No todos somos turistas
En el Museo Brit¨¢nico los visitantes se hacen 'selfies' abrazados, literalmente, a estatuas milenarias
La imagen no pod¨ªa, desde luego, ser m¨¢s elocuente: un pobre ni?o perd¨ªa el equilibrio y para no caerse iba a darse de bruces contra un cuadro en un museo de Taiw¨¢n, cuadro que adem¨¢s, creo recordar, era un pr¨¦stamo. "Uy, la que he liado", parec¨ªa decir la estupefacta criatura tras ver el destrozo, buscando consuelo alrededor. La cosa no pas¨® del susto: la familia no tuvo que hacerse cargo del desaguisado, ya que la colecci¨®n privada ten¨ªa un seguro paraguas, incluso para tropiezos de ni?os que, con algo en la mano con pinta de vaso de refresco ¡ªaunque no me hagan caso que eso seguro que es ya paranoia m¨ªa¡ª, recobran la estabilidad de un modo tan aparatoso.
La imagen, viral, trajo consigo entonces pocas reflexiones al respecto, m¨¢s all¨¢ de lo pintoresco y del mensaje ¨²ltimo y alentador a los visitantes: "Tranquilos, que el seguro lo paga todo". Y es que, en el fondo, nos hubiera podido pasar a cualquiera, sobre todo, porque si visitamos un domingo por la ma?ana la sala de Goya donde est¨¢ el retrato de la familia de Carlos IV en el Museo del Prado, metro de Tokio a la hora punta, con visitantes de todo tipo, incluidos los asi¨¢ticos con sus mascarillas ¡ªy hacen bien porque con ese gent¨ªo te coges lo que no tienes¡ª, hay tanto personal que de repente la tensi¨®n baja, se desmaya uno y acaba estampado contra el pobre Goya pintando en el rinconcito.
En el Museo Brit¨¢nico, por ejemplo ¡ªy esto s¨ª que no es delirio paranoico¡ª, los visitantes se hacen selfies abrazados ¡ªliteralmente¡ª a las estatuas milenarias, en un traj¨ªn de idas y venidas inaudito para un templo del saber, contemplada la maniobra por unos vigilantes indiferentes, como si hubieran tirado la toalla. En mi adorada Barcelona, devorada por hu¨¦spedes de todo a cien, los viajeros entran al museo en chancletas llenas de arena casi, porque todo se mezcla en el mundo tur¨ªstico que en un momento como el actual se ha convertido para pa¨ªses como este en fuente de financiaci¨®n primaria, tal vez porque por cada ni?o que se cae contra cuadro, hay millones de ni?os que compran bocadillos y refrescos y gastan en chuches o bolsos de alta gama.
Y no es que me meta con el turismo, sobre todo porque viene el ministro del ramo y me la cargo ahora que todos celebran la marca Espa?a en un pa¨ªs que ya es mayoritariamente de servicios, pero estar¨ªa bien que esos millones de personas que se mueven por el mundo tuvieran una relaci¨®n m¨¢s afectiva con lo que van a visitar. Estar¨ªa bien que les guiara la belleza, la curiosidad, el conocimiento y no solo hacerse el selfie con el palo ¡ªqu¨¦ peligro¡ª para subirlo a las redes sociales. De hecho, y aunque sea impopular, me parece que ya no todos somos turistas, como dec¨ªa Dean MacCannell en su libro seminal de finales de los setenta del XX, El turista. Una nueva teor¨ªa de clase ociosa ¡ªtraducido por la editorial Melusina de Barcelona¡ª. Para ¨¦l todos caemos en los mismos errores y nadie es superior a nadie a la hora de viajar por las culturales ajenas, si bien la tesis deber¨ªa ser revisitada hoy. Y no es que me crea superior y quiera que se vaya todo el mundo del museo para poder ver algo. Pero ?imaginan si al entrar se nos pidiera un certificado que acreditara el inter¨¦s genuino? Claro que con la guerra de los visitantes lo esencial es que pasen y pasen, incluso en busca del selfie ¡ªprohibido en el Prado, menos mal¡ª. ?Que todos somos turistas? No estoy tan segura. Algunos al menos no nos abrazamos a las estatuas milenarias del British para hacernos una foto. Algo es algo.
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