Odio mi cuerpo

¡°Einar empezaba a sumirse en un vago mundo de sue?os en el que el vestido de Anna pod¨ªa pertenecer a cualquiera, incluso a ¨¦l¡±, escribe David Ebershoff en el primer cap¨ªtulo de su novela La chica danesa, publicada en el a?o 2000 y que ahora ha adaptado al cine Tom Hooper con los acostumbrados automatismos de quien sabe que est¨¢ facturando antes un producto oscarizable que una pel¨ªcula con alma. A casi nadie le sorprender¨¢ saber que, en la traducci¨®n cinematogr¨¢fica de esa frase, el actor Eddie Redmayne muestra un control m¨¢s sutil y delicado de sus recursos expresivos que ese Hooper cuya idea del cine acad¨¦mico pasa por la alternancia arbitraria de planos exquisitamente compuestos y planos generales de transici¨®n en gran angular que toda retina sensible suele recibir como un pu?etazo a traici¨®n.

La frase citada pertenece al momento clave en que el protagonista experimenta ese indefinible extrav¨ªo interior que, de forma irrefrenable, revela su verdadera identidad adormecida: la de Lili Elbe, una mujer. Cotizado paisajista en la Dinamarca de principios del siglo XX, el pintor Einar Wegener debi¨® a un puro azar ¨Cun ocasional posado con ropas femeninas para un cuadro de su esposa Gerda Gottlieb por incomparecencia de la modelo- la asunci¨®n de su naturaleza transgen¨¦rica, que acab¨® convirti¨¦ndole en el primer paciente de una operaci¨®n de reasignaci¨®n de sexo. Niels Hoyer, amigo del pintor, public¨® en 1933 el libro?Man into Woman a partir de los diarios personales de Einar / Lili durante su pionera metamorfosis. La novela de Ebershoff no quiere ser una biograf¨ªa fidedigna del personaje, sino una indagaci¨®n en clave de ficci¨®n literaria sobre el efecto de ese cambio de sexo en su entorno afectivo y social.

A Hooper no le interesa tanto Einar / Lili como una especie de ¨¦pica sentimental encarnada en la figura de su entregada esposa, a la que Alicia Vikander aporta una carnalidad y una afectuosa obstinaci¨®n que, no obstante, se estrellan una y otra vez contra el nada exhibicionista recital de un Redmayne mucho m¨¢s justo de tono aqu¨ª que en su exigente ¨Cy un tanto agotadora- encarnaci¨®n de Stephen Hwaking. L¨¢stima que el director s¨®lo est¨¦ a la altura de lo que el actor le ofrece en la secuencia del peep-show, ¨²nico momento de la pel¨ªcula donde parece que Hooper se haya preguntado por la puesta en escena.