Estar y no estar, esa es la cuesti¨®n
La renuencia de Dylan a definirse se debe a sus proyecciones en el ¨¢mbito medi¨¢tico
David Letterman celebra su despedida del legendario programa nocturno que ha presentado durante 33 a?os. Ha invitado a uno de sus h¨¦roes, Bob Dylan; seg¨²n sus ac¨®litos, ¡°el m¨¢s importante norteamericano vivo¡±. Diligente pero inquieto, desgarbado y enjuto, el m¨²sico acomete junto a su banda un tema de t¨ªtulo coherente con el acto, The night we called it a day. Pertenece a su reciente ¨¢lbum de adaptaciones de Sinatra, Shadows in the Night, que cierra un c¨ªrculo vital y art¨ªstico para quien, surgido del revival folk,transformar¨ªa el lenguaje del rock. Al concluir la interpretaci¨®n, un entusiasmado Letterman acude a saludarle, pero Dylan se muestra fr¨ªo, inc¨®modo. Le da la espalda, quiz¨¢s temeroso de una posible charla, o peor, una de sus c¨®micas chanzas.
Es un momento embarazoso, como otros que punt¨²an la trayectoria de este anciano gigante cultural. La historiograf¨ªa resalta la debacle el¨¦ctrica en el festival de Newport, a?o 1965, y el d¨ªa que le llamaron Judas en un concierto en Manchester. Su conversi¨®n al cristianismo en los ochenta y el consecuente proselitismo que inform¨® sus discos. La desastrosa comparecencia junto a Keith Richards y Ron Wood en Live Aid¡ Pero hay una escena cinematogr¨¢fica que resume este comportamiento de tipo ajeno a los modales del mundo del espect¨¢culo, aunque haya hecho de este su vida. Ocurre en Pat Garrett and Billy the Kid, el ¨²ltimo w¨¦stern de Sam Peckinpah, donde encarna huidizo a un don nadie llamado Alias. Le preguntan su apellido y responde: ¡°Alias lo que quieras¡¡±.
Esta renuencia a definirse, a dejarse atrapar en las presunciones del p¨²blico, parece consecuencia de las infinitas proyecciones de su figura en el ¨¢mbito medi¨¢tico, ¨ªntimo en el caso de sus fieles estudiosos. De la suma de estos m¨²ltiples rostros surge el espejismo del que huye el escurridizo Robert Allen Zimmerman. Quiz¨¢s porque intuy¨® lo que sosten¨ªa el fil¨®sofo Deleuze, que resulta extra?o y equ¨ªvoco hablar en tu nombre, pues ¡°los individuos encuentran su propia voz solo a trav¨¦s de la m¨¢s severa despersonalizaci¨®n, abri¨¦ndose a las multiplicidades que abundan en su interior, a las intensidades que les recorren, pensando en t¨¦rminos extra?os, inusualmente fluidos¡±.
En estos tiempos modernos de la sobreinformaci¨®n, el misterio de Dylan deviene transparente: el enigma es que tal vez no exista tal acertijo. Lo que le aterra ser¨ªa la posibilidad de despertar cada nuevo d¨ªa bajo el mismo techo, mirarse ante el espejo y preguntarse: ?estoy o no estoy?, ?soy yo o el otro? Prevalece entonces el sensato tendero jud¨ªo en su gen¨¦tica: ha de mantenerse abierto el establecimiento. Debe seguir en marcha, como el trovador vagabundo que un d¨ªa anhel¨® ser. Cuando se llega a su edad, no importa tanto estar aqu¨ª o all¨ª, como simplemente estar.
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