La isla de Ellis de la literatura
El galard¨®n a Alexi¨¦vich reconoce a uno de los g¨¦neros m¨¢s importantes del siglo XX, la no ficci¨®n
El segundo premio Nobel de Literatura lo recibi¨® en 1902 un ensayista, Thedor Mommsen, el gran historiador de la Roma cl¨¢sica cuya obra sigue siendo esencial para entender la antig¨¹edad latina. Sin embargo, aquel temprano galard¨®n marc¨® la excepci¨®n, no la regla, porque a lo largo de la historia del premio que establece el canon de la literatura universal, la no ficci¨®n ha tenido muy poca suerte. Aunque lo ganaron fil¨®sofos como Henri Bergson (1927) o Bertrand Russell (1950), premiado tambi¨¦n por su rotundo compromiso ¨¦tico a favor de la paz, o pol¨ªticos como Winston Churchill (1953), al que no era f¨¢cil dar el Nobel de la Paz, la Academia Sueca siempre se ha fijado en los g¨¦neros tradicionales, la novela, el teatro y la poes¨ªa (aunque Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez fue un inmenso periodista el jurado reconoci¨® sobre todo su capacidad de fabulaci¨®n) y hab¨ªa olvidado una de las revoluciones literarias m¨¢s importantes del siglo XX: el triunfo de la no ficci¨®n. Con la bielorrusa Svetlana Alexi¨¦vich, ganadora en 2015, se repara en cierta medida esa injusticia: este Nobel premia un g¨¦nero que han cultivado (incluso se podr¨ªa decir que se han inventado) autores que han modelado nuestra forma de ver el mundo, como Truman Capote, Ryszard Kapuscinski, Chaves Nogales o Rodolfo Walsh.
El periodista estadounidense Gay Talese, autor de obras monumentales como Honrar¨¢s a tu padre, el primer gran retrato de la Mafia neoyorquina, declar¨® en una entrevista con The Paris Review: "Los escritores de no ficci¨®n somos ciudadanos de segunda, la isla de Ellis de la literatura, de la que no acabamos de salir. Y claro que me cabrea". Una parte significativa de la mejor literatura que se ha escrito en las ¨²ltimas d¨¦cadas, libros como Despachos de Guerra, de Michael Herr, A sangre fr¨ªa, Operaci¨®n Masacre, El imperio,?El emperador o El corto verano de la anarqu¨ªa, de?Hans Magnus Enzensberger, son obras de no ficci¨®n. Historiadores como Georges Duby, Fernand Braudel o Jacques Le Gof escribieron en una prosa de una belleza y eficacia inolvidable. Pero, lo que es m¨¢s importante, no se trata de un premio que mire al pasado, sino al futuro, porque una parte esencial de la literatura actual m¨¢s interesante cultiva la no ficci¨®n, desde el franc¨¦s Emmanuel Carr¨¨re o el espa?ol Javier Cercas hasta los argentinos Leila Guerriero (que ha escrito l¨²cidas p¨¢ginas que reivindican la no ficci¨®n y maravillosas novelas reales como Los suicidas del fin del mundo) o Mart¨ªn Caparr¨®s, autor de uno de los libros del a?o, El hambre, un portentoso ejemplo de periodismo y literatura.
En un art¨ªculo publicado en la revista de la organizaci¨®n humanitaria Human Rights Watch, Alexi¨¦vich se defin¨ªa como una narradora de no ficci¨®n que escrib¨ªa "novelas de voces, que mezclaban el reportaje con la historia oral". Ese mismo art¨ªculo recordaba que la primera vez que? fue traducida al ingl¨¦s fue en la revista Granta, que entonces dirig¨ªa Bill Buford, con una historia titulada Los muchachos del zinc, en la que narraba la guerra de Afganist¨¢n desde el punto de vista de las madres que recib¨ªan los cad¨¢veres de sus hijos muertos en el frente (el zinc hac¨ªa referencia a los ata¨²des). La fuerza de Alexi¨¦vich no solo reside en su capacidad narrativa, sino en los temas que escoge para sus relatos, a trav¨¦s de los que pretende retratar sin contemplaciones la sociedad en la que vive y denunciar los abusos del poder, los objetivos que deber¨ªa marcarse el mejor periodismo.
Sin embargo, la literatura de no ficci¨®n tiene sus reglas, o deber¨ªa tenerlas. Cuando una biograf¨ªa de Ryszard Kapuscinski escrita por Artur Domoslawski, un reportero de Gazeta Wyborcza que fue su disc¨ªpulo y amigo, revel¨® que el maestro polaco redondeaba sus historias (vamos, que se inventaba cosas) provoc¨® una especie de terremoto en el periodismo. El maestro pod¨ªa haberse saltado la regla de oro del oficio: no rellenar con imaginaci¨®n los huecos que deja la vida. Una cosa es el debate sobre si Truman Capote se saltaba las reglas del oficio reproduciendo hasta el m¨¢s m¨ªnimo detalle conversaciones y escenas en las que no hab¨ªa estado presente y otra es invent¨¢rselas para redondear la realidad. Abandonar la imaginaci¨®n requiere un pacto con el lector que pasa por la verdad. Esa es, por lo menos, la literatura que este jueves ha sido reconocida en Estocolmo que, por fin, parece haber abandonado la isla de Ellis.
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