Las simpat¨ªas interrumpidas
Cultura, salud y educaci¨®n, han sido reducidas a simples mercanc¨ªas de los debates electorales
Con su permiso y s¨®lo por desviarles de la comprensible pero arrolladora avalancha de comentarios sobre unas elecciones en las que cultura, salud y educaci¨®n, han sido reducidas a simples mercanc¨ªas cuando no convertidas en las grandes ausentes de los debates, quisiera ¡ªno es una venganza¡ª decir algo que puede sonar extempor¨¢neo: los libros ¡ªs¨ª, aquellos objetos no identificados que iban a ser sustituidos por los ebooks¡ª no s¨®lo sirven para evadirse, sino que son mucho m¨¢s; son, como dec¨ªa Sontag, ¡°una manera de ser plenamente humanos¡±.
?Esa extrema plenitud crea lectores capaces de quedarse conmovidos por el final de algunas novelas, de quedarse impresionados por el silencio que cae de la forma m¨¢s abrupta sobre personajes con los que han simpatizado. Porque, por raro que parezca, yo s¨¦ de m¨¢s de un amigo que en su momento qued¨® seriamente afectado por el final, por ejemplo, de Suave es la noche, esa novela que Francis Scott Fitzgerald cierra d¨¢ndonos expeditivos detalles del vertiginoso descenso del perdedor Dick Diver, al que a partir de un momento empezamos a perderle el rastro: no est¨¢ muerto, pero est¨¢ roto, ha fracasado y durante el resto de su vida errar¨¢ como un espectro.
Suave es la noche es ideal para comprobar que gran parte de las novelas que nos gustan acaban mal. En ellas, algo de pronto se termina, se apaga. Durante todo el libro ha habido vida, aventuras, gentes que no se conoc¨ªan y que se han cruzado¡ Pero luego de repente todo se detiene, es el fin, no hay continuaci¨®n, alguien muere o desaparece, y sentimos un absoluto vac¨ªo, se interrumpi¨® nuestra relaci¨®n con el h¨¦roe.
¡°Don Quijote dio su esp¨ªritu, quiero decir que se muri¨®¡±, escribe Cervantes y nos deja conmovidos porque ya nunca sabremos nada m¨¢s del gran personaje. As¨ª me siento a veces ante autores admirados que murieron demasiado pronto, o incluso ante algunos que lo hicieron muy tarde. En todos sus tristes, abruptos y solitarios finales se evidencia que hay algo ¡ªcomo dir¨ªa Roberto Bola?o¡ª que ¡°se extiende por todo el planeta como una mancha, como una enfermedad atroz que de alguna u otra manera pone en jaque nuestras costumbres, nuestras certezas m¨¢s arraigadas¡±, nos pone a los pies mismos de la amargura. Es lo que puede sucedernos si llegamos al final, por ejemplo, del gran Flaubert de La educaci¨®n sentimental, a esas ¨²ltimas p¨¢ginas magistrales en las que se nos describe, con la m¨¢s fr¨ªa geometr¨ªa y precisi¨®n, el horror del vac¨ªo m¨¢s absoluto, lo que el autor llama, midiendo bien sus palabras, ¡°la amargura de las simpat¨ªas interrumpidas¡±.
No hay duda de que el domingo hubo simpat¨ªas pol¨ªticas interrumpidas por un tipo de elector m¨¢s l¨²cido que de costumbre y que muchos no vamos a sentir la menor aflicci¨®n por algunos de los monstruos, de los siniestros perdedores que, tras el gran combate, sabemos rotos, fracasados, son¨¢mbulos a lo Dick Diver, fantasmas errantes en salas de recuerdos¡ Pero bueno, ?qu¨¦ est¨¢ pasando aqu¨ª? Cre¨ªa estar hablando de lectores y no de electores, y veo que en realidad son lo mismo.
Babelia
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