Maria Braun vuelve a los cielos
Ostermeier sorprende en Temporada Alta con una soberbia adaptaci¨®n de El matrimonio de Maria Braun, filme de Fassbinder protagonizado por Ursina Lardi
Ya no recordaba la potencia de la historia de Maria Braun, quiz¨¢s porque a finales de los setenta las pel¨ªculas de Fassbinder llegaban mordi¨¦ndose los talones, era como el Dylan de los cineastas, cuando todav¨ªa est¨¢bamos atrapados en el desierto de Mobile ¨¦l ya miraba el horizonte de Nashvi?lle, de modo que se me mezclan Maria Braun y Lola en la memoria, quiz¨¢s tambi¨¦n porque Hannah Schygulla y Barbara Sukowa ten¨ªan parejos resplandores, y porque Veronika Voss y Petra von Kant pertenec¨ªan a otra galaxia m¨¢s claustrof¨®bica, de mujeres so?juzgadas, ultraneur¨®?ticas, encerradas con un solo juguete. El matrimonio de Maria Braun fue la pel¨ªcula m¨¢s popular de Fassbinder, gust¨® lo mismo a cin¨¦filos de lunes tarde y a p¨²blico de s¨¢bado noche: siempre gustan las supervivientes que se ponen el mundo por montera, y que la montera no les acabe de encajar.
Como las damas fuertes pero dolientes del Hollywood de los cincuenta que tanto le gustaban a Rainer Werner, mitad Barbara Stanwyck, mitad Joan Crawford, Maria consigue dinero, poder y un cas¨®n pero no logra la felicidad con su hombre: su himno podr¨ªa ser Into Every Dreamhome, a Heartache, de Bryan Ferry. Si Maria es, como se dijo mucho, una encarnaci¨®n del milagro alem¨¢n, es asunto a debatir: a m¨ª me cuesta encerrar un personaje tan complejo en un s¨ªmbolo.
He visto muchos espect¨¢culos soberbios de Thomas Ostermeier, pero no me daba un calambrazo as¨ª desde Shop?ping?& Fucking, en el Lliure. El matrimonio de Maria Braun es la reposici¨®n de un montaje que present¨® en 2007 en el Teatro de C¨¢mara de M¨²nich. Este verano triunf¨® en Avi?¨®n y en Venecia, y el pasado d¨ªa 7 recal¨® en el Municipal de Girona, gentileza de Temporada Alta. Aunque fue funci¨®n ¨²nica, con l¨®gicas bofetadas para verla, quiero rese?arla porque Ostermeier tiene muchos seguidores y para que alg¨²n programador se anime a repescarla. Y porque es un prodigio de inteligencia esc¨¦nica, de s¨ªntesis, de ligereza, de invenci¨®n continua, de ritmo y de interpretaci¨®n. Creo que a Fassbinder le hubiera gustado mucho, much¨ªsimo. Y a Brecht. Y quiz¨¢s a Von Horv¨¢th.
