Tres formas de ser C. J. Cela
Eusebio Garc¨ªa Luengo era un viejo escritor caballeroso y lleno de talento, ab¨²lico y casi secreto, que consum¨ªa sus tardes en la tertulia de poetas del caf¨¦ Gij¨®n. Un d¨ªa le pregunt¨¦: ¡°Eusebio, si ya has renunciado a escribir, ?a qu¨¦ te dedicas ahora?¡±. Sonriendo maliciosamente me contest¨®: ¡°Estoy muy ocupado. Me dedico las 24 horas del d¨ªa a odiar a Camilo Jos¨¦ Cela¡±. Sin duda Eusebio recordaba los viejos tiempos de posguerra, cuando un Cela tremendo y fam¨¦lico asist¨ªa a la tertulia de la Juventud Creadora en el caf¨¦ Gij¨®n y compart¨ªa los sue?os de gloria con poetas y escritores, entonces con todo el futuro por delante, ahora devastados. Cela fue el ¨²nico de aquel cotarro de artistas en alcanzar gran renombre.
La familia de Pascual Duarte (1942) lo puso en ¨®rbita de repente. En medio de la represi¨®n pol¨ªtica y el hambre colectiva, con este violento chafarrin¨®n ib¨¦rico Cela hab¨ªa recuperado la cadencia de los cl¨¢sicos, que aprendi¨® leyendo entero el Rivadeneyra antes de la guerra en el pabell¨®n de reposo para tuberculosos en Guadarrama. Con palabras duras, met¨¢licas, que ven¨ªan a caballo de un poderoso ritmo interior, su literatura recuperaba la gran tradici¨®n del Siglo de Oro frente a la hueca faramalla literaria que exaltaba aquel imperio en alpargatas del franquismo. Luego Cela baj¨® el tono y escribi¨® El viaje a la Alcarria, con sonoridad azoriniana, y despu¨¦s su obra maestra La colmena, seg¨²n la est¨¦tica de Dos Passos, un retablo de supervivientes humillados, que se mov¨ªan en aquel Madrid de permanganato y olor a sardina de bota. Cela abandon¨® la gabarra del caf¨¦ y sus contertulios all¨ª varados asistieron a sus ¨¦xitos mientras ve¨ªan pasar la vida con los sue?os derrotados por el tercer ventanal. El escritor era entonces un joven flaco, de cabeza grande y rostro feroz, que se hac¨ªa fotografiar siempre malhumorado; ten¨ªa los resortes brutales del que cree vivir en un mal pa¨ªs, un hondo desprecio frente a todo y nada, pero el ¨¦xito literario sirvi¨® para ocultar negros pasajes de su biograf¨ªa, la contradicci¨®n de haber sido censor y a la vez censurado, y sobre todo aquella maldita solicitud que en el a?o 1938, en plena Guerra Civil, desde el bando nacional dirigi¨® al entonces comisario de Investigaci¨®n y Vigilancia.
De ¡®Pascual Duarte¡¯ a la concesi¨®n del Nobel
La familia de Pascual Duarte, publicada en 1942, lo puso en ¨®rbita. El ¨¦xito ocult¨® pasajes oscuros de su vida.
La colmena, su obra maestra, es un retablo de supervivientes humillados. Mario Camus la llev¨® al cine en 1982.
A partir de los a?os cincuenta hubo un Cela m¨¢s pastue?o y solariego. En 1957 entr¨® en la Real Academia.
El no dar puntada sin hilo en propio beneficio era marca de la casa. Desarroll¨® el arte de venderse bien.
Con la concesi¨®n del Premio Nobel comenz¨® el tercer Cela, sin norte y de vida despendolada.
