Solo los h¨¦roes espantan el miedo
Diego Urdiales y Manuel Escribano son dos h¨¦roes porque supieron jugarse la vida
Diego Urdiales y Manuel Escribano son dos h¨¦roes porque supieron espantar los miedos y jugarse la vida sin cuento; uno, con aroma de cara torer¨ªa, y el otro, torero de raza, elevaron a las alturas la lidia ¨¦pica de toros complicados, desparramaron emociones y pusieron los vellos de punta a unos tendidos que los ten¨ªan marchitos de tantas tardes de pesado aburrimiento.
La corrida tocaba a su fin, el sexto en la arena, Escribano se dispone a clavar el tercer par de banderillas; cita muy en corto, el toro arranca con extrema velocidad, casi lo atropella y con los astifinos pitones logra arrancarle los hilos de la chaquetilla antes de que el torero, apurad¨ªsimo, pudiera gana el burladero. Y, en ese momento, se transfigura en h¨¦roe. En lugar de tomar aire en un instante salvador, toma los palos de nuevo, pide permiso y, entre el arrebato de la plaza, sorprendida por reacci¨®n tan gallarda, se luce con un magn¨ªfico cuarto par asom¨¢ndose literalmente al balc¨®n. Vamos, que el miedo le dur¨® a Escribano lo que tard¨® en coger los garapullos.
MART?N / URDIALES, CASTELLA, ESCRIBANO
Toros de Adolfo Mart¨ªn, correctos de presentaci¨®n, blandos, mansos y deslucidos; encastado el sexto.
Diego Urdiales: media tendida y dos descabellos (gran ovaci¨®n); estocada ¡ªaviso¡ª (ovaci¨®n).
Sebasti¨¢n Castella: pinchazo y estocada trasera (silencio); pinchazo y media ¡ªaviso¡ª (silencio).
Manuel Escribano: cuatro pinchazos y estocada (silencio); estocada tendida (oreja).
Plaza de las Ventas. 4 de junio. Vigesimoctava corrida de la feria de San Isidro. Lleno de 'no hay billetes'.
El primero de la tarde, al que Urdiales recibi¨® con un par de ver¨®nicas de cartel, miraba al torero y le hac¨ªa una radiograf¨ªa de cuerpo entero. No se le escuch¨® hablar al toro, pero con la cara lo dec¨ªa todo. Le hab¨ªa enjaretado el torero un par de derechazos al comienzo de faena, hasta que el animal se orient¨® y se mostr¨® dispuesto a hacerse el amo de la situaci¨®n. Pero Urdiales atornill¨® las zapatillas, tom¨® conciencia del trascendental momento que estaba viviendo y plant¨® cara con una valent¨ªa incuestionable, y aguant¨® lo que parec¨ªa imposible, citando al pit¨®n contrario, muy cruzado, y as¨ª dibuj¨® pases sueltos de un m¨¦rito extraordinario. Palpitaba de tensi¨®n la plaza, se masticaba la voltereta, pero fueron surgiendo un natural largu¨ªsimo, una preciosa trincherilla, un remate con la izquierda y, al final, una explosi¨®n jubilosa cuando qued¨® sentenciado que el valor y la prestancia hab¨ªan ganado a las supuestas aviesas intenciones del toro. No apreci¨® la plaza en toda su dimensi¨®n la gesta de Urdiales, que protagoniz¨® instantes de inmensa torer¨ªa que no culmin¨® con la espada.
No fue ese el caso de Escribano, quien, muleta en mano, y a pesar del escaso recorrido del sexto, consigui¨® embeberlo en la muleta y lo tore¨® muy bien por naturales en dos tandas, una de ellas de frente y a pies juntos que supieron a gloria. Con todo merecimiento pase¨® una oreja de mucho peso, y sale de la feria con todas las bendiciones porque supo espantar el miedo y erigirse en un torero de los pies a la cabeza.
Poco m¨¢s dieron de s¨ª los toros de Adolfo Mart¨ªn, mansos y deslucidos, con peligro sordo y del otro, que supusieron una dura prueba para Castella, quien se justific¨® con un lote reserv¨®n, aplomado y escasas condiciones. Urdiales no acab¨® de entender al noble y soso cuarto, al que esper¨® en demas¨ªa, y Escribano banderille¨® muy bien y despach¨® con rapidez al marrajo tercero.
La corrida de hoy
Toros de Victorino Mart¨ªn para Manuel Jes¨²s El Cid, que actuar¨¢ en solitario.
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