El espacio imaginado por Nina Wetzel recuerda la sala de estar de un hotel de segunda fila, con sillones desparejados, paredes recubiertas de visillo y una l¨¢mpara de ara?a. Yo estuve en un lugar parecido, una noche en Zaragoza, en los sesenta, y desde entonces lo he so?ado varias veces: cuando vuelva a so?arlo se me juntar¨¢ con este. La ara?a desaparece para dar paso a un manojo de fluorescentes verticales, y la sala se convierte entonces en un night club, o muta en una l¨¢mpara de acero coloreado, muy de los cincuenta, y estamos en el lujoso despacho del industrial Karl Oswald, y un restaurante berlin¨¦s, y la casa de Maria. Y m¨¢s, y m¨¢s, y m¨¢s. El reparto: cinco int¨¦rpretes extraordinarios, y me quedo corto con el adjetivo. Ursina Lardi, algo as¨ª como la respuesta alemana a Stella Stevens, es Maria. Peque?a y sensual como ella, pero m¨¢s g¨¦lida. Dureza en los ojos azul¨ªsimos, en la sonrisa, exhalando de la colocaci¨®n del cuerpo. Una mujer, literalmente, de empresa, que siempre toma la iniciativa. Su indomabilidad en una sola frase, cuando le dice a su jefe: ¡°Quiero acostarme contigo, pero no tendr¨¢s ning¨²n derecho sobre m¨ª¡±. Una obsesi¨®n, a lo Mildred Pearce: ¡°Todo lo hice por Hermann¡±. Hermann es su marido, el hombre que fue a la c¨¢rcel por ella. Hermann es Sebastian Schwartz, que tambi¨¦n interpreta a Betti, la amiga de Maria, y a un periodista, y a un criado, y a un soldado americano, y pierdo la cuenta. Porque Ursina Lardi es siempre Maria y solo Maria, pero sus cuatro compa?eros interpretan todos los otros roles, tanto masculinos como femeninos. Quien se lleva la palma es Moritz Gottwald, que en un tour de force camale¨®nico encarna (los cont¨¦) a nueve, aunque mis favoritos son Thomas Bading, el industrial Oswald, pedazo de personaje, enfermo terminal que quiere pasar con Maria lo que le quede de vida, y sobre todo el pasmoso Robert Beyer, que tan pronto es la madre, enamorada de un chavalote, como, en cuesti¨®n de nanosegundos, un feroz militar americano o un m¨¦dico, coloc¨¢ndose la gabardina al rev¨¦s, como una bata de cirujano atada a la espalda.
La obra es un prodigio de inteligencia esc¨¦nica, de s¨ªntesis, de ligereza, de invenci¨®n continua, de ritmo y de interpretaci¨®n
Esos cambios han de ser tan veloces como sencillos para que la funci¨®n no pierda nunca el comp¨¢s. Y no lo pierde. Ritmazo constante, sin languideces: 1,45 horas a toda mecha. Fregolismo fren¨¦tico?y actores multitareas, por?que tambi¨¦n saben crear efectos m¨ªnimos y poderosos, un vag¨®n de tren o un coche con dos sillas y sus estudiad¨ªsimos vaivenes, en el m¨¢s puro estilo complicit¨¦, como pintores que con un solo trazo te hacen ver un paisaje entero. Mi imagen favorita, una entre cientos: los bombardeos de Berl¨ªn, evocados por el balanceo de la l¨¢mpara, el rumor de los vidrios tintineantes y un espolvoreo de yeso que, lanzado al aire, parece caer del techo resquebrajado. Hac¨ªa tiempo que no ve¨ªa esa simplicidad en un montaje de Ostermeier.?Low cost? No creo, no parece barato: hay un cuidado casi fotogr¨¢fico en el vestuario de Ulrike Gutbrod o en los peinados (Ursula Lardi est¨¢ clavada a Schygulla). Al principio hay figuras de estilo un poco datadas, los famosos micros de pie, los actores leyendo cartas de ni?as encandiladas con Hitler, y luego la c¨¢mara para que los actores filmen a sus compa?eros en primer¨ªsimos planos, pero todo eso es breve y, sobre todo, funciona. Aire ir¨®nico, nunca par¨®dico: Ostermeier sabe muy bien que la parodia reduce, cierra el paso a la emoci¨®n, distorsiona la verdad, y aqu¨ª hay verdad a espuertas. Y un sentido cinematografiqu¨ªsimo del montaje, del modo de arrancar y cuajar y despedir una escena, como cuando Maria sale del restaurante, tropezando, empapada en silencio tras la muerte de Oswald. O ese final, mientras Alemania gana la Copa del Mundo contra Hungr¨ªa, y Maria arde y todo arde, y el teatro gana a la pel¨ªcula en ambig¨¹edad y magia potagia: ojal¨¢ puedan ver ese trucaje digno de Rambal, porque no puede contarse, hay que estar all¨ª, a pie de escenario. Insisto: ?qui¨¦n se anima a traer de nuevo El matrimonio de Maria Braun?
Y una recomendaci¨®n, a vuelapluma, ya cerrando: Al nostre gust, de Oriol Broggi y su banda, en el teatro de la Biblioteca de Catalunya. Anot¨¦ al salir: ¡°?Cu¨¢ntos regalos! ?Cu¨¢ntos talentos! ?Cu¨¢nta felicidad teatral, cu¨¢nta vida!¡±. En breve se lo cuento.
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