Despu¨¦s, a partir de los a?os cincuenta, hubo otro Cela m¨¢s pastue?o y solariego. Se dej¨® barba como un gesto de hirsuta rebeld¨ªa frente a los bigotillos recortados del falangismo y se ech¨® a andar por tierras de moros y cristianos para anotar en su libreta de viaje los paisajes y almas que hallaba en los caminos, con un realismo unas veces tierno, otras cruel, pero siempre con el don musical y violento que al chocar produc¨ªan las palabras. No dar nunca puntada sin hilo en propio beneficio constitu¨ªa la marca de la casa. Con un supremo arte para vender, Cela consigui¨® que el dictador venezolano P¨¦rez Jim¨¦nez le soltara un cheque de 50.000 d¨®lares para que escribiera una novela sobre su pa¨ªs. El resultado fue el engendro de La catira. Con ese dinero, en 1954, se estableci¨® en Mallorca, en el barrio de Son Armadans, que luego dio nombre a una revista literaria en cuyos papeles fueron convocados algunos escritores del exilio, Salinas, Alberti, Zambrano, Max Aub. En 1957 Cela entr¨® en la Real Academia Espa?ola y en aquella ¨¦poca del seiscientos, los primeros bikinis y electrodom¨¦sticos, la cultura espa?ola se divid¨ªa entre dos barbas, la negra de Cela y la blanca de Men¨¦ndez Pidal.
El escritor se puso a trabajar a muerte en soledad con el ideal puesto en el Nobel. Fund¨® la editorial Alfaguara. Bajo sus alas de clueca sacaron las primeras plumas algunos literatos j¨®venes, mientras escrib¨ªa otra obra maestra, San Camilo, 1936, con la que se lam¨ªa viejas heridas de la guerra y trataba de soterrar un negro fantasma que no consegu¨ªa olvidar. En ese tiempo Cela se constituy¨® en un espejo del inconformista, verdadero o falso, con un instinto especial para salir en la foto, con la lengua siempre dispuesta al exabrupto, que al final ni siquiera escandalizaba a las monjas. Amigo de los guardianes del r¨¦gimen y a la vez gardu?o incontrolado, parec¨ªa que su personalidad iba a unir las dos Espa?as literarias, la de Alberti y Am¨¦rico Castro en el exilio exterior y la de Vicente Aleixandre en el interior para amasarlas con la de Carlos Barral y su cuadra en las conversaciones de Formentor. Fue su ¨¦poca m¨¢s feliz. Ese es el Cela que pudimos admirar.
El escritor mimado del franquismo asist¨ªa al caf¨¦ Gij¨®n a compartir sue?os de gloria con otros autores
Finalmente todo comenz¨® a torcerse cuando el rey Juan Carlos lo nombr¨® senador de las Cortes de la Transici¨®n. Entonces hubo una tercera forma de ser de Camilo Jos¨¦ Cela. Llevado por la fuerza de las circunstancias en 1974 se hab¨ªa atrevido a protestar por la muerte a garrote de Puig Antich y ahora el escritor mimado por el franquismo, comenzaba a criticar a la dictadura e hizo amagos de ponerse a disposici¨®n de los pol¨ªticos de la democracia. Fue entonces cuando sus antiguos camaradas sacaron de alg¨²n caj¨®n aquella maldita solicitud al comisario de Investigaci¨®n del joven Cela de 21 a?os, fechada en A Coru?a, el 30 de marzo de 1938, en que se ofrec¨ªa como delator y la publicaron en El Alc¨¢zar. ¡°Que habiendo vivido en Madrid cree poder prestar datos sobre personas y conductas que pudieran ser de utilidad¡±.
Es imposible que una pu?alada de semejante calibre no te convierta en un zombi. Si algo ya se hab¨ªa roto en el cerebro de este escritor la descarga de gloria que le baj¨® de las esferas con la concesi¨®n del Nobel acab¨® de rematarlo. Ante esta doble sacudida de miseria y honor comenz¨® el tercer Cela sin norte su vida despendolada, el divorcio tempestuoso, el pleito econ¨®mico con la familia, el Cela encorbatado a merced de una sacamantecas, el Cela feriante y marbellero, marqu¨¦s de Iria Flavia, que sub¨ªa en parapente, que busc¨® hasta la muerte dinero bajo las piedras, secuestrado m¨¢s all¨¢ de la tumba por sus falsos amigos. Aunque muchos, como Garc¨ªa Luengo, se dedicaron a tiempo completo a odiar a ese Camilo Jos¨¦ Cela, pese a todo fue un escritor responsable de varias obras maestras, por las que ser¨¢ le¨ªdo y recordado.
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