Rams¨¦s empata pero se lleva la gloria
Qadesh, 1274 a. C. Los hititas, con 40.000 soldados y 3.700 carros, se enfrentan al fara¨®n, con 5.000 hombres y 400 carros
De muy pocas batallas famosas podemos ver cara a cara al comandante de uno de los bandos. Esa es una de las particularidades de la batalla de Qadesh, librada en lo que hoy es Siria en 1274 antes de Cristo ¡ªhace la friolera de m¨¢s de tres milenios¡ª y que enfrent¨® a las fuerzas del fara¨®n Rams¨¦s II, del que tenemos la momia, y las de su coet¨¢neo hitita el rey Muwatalli (las dos superpotencias de la ¨¦poca, Egipto y Hatti). Otra de las cosas que hace Qadesh muy interesante y digna de abrir esta fogosa serie es que fue en buena medida un espectacular choque de carros (uno casi est¨¢ tentado de bautizarlo como el Kursk de la guerra antigua), con escenas, acreditadas en textos y sobre todo en relieves en los templos egipcios, dignas de Ben-Hur. En todo caso lo m¨¢s curioso de la batalla, convendr¨¢n conmigo, es que al parecer la ganaron todos.
Cuando uno se asoma al ata¨²d en el que reposa el cuerpo momificado de Rams¨¦s II es f¨¢cil olvidar que estamos ante la persona aut¨¦ntica a la que centenares de monumentos en todo Egipto representan como el s¨ªmbolo por excelencia de la majestad en guerra. Si retrocedemos treinta siglos, hasta la fecha de Qadesh, esa momia se convierte ¡ªcomo el villano de The Mummy Returns¡ª en un hombre de 25 a?os en plenitud f¨ªsica, lleno de coraje y orgullo, al frente de sus tropas que lo consideraban, como hac¨ªa ¨¦l mismo en un alarde de modestia, un dios viviente.
Una astuta trampa
En el quinto a?o de su reinado (de un total de 67), Rams¨¦s II comand¨® una campa?a militar contra el poder hitita en el marco de la lucha secular por el control de la actual Siria, zona fundamental para el paso del comercio. El objetivo era tomar la ciudadela de Qadesh. Tras un mes de marcha, Rams¨¦s II, con la arrogancia de la juventud, y m¨¢s si te crees divino, se adelant¨® hasta las cercan¨ªas de Qadesh con una sola de las cuatro divisiones de su ej¨¦rcito para caer imprudentemente en una astuta trampa de los hititas.
Los 'ferraris' de los egipcios
Los carros de guerra egipcios (wereryt), de los que conservamos algunos, seis de ellos procedentes de la tumba de Tutankam¨®n, eran m¨¢s r¨¢pidos, ligeros y maniobrables que los de los hititas, y llevaban dos hombres (auriga y arquero) en lugar de los tres del enemigo.
Los tripulantes de esos aut¨¦nticos ferraris tutm¨®sidas y ram¨¦sidas estaban considerados la ¨¦lite del ej¨¦rcito ¡ªcomo hoy los pilotos de caza¡ª y observar una carga en masa, con cientos de rutilantes veh¨ªculos, deb¨ªa ser algo asombroso. ?Qui¨¦n que haya visto a Yul Brynner en Los diez mandamientos, a Jerzy Zelnik en Fara¨®n o a Joel Edgerton en Exodus: dioses y reyes no ha so?ado con conducir un carro de esos?
Predecesores de la caballer¨ªa, que no se desarroll¨® como fuerza importante en Egipto hasta ¨¦poca ptolemaica, eran un arma revolucionaria (adoptada de los enemigos asi¨¢ticos en el Imperio Nuevo) y actuaban como elemento de ruptura y plataforma m¨®vil de tiro.
Dos beduinos capturados y que formaban parte del enga?o informaron al fara¨®n de que el enemigo estaba lejos. Pero en realidad el inmenso ej¨¦rcito de Muwatalli, que inclu¨ªa contingentes hititas y de una veintena de Estados vasallos, con un total de 40.000 soldados de infanter¨ªa y 3.700 carros, que ya son carros, se encontraba emboscado tras la ciudad. Rams¨¦s, con 5.000 hombres y 400 carros, se hallaba en una posici¨®n desesperada.
El ataque hitita se realiz¨® en dos direcciones: una contra el campamento de Rams¨¦s y otra contra la divisi¨®n egipcia m¨¢s pr¨®xima, a la que los carros sorprendieron en desprevenida formaci¨®n de marcha arroll¨¢ndola y provocando una justificable pero vergonzosa desbandada. En cambio, el asalto al campamento se vio obstaculizado por la defensas (y por las ganas de saqueo), perdi¨® ¨ªmpetu y los egipcios consiguieron aguantar en torno al fara¨®n y su guardia personal de mercenarios sherden. Las tornas se giraron al arribar in extremis una unidad de ¨¦lite del ej¨¦rcito egipcio y contraatacar los carros del fara¨®n, seguidos por la fiel infanter¨ªa. Esta avanz¨® detr¨¢s rematando a los hititas ca¨ªdos por las flechas con sus letales y caracter¨ªsticas espadas khepesh ¡ªuna especie de cimitarra¡ª y sus hachas. Luego procedieron a cortarles la mano derecha, que amontonaron, como era tradici¨®n, para facilitar la contabilidad a los escribas.
As¨ª se escribe la historia
Rams¨¦s II hizo narrar la batalla para la posteridad y grabar textos e im¨¢genes en sus santuarios (entre ellos el Rameseum y los templos de Luxor y Abu Simbel). Como era de prever, no fue muy objetivo; de hecho en el denominado Poema de Pentaur, la entregada cr¨®nica que realiz¨® el escriba de ese nombre, Rams¨¦s aparece transfigurado en un ser divino que disparando flechas desde su carro, con las riendas atadas a la cintura, vence a los hititas ¨¦l solo.
No obstante, entre l¨ªneas, y en el bolet¨ªn m¨¢s circunspecto que tambi¨¦n relata los hechos y est¨¢ transcrito en los monumentos, podemos leer los aspectos b¨¢sicos de la batalla que les he contado e incluso detalles muy realistas como que el auriga y escudero del fara¨®n se llamaba Menna y los dos corceles blancos que tiraban de su carro eran Victoria en Tebas y Mut est¨¢ satisfecho. Tambi¨¦n que a un hermano del rey hitita que cay¨® al r¨ªo Orontes en la huida hubo que sacudirlo cogido por los pies para que vomitara todo el agua tragada.
En los relieves podemos ver a Rams¨¦s asaeteando a los hititas, sus carros volcando en desorden. Casi parece que escuches el fragor de la batalla, los gritos. El fara¨®n present¨® la batalla como una gran victoria en lo que a¨²n constituye uno de los mayores despliegues de propaganda y autobombo jam¨¢s vistos. En realidad fueron tablas. Ning¨²n ej¨¦rcito consigui¨® derrotar al otro. Los hititas conservaron Qadesh y el fara¨®n nunca m¨¢s se acerc¨® por ah¨ª. Pero es indudable que la gloria de la posteridad se la llev¨® Rams¨¦s. ?Qui¨¦n se acuerda hoy de Muwatalli?
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