Roberto Arlt: el gran inquisidor porte?o
Editorial Drácena reedita dos textos fundamentales de este autor sin el cual no existiría la literatura argentina
Editorial Drácena reedita Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires y El amor brujo de Roberto Artl, textos fundamentales de un autor sin el cual no existirían la literatura argentina ni la ciudad de Buenos Aires. Esa reedición coincide además con el rescate de los Aguafuertes de Arlt a cargo de las editoriales Hermida y Renacimiento.
1. Roberto Emilio Gofredo Artl (1900–1942). Dice Nietzsche en alguna parte que una cosa es él y otra sus escritos. Afirmemos para polemizar que el hombre de nombre Roberto Artl es sus propios personajes. Delatores que traicionan porque “traicionar es hacer nacer un destino” (Sartre citado por Oscar Masotta en su tremendo Sexo y traición en Roberto Artl de 1965), hundidores de hundidos, “hombres-cofre en una comunidad de verdugos escalonados según su jerarquía” (también Masotta)... Silvio Astier, Estanislao Balder o Remo Erdosain se elevan, quizás, como meros seudónimos con los que Artl ha querido nombrarse a sí mismo.
2. Arlt, Borges y Cortázar. Homenajes envenenados, en “La escuela de noche” (1982) Cortázar reverencia el episodio de El juguete rabioso (1926) en el que Silvio y sus compinches asaltan a deshoras esa “enorme caja de zapatos amarilla con sus columnas y sus mármoles”, una escuela tomada en la que cada quien es su propia fuga. En “El indigno” (1970), Borges surte de pu?ales la historia del purrete quincea?ero que delata al padre de la Patria –el compadrito que no quiere que haya otros– mofándose del empleado de la Policía, “un tal Eald o Alt, que goza con el lunfardo como los chicos de cuarto grado”. ?Bien sabían ellos que no podrían existir sin él!
3. Arlt y el ocultismo. En Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires (1920), el Artl más joven se apresta a desmontar la “Doctrina Secreta” de la Dra. Blavatski. Pero estas alucinaciones esotéricas de los “macaneadores del espíritu” mantienen ciertos paralelismos con la “Sociedad Secreta” organizada por el Astrólogo en Los siete locos (1929), o con la “estructura del camino tenebroso” dise?ada por Balder en El amor brujo (1932). Tanto es así que, en su afiladísimo Arlt. Política y locura (1996), Horacio González sugiere la presencia en la obra arltiana de “una atracción ciega por esas malformaciones del espíritu, sede de un raro lirismo”.
4. Artl y mi padre. “Leyendo a Artl a los 18 a?os, puesto en mi mano Los siete locos por el bibliotecario del barrio, me metí tan de lleno en el personaje que fui lumpen, porte?o reo, casi mendigo, observando a los cirujas que hacían cola en la vereda de la iglesia Santa Felicitas por un plato de comida. Al tiempo conocí las confiterías con mostrador, los juegos de cartas y quiniela ilegal y los piringundines del Bajo regentados por un amigo circunstancial del café. Era la Buenos Aires de los ‘50, la que habían fabricado Barletta, Perón y Arlt”.
5. Artl y Buenos Aires. Pasando a la historia el cepillo a contrapelo, como un rayo en cielo sereno cae, digo yo, El juguete rabioso (1926) en una Argentina todavía en pa?ales, para poner con palabras los cimientos de Buenos Aires, como otrora la fundara Juan de Garay con la espada y la viruela. Si este texto fundacional constituye el plano de la ciudad, las crónicas “periodísticas” reunidas en Aguafuertes porte?as (1928–1933) son las chinches sobre el mapa, instantáneas encargadas de microscopiar la vida y milagros de los habitantes de esa grave enfermedad nerviosa a la que habitualmente llamamos Buenos Aires.
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