaria. Contra la imagen de la Rep¨²blica como responsable del fracaso hist¨®rico de Espa?a en su relaci¨®n con la modernidad, pero con la conciencia del calado de los problemas que aquel r¨¦gimen no pudo o no supo resolver, la monarqu¨ªa democr¨¢tica actual se puede seguir evaluando y criticando en funci¨®n del grado de cumplimiento o de superaci¨®n de aquel proyecto reformista ¡ªla democracia posible para la ¨¦poca¡ª frustrado a fines de los a?os treinta.
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