Cementerio
uando era chica me encantaba ir al cementerio. Los domingos a la ma?ana la abuela cortaba una brazada de flores, las met¨ªa en un balde y lo dejaba a la sombra, para que aguantaran frescas hasta despu¨¦s del almuerzo.
Ahora el cementerio se meti¨® en el pueblo, pero en esa ¨¦poca todo era campo, hab¨ªa que seguir la l¨ªnea de las v¨ªas unos 5 kil¨®metros desde su casa que quedaba en la otra punta. El camino era largo y lo hac¨ªamos a pie, pero val¨ªa la pena. A veces ven¨ªan tambi¨¦n mi madre y mi t¨ªa. Los que no falt¨¢bamos nunca ¨¦ramos el Andr¨¦s y yo. La abuela tendr¨ªa cincuenta a?os pero ya hab¨ªa envejecido: el pelo canoso, los anteojos, la espalda que empezaba a encorvarse.
Par¨¢bamos en las tumbas de cada pariente. A la mayor¨ªa, el Andr¨¦s y yo no los hab¨ªamos conocido, muchos se hab¨ªan muerto antes de que naci¨¦ramos, otros eran familiares tan lejanos que ni siquiera la abuela recordaba qu¨¦ lazo ten¨ªan con nosotros.
Entre los muertos conocidos estaban el abuelo Antonio, que hab¨ªa llegado a tenernos en brazos dos o tres veces antes de morirse; y Manuela, la madre de la abuela. De ella s¨ª nos acord¨¢bamos. Era una vieja chiquitita con el pelo muy blanco y espumoso como si tuviera una nube en la cabeza. La abuela se ocupaba de recortarlo cada luna nueva; yo la ayudaba poniendo las manos como un cuenco adonde ella iba dejando las hebras de cabello. Despu¨¦s lo ech¨¢bamos al fuego porque si lo dej¨¢s por ah¨ª los p¨¢jaros se llevan el pelo para tejer sus nidos y despu¨¦s a una le duele la cabeza. Manuela se dejaba cortar el pelo, llevar al sol, pasarse a la sombra, seg¨²n la estaci¨®n y la temperatura. No sab¨ªa que la abuela era su hija y le dec¨ªa se?ora como si fuera su mucama o su enfermera. A todos nos trataba con un poco de distancia, tal vez por su ¨¢rbol de dinero: un gran eucalipto que crec¨ªa al lado de su casa. Las hojas eran billetes seg¨²n ella, todos los cajones de sus muebles rebosaban de dinero. Manuela, que hab¨ªa sido pobre, los ¨²ltimos a?os fue inmensamente rica. En su florero siempre pon¨ªamos una rama fresca de eucalipto.
La repartija de flores nos llevaba buena parte de la tarde. Despu¨¦s la abuela descansaba en un banco y nosotros trot¨¢bamos entre las tumbas.
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