Todos los d¨ªas son ¡®black Friday¡¯
Las editoriales echan el resto para llegar a tiempo al despiporre de consumo que se nos viene encima en esta fecha
Algo pasa. Hago mi habitual trabajo de campo en librer¨ªas que conozco bien y me abruma el elevad¨ªsimo n¨²mero de novedades, muy superior, tengo la impresi¨®n, al de otros a?os. Cada sello echa el resto para llegar a tiempo al despiporre de consumo que se nos viene encima a partir de este black Friday finisemanal ¡ªotra tradici¨®n imperial que hemos importado, y eso que a¨²n no se ha firmado el oscur¨ªsimo Tratado de Libre Comercio entre la metr¨®polis y su gran provincia europea¡ª. Multitud de libros para todos, de todos los tama?os y formas, de todos los g¨¦neros: son tantos que, si no fuera por la cantidad de anuncios de perfumes ¡ªperd¨®n: fragancias¡ª, se dir¨ªa que su gen¨¦rico ¡ªel objeto libro¡ª se ha convertido en el regalo-refugio m¨¢s socorrido para estas fiestas. Libros que muchos compran online y a todas horas (Amazon asegura que los espa?oles ocupamos el segundo lugar entre los europeos que m¨¢s compran en horario nocturno), salt¨¢ndose a la librer¨ªa de toda la vida (donde, sin embargo, los han hojeado). Se compra m¨¢s que se lee, claro: entre nosotros cada vez se practica m¨¢s el tsundoku, una estupenda palabra japonesa que se refiere al h¨¢bito de comprar libros que no se leen, sino que se apilan esperando una ocasi¨®n que nunca llega. La avalancha de estos d¨ªas prenavide?os me sorprende doblemente despu¨¦s de escuchar a Jos¨¦ Mar¨ªa Lassalle, el secretario de Estado de Cultura, recordarnos que en este pa¨ªs la media de lectura est¨¢ en cuatro libros por lector/a y a?o, muy inferior a Francia (25, dicen) y vergonzosamente lejos de la de Finlandia e Islandia (cerca de 40). Vuelvo a formularme las mismas preguntas que me hago desde que me dedico a este oficio ¡ªes decir, antes de que t¨², perm¨ªteme que te tutee, improbable lector joven, hubieras nacido en esta democracia imperfecta pero muy preferible a lo que hubo¡ª: ?ad¨®nde va la creciente (y nada m¨¢gica) monta?a de invendidos?, ?qu¨¦ se hace con ellos? Y, sobre todo: ?por qu¨¦ se siguen produciendo tantos libros que, al parecer, tan pocos leen (m¨¢s de 4 al a?o)?
Gr¨¢ficos
A lo mejor es cosa de la edad (por cierto: si les preocupa lo del paso del tiempo, quiz¨¢s les interese saber c¨®mo lo viven dos pensadores tan distintos como Salvador P¨¢niker ¡ªDiario del anciano averiado, Random House¡ª o el m¨¢s joven Aurelio Arteta ¡ªA pesar de los pesares, Ariel¡ª), pero coincido con Javier Mar¨ªas en su reciente apreciaci¨®n acerca del estado un tanto ¡°languideciente¡± de la literatura, a pesar (o, a lo mejor, por eso mismo) de ¡°los modales corteses o prudentes que nos gastamos¡± a la hora de valorar la que escriben nuestros contempor¨¢neos. En lo que a m¨ª se refiere, debo confesar que algunas de las m¨¢s revolucionarias y convincentes propuestas narrativas que he le¨ªdo en los ¨²ltimos a?os pertenecen a la categor¨ªa de ¡°novelas gr¨¢ficas¡±, un g¨¦nero ya maduro que lleva tiempo inmerso en plena revoluci¨®n ¡°modernista¡±. Es en algunas de ellas donde he apreciado mayor audacia a la hora de encarar originales ¨¢ngulos, perspectivas y puntos de vista para contar el mundo contempor¨¢neo, de modo semejante a como hizo la novela internacional entre Marcel Proust y Samuel Beckett. Esta temporada, y en los ratos libres que me deja el apresurado estudio de las aleyas cor¨¢nicas (no deseo que, por no saber recitarlas, me pase como a los apiolados en el Hyatt de Bamako