La filosof¨ªa del tenedor
La argentina Selva Almada aborda la violencia machista sin demagogia en 'Chicas muertas'
El mismo t¨ªtulo es ya una rotunda declaraci¨®n de intenciones narrativas: seco, espartano, antipo¨¦tico, casi voluntariamente fe¨ªsta. Descripci¨®n notarial y directa: Chicas muertas. En su novela anterior, Ladrilleros (2013), Selva Almada ya mostraba esa propensi¨®n a la mirada de cirujano desapegado, de observador que procura apartar las emociones porque sabe que lo que est¨¢ contando no necesita de acicalamientos ni de subjetividades.
Un apunte extraliterario: no es verdad que la literatura se deba s¨®lo a s¨ª misma. Se debe a la realidad, al mundo que retrata, a los conflictos con los que convive. Al dolor humano y al dolor hist¨®rico. Y en ese sentido, es imprescindible que la literatura del siglo XXI aborde m¨¢s pr¨®digamente el tema del machismo, uno de los asuntos medievales que perduran con una inquietante estabilidad en nuestras sociedades hipermodernas. Chicas muertas lo hace sin componendas y sin coartadas. Y s¨®lo por eso bien vale una misa.
Pero Chicas muertas, adem¨¢s de ¨²til, es literatura en estado de gracia. Selva Almada compone un libro breve, lleno de meandros, en el que no se deja vencer por ninguna de las tentaciones ret¨®ricas y demag¨®gicas posibles.
Parte de tres historias reales, de tres casos no resueltos de muchachas asesinadas o desaparecidas muchos a?os atr¨¢s. Andrea, que fue hallada muerta en su cama, apu?alada. Mar¨ªa Luisa, cuyo cad¨¢ver se encontr¨® abandonado en el campo, con el rostro picoteado por los p¨¢jaros. Y Sarita, que desapareci¨® sin que nunca se haya sabido luego si lleg¨® a morir o tuvo otro destino. La autora, adem¨¢s, est¨¢ presente en el interior del relato desde el primer instante: recuerda el eco que tuvo el crimen de Andrea cuando ella era s¨®lo una ni?a, y se agarra a esos hilos de su propia biograf¨ªa para arrastrar la historia.
Que nadie espere una cr¨®nica policial, aunque hay cr¨®nica policial. Que nadie espere un thriller, aunque hay misterio y suspense. El verdadero noir de Chicas muertas est¨¢ en el coraz¨®n de las mujeres y de los hombres que las maltratan; y est¨¢, sobre todo, en el paisaje social de esa Argentina interior, rural y s¨®rdida en la que la felicidad no parece ser una opci¨®n razonable para las mujeres: Almada dibuja personajes ¡ªlas muertas y las que todav¨ªa viven¡ª subyugados, encerrados en una vida opresiva sin ventilaci¨®n. El destino tiene en Chicas muertas el aroma de la tragedia griega: inmutable, irreversible, fatal.
Almada quiere devolver la responsabilidad a quien le corresponde: ¡°Lo que tenemos que conseguir es reconstruir c¨®mo el mundo las miraba a ellas. Si logramos saber c¨®mo eran miradas, vamos a saber cu¨¢l era la mirada que ellas ten¨ªan sobre el mundo¡±. Es decir, la constataci¨®n de que es imposible construir la libertad en un espacio dominado por el machismo m¨¢s feroz. O a¨²n peor y m¨¢s desolador: que es imposible, incluso, concebir qu¨¦ cosa es la libertad. Visitar a un hombre que a cambio ofrece una ayuda econ¨®mica ¡ªse nos cuenta en el libro¡ª es una forma de prostituci¨®n normal y consentida en los pueblos del interior. Y el puesto en ocasiones se hereda: las hijas o las sobrinas que acompa?an a la madre en sus visitas acaban reemplaz¨¢ndola cuando por edad ella ya ha perdido el atractivo. En ese contexto, el libre albedr¨ªo es s¨®lo un concepto metaf¨ªsico.
Selva Almada cuenta las historias de Andrea, Mar¨ªa Luisa y Sarita, pero siguiendo su huella a?ade un sinn¨²mero de historias semejantes de otras mujeres asesinadas, maltratadas o humilladas en la misma rueda. Son fogonazos narrativos engarzados con un aparente desorden, pero que dejan bien sedimentada una idea capital: en ese universo, los casos de las tres chicas protagonistas no son excepciones ex¨®ticas, sino la norma social. Al final no recordamos bien la historia de ninguna de ellas porque lo que menos importa son sus historias particulares. El rompecabezas queda voluntariamente incompleto y voluntariamente enredado. Confundimos los episodios, los hechos y los rostros, que han sido barajados por Almada como los naipes de esa echadora de cartas, la Se?ora, que es empleada en el libro como brillante recurso narrativo. Todas las chicas son la misma chica.
La brutalidad no puede ser contada con ?o?er¨ªa, con remilgos o con ocultamientos: tiene que ser contada con brutalidad. Selva Almada quiere herir al lector, y lo hace sin exuberancias ni efectismos. El encarnizamiento en realidad no lo pone ella. Est¨¢ en las vidas que nos muestra.
En Chicas muertas se recoge un recuerdo familiar de la autora que tal vez sirva para dar sustento a la filosof¨ªa del libro. Sus padres, que se casaron muy j¨®venes, tuvieron un d¨ªa una discusi¨®n banal, de chiquillos. La disputa subi¨® de tono y el padre levant¨® la mano en el gesto de golpear a su esposa. La madre cogi¨® entonces un tenedor que hab¨ªa en la mesa y se lo clav¨® en el brazo. En el resto de su vida matrimonial, ¨¦l nunca m¨¢s repiti¨® un adem¨¢n violento.
Chicas muertas. Selva Almada. Literatura Random House. Barcelona, 2015. 192 p¨¢ginas. 15,90 euros.
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