Shakespeare por un d¨ªa
Lo que Shakespeare pensaba, cre¨ªa y sent¨ªa vas a encontrarlo en la suma de sus obras
Borges escribi¨® un cuento crepuscular donde un hombre hereda la memoria de Shakespeare ¡°y es como si le ofrecieran el mar¡±. Se me ocurre, con todo respeto, una variante de pasado ma?ana: un mago cibern¨¦tico, al que presto la cara ben¨¦vola de Ray Bradbury, inventa una m¨¢quina del tiempo y, entre incontables opciones, ofrece ser Shakespeare por un d¨ªa. Viajar por un d¨ªa al interior de su cabeza y ver c¨®mo funciona. Encasquetarte sus ojos, sus orejas, su imaginaci¨®n siempre alerta. Ver todo lo que ve, todo lo que olfatea, todo lo que selecciona y atesora. En La cualidad de la misericordia,de Peter Brook, hay un precioso pasaje en el que el joven Will llega a Londres, camina por las ruidosas y animadas calles y devora todo lo que hay a su alrededor. Brook imagina a Shakespeare atrapando ¡°relatos de viajantes, rumores de intrigas palaciegas, disputas religiosas, elegantes r¨¦plicas mordaces, obscenidades violentas¡±. Y a?ade algo tan obvio como esencial: ¡°Un poeta absorbe todo lo que experimenta, pero solo un genio sabe destilarlo y relacionar impresiones absolutamente distintas y contradictorias¡±.
Exacto: lo que yo quiero es ver c¨®mo se pon¨ªa en marcha esa esponja absoluta, pero no acabo de decidirme, porque el mago cibern¨¦tico despliega un cat¨¢logo muy variado. La llegada de Shakespeare a Londres abre un ramillete de grandes fulguraciones. Ah¨ª est¨¢ tambi¨¦n el d¨ªa en que se abism¨® sobre la Cr¨®nica de Holinshed, que ser¨¢ su gran fuente de historias. O la tarde en que escuch¨® la encendida perorata de un borracho donde reconocemos un p¨¢rrafo que heredar¨¢ el futuro Falstaff. O este momentazo (un poco m¨¢s caro, porque hay mucho travelling): Will camina por Shoreditch, deja atr¨¢s leproser¨ªas, burdeles y pat¨ªbulos, y entra, como imantado, en el teatro del viejo Burbage, aquel imponente edificio poligonal, enyesado en blanco y negro, con tres galer¨ªas, patio cubierto y techumbre de tejas, sede de la compa?¨ªa de los Lord Chamberlain¡¯s Men, y decide que ellos ser¨¢n su familia.
Puedo viajar tambi¨¦n al d¨ªa en que rompi¨® a escribir la primera parte de Enrique VI. Cuando toma posesi¨®n, por as¨ª decirlo, del pent¨¢metro y¨¢mbico, hasta entonces casi una f¨®rmula alqu¨ªmica, y la hace resonar como nunca hab¨ªa resonado antes, ni con Marlowe, y podemos ver de qu¨¦ modo los versos le marcan ya al actor, sin indicaciones, c¨®mo ha de respirarlos: d¨®nde est¨¢n las pausas, d¨®nde los galopes. ?Ah, poder atrapar el instante originario en que ese verbo po¨¦tico, como se?alan los detectives P¨¦rez y Ball¨® en El mundo, un escenario, ¡°construye la imagen en el oyente, y se hace visi¨®n aunque no llegue a visualizarse¡±. O cuando brota esa conciencia, nunca plasmada hasta entonces, que ¡°habla mientras piensa y se escucha a s¨ª misma¡±, y echa a andar, y se llama Hamlet, como el hijo muerto.
Por supuesto que me gustar¨ªa verle escribiendo, l¨ªneas y l¨ªneas como sangre negra y fresca, pero Shakespeare exige algo m¨¢s teatral.
El mago abre entonces la segunda baraja y sugiere asistir a la noche en que Will, entre jarras de cerveza, cuenta a su band of brothers lo que parece ser el plan, todav¨ªa titubeante, de su pr¨®xima obra. Ver c¨®mo trocea y rearma el material de Holinshed, y lo hace crecer hacia lo alto para que vuele, y lo hinca en el suelo para que el p¨²blico lo reconozca y lo haga suyo; verle trazar saltos de tiempo y espacio, dibujar en voz alta y apasionada p¨¢ramos del norte, grandes batallas, la antigua Roma, bosques habitados por la magia. O, ya metidos en harina teatral, ?qui¨¦n no querr¨ªa viajar al Globe la gloriosa ma?ana en que subi¨® por primera vez a las tablas y les dijo ¡°Que la acci¨®n responda a la palabra y la palabra a la acci¨®n, poniendo especial cuidado en no traspasar los l¨ªmites de la sencillez de la naturaleza¡±.
Habr¨ªa l¨®gico overbooking para vivir su primer revolc¨®n con la Dama Oscura o con el igualmente innominado joven de los sonetos, pero tampoco faltar¨ªa pasaje para verificar si el poemario era un juego de voces l¨ªricas, hijo exclusivo de su imaginaci¨®n. Y habr¨ªa un viaje ¨²ltimo a la primavera de 1616 para tratar de desvelar, en palabras de Borges, el ¡°¨¢rido testamento, del que deliberadamente excluy¨® todo rasgo pat¨¦tico o literario¡±.
Queda, por supuesto, el gran misterio, el definitivo: aprehender el pensamiento de aquel hombre que ¡°a semejanza del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser¡±. Y como has pagado por varios viajes, el mago te susurra al o¨ªdo que no gastes m¨¢s, que lo que Shakespeare pensaba, cre¨ªa y sent¨ªa vas a encontrarlo en la suma de sus obras, y que no entender eso es no entender la naturaleza de todo dramaturgo.
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