por otra tanda de siniestros terroristas que han encontrado en esa f¨®rmula su particular shibboleth ¡ªJueces, 12, 4-6¡ª para decidir a qui¨¦n asesinar, dizque en nombre de Dios); en esos ratos libres, digo, me he dedicado al disfrute de algunas obras valiosas de ese g¨¦nero h¨ªbrido y fecundo que a¨²n tiene que enfrentarse al prejuicio, o al desprecio, de muchos lectores de ¡°cejas altas¡±. Empiezo por recordarles dos t¨ªtulos de sendos cl¨¢sicos mangakas japoneses: Pies descalzos (dos tomos en Debolsillo), de Keiji Nakazawa (1939-2012), y la muy estupenda El hombre sin talento, de Yoshiharu Tsuge (1937), excelentemente editada por Gallo Nero. Y, luego, perm¨ªtanme que les recomiende, de entre todo el copioso material narrativo-gr¨¢fico recibido, tres maravillas que pueden hojear (antes de comprar) en cualquier buena librer¨ªa: las dos melanc¨®licas historias incluidas en Oto?o, del elusivo Jon McNaught (Impedimenta); la estupenda, c¨®mica y siniestra, pero verdadera y l¨²cida historia familiar de?Podemos hablar de algo m¨¢s agradable? (Reservoir Books), de Rosalind Chast, Roz (1954), en mi opini¨®n, una aut¨¦ntica obra maestra; y la muy formalmente revolucionaria Aqu¨ª (Salamandra), de Richard MacGuire (1957), que tuvo la audacia de contar la historia del rinc¨®n de una casa (y de lo que hubo cuando a¨²n no exist¨ªa) a lo largo de siglos (y milenios), y que me ha recordado, de alguna manera, mi lejana lectura de La celos¨ªa, de Robbe-Grillet. En cuanto a mi amedrentada y compulsiva obsesi¨®n cor¨¢nica, perm¨ªtanme que les transcriba (en traducci¨®n de Juan Vernet) una de esas aleyas (azura IV, 59/56) que me hacen avanzar a¨²n m¨¢s r¨¢pido en mi aprendizaje preventivo: ¡°Realmente, a quienes no creen en nuestras aleyas, les quemaremos en un fuego, y cada vez que su piel se queme les cambiaremos la piel por otra nueva, para que paladeen el castigo. Dios es poderoso¡±. Como ven, la Biblia (Antiguo Testamento) no es el ¨²nico libro sagrado de los monote¨ªstas que rezuma ternura.
Far¨¢ndula
Marta Sanz sigue en sus trece en su idea de comentar el mundo que le rodea desde una comicidad cada vez m¨¢s violenta, m¨¢s esperp¨¦ntica. Su ¨²ltima novela, Far¨¢ndula (Anagrama), lleva a su l¨ªmite algo que se percib¨ªa intermitentemente en las dos anteriores; igual que la cronista-narradora (y antes actriz) con cuyo relato se cierra el libro, Sanz no escribe ¡°para que nadie se reconozca en su parte inteligente, sino en su m¨¢s abyecta y entra?able vulgaridad¡±. Por eso nos confronta, en esta historia de c¨®micos y lucha de clases, con nuestro presente cutre y recortado, con nuestras vanidades autocomplacientes, con la realidad m¨¢s real (y menos gloriosa) de la degradaci¨®n de las pr¨¢cticas culturales y de la progresiva indiferencia que suscitan a sus (presuntos) usuarios, con la fullera noci¨®n de compromiso con la que hemos aprendido a tapar los ocasionales sarpullidos de nuestra conciencia infeliz. Y lo hace gradualmente, dejando que su furia fluya poco a poco al principio ¡ªcontenida en inacabables enumeraciones, en situaciones chuscas y teatrales, en la utilizaci¨®n inteligente de una panoplia de referencias a la cultura popular y, especialmente, al cine y sus estrellas¡ª para resumirse y estallar en ese relato, amargo y final, pero tambi¨¦n grotesco y vengativo de la Falconcita. Y todo ello lo lleva a cabo Sanz sin olvidar en ning¨²n momento que, al contrario que la vida, la ficci¨®n debe resultar siempre convincente. Felicidades.
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