Ir y quedarse
Carlos Sebasti¨¢n hace el diagn¨®stico de corrupciones e incompetencias espa?olas que hacen inevitable el destierro
"Ir y quedarse, y con quedar partirse¡±, dice el soneto tremendo de Lope de Vega: ¡°Partir sin alma y ir con alma ajena¡±. El que se fue y ha vuelto, o el que se fue y ya no vuelve, el que piensa en volver y no sabe si ya se le ha hecho tarde, comparten una escisi¨®n parecida. Espa?a ha sido un pa¨ªs de emigrantes que no perd¨ªan nunca el prop¨®sito de volver y de exiliados a los que el regreso les estaba prohibido. Tambi¨¦n de otros, como Max Aub, que al volver al cabo de muchos a?os descubr¨ªan que el regreso era imposible, porque la ausencia dur¨® tanto que el pa¨ªs del que se marcharon y que recordaban hab¨ªa dejado de existir.
Los que se han ido y los que han vuelto, y los que han vuelto a irse, comparten historias en las que nunca falta una espina de desgarro; tambi¨¦n acaban compartiendo, sin duda por la perspectiva que da el h¨¢bito de la lejan¨ªa, una notable mesura en sus posiciones ideol¨®gicas, una disposici¨®n hacia el acuerdo que puede venir del propio aprendizaje vital y de formas extranjeras de debate pol¨ªtico menos viscerales. La crispaci¨®n es uno de esos productos nacionales que viajan mal. Hay gente fanatizada o envenenada sin remedio, y para eso no hay curaci¨®n en la distancia, pero lo m¨¢s com¨²n es una actitud cercana a la templanza. De lejos, hasta lo m¨¢s grave del pa¨ªs de origen se aten¨²a en una cierta medida, o se ve con menos agitaci¨®n. Tambi¨¦n se ven, desde luego, las sinrazones y desastres del otro pa¨ªs, pero en ¨¦l, a pesar de la familiaridad, uno sigue siendo extranjero. Quiz¨¢s para lo que m¨¢s sirve vivir fuera es para aprender sobre el pa¨ªs de uno.
Por debajo de las debilidades institucionales y los esc¨¢ndalos visibles de corrupci¨®n hay una zona gris de la que casi no se habla en p¨²blico
En estas semanas de palabrer¨ªa arrojadiza y vergonzosa esterilidad pol¨ªtica encuentro alivio conversando con personas que se han ido y han querido volver y no han podido quedarse; y leyendo un libro, Espa?a estancada, de Carlos Sebasti¨¢n, un economista al que se le nota mucho su experiencia del mundo, su estancia en la Universidad de Essex y en la London School of Economics. En medio de la conversaci¨®n me acuerdo de la lectura del libro: uno y otra se complementan entre s¨ª, iluminando la realidad presente con dos focos muy precisos.
Hablo con una mujer joven, de Madrid, de treinta y tantos a?os, bi¨®loga especialista en gen¨¦tica de plantas, casada con un cient¨ªfico australiano. No encontraban trabajo en Espa?a, donde deseaban instalarse, a pesar de un curr¨ªculum excelente. Lo encontraron en Des Moines, en Iowa, en el coraz¨®n plano y deshabitado del Medio Oeste. Era una gran empresa con un buen departamento de investigaci¨®n, pero muy pronto la vida se les volvi¨® desoladora. No hab¨ªa nada, en ninguna parte. Urbanizaciones, centros comerciales, inmensidades de campos de ma¨ªz cubiertos de nieve durante varios meses al a?o. Al cabo de unos cuantos inviernos decidieron que ya no pod¨ªan m¨¢s. En la lejan¨ªa se les despertaba la imaginaci¨®n aventurera: volver¨ªan a Espa?a aunque el precio fuera dejar de lado la ciencia; con sus ahorros pondr¨ªan un restaurante en una de las islas menos da?adas de nuestro Mediterr¨¢neo.
Fue imposible, me dice ella. Encontraron dificultades administrativas y pr¨¢cticas que se agravaban porque eran forasteros en un clima insular muy cerrado. Descubrieron que una gran parte de las transacciones les obligaban a hacerlas en dinero negro. Ahora est¨¢n a punto de irse otra vez, todav¨ªa m¨¢s lejos. ?l ha obtenido un buen puesto en un laboratorio universitario de Australia; ella, una beca generosa y exigente para un m¨¢ster de su especialidad. La diferencia de esta ida con todas las anteriores es que ya la intuyen definitiva. Los padres de ella son mayores. El que vive lejos lleva consigo el fantasma de las llamadas de tel¨¦fono en mitad de la noche.
Con documentaci¨®n rigurosa, sentido com¨²n, escritura limpia, con referencias reveladoras a ¨ªndices internacionales, Carlos Sebasti¨¢n hace el diagn¨®stico de las diversas corrupciones e incompetencias espa?olas que vuelven inevitable el destierro y dif¨ªcil o imposible el regreso de gente joven, animosa, con talento, bien formada, y a pesar de todo eso, incapaz de hacerse una vida en su pa¨ªs y de contribuir a una prosperidad com¨²n. Despu¨¦s del gran impulso reformador de los a?os setenta y ochenta, dice Carlos Sebasti¨¢n, Espa?a se ha ido estancando en su productividad y en su avance social por causas institucionales, pol¨ªticas y culturales que se vuelven m¨¢s claras por comparaci¨®n con los pa¨ªses con los que nos corresponde medirnos, los de la OCDE y la Uni¨®n Europea. Espa?a tiene m¨¢s leyes y normas jur¨ªdicas de todo rango que casi cualquier otro pa¨ªs: pero esa sobreabundancia, que en s¨ª misma es desastrosa, se corresponde con el incumplimiento generalizado y el descr¨¦dito de las leyes por parte no solo de empresas y de ciudadanos, sino a veces de las mismas Administraciones que las han promulgado. Los partidos pol¨ªticos han puesto grandes zonas de la Administraci¨®n p¨²blica al servicio de sus intereses clientelares, con lo cual la han vuelto ineficiente, despilfarradora y vulnerable a la corrupci¨®n. La seguridad jur¨ªdica y el imperio de la ley se debilitan m¨¢s a¨²n porque los ¨®rganos de gobierno del poder judicial y de control de la legalidad ¡ªel Tribunal Supremo, el Constitucional, el de Cuentas¡ª est¨¢n sometidos al arbitrio de las c¨²pulas de los partidos.
Con documentaci¨®n rigurosa, Carlos Sebasti¨¢n hace el diagn¨®stico de las diversas corrupciones e incompetencias espa?olas
Por debajo de las debilidades institucionales y los esc¨¢ndalos visibles de corrupci¨®n hay una zona gris de la que casi no se habla en p¨²blico, en parte por complacencia, en parte por miedo a los fulminantes sambenitos ideol¨®gicos espa?oles. En un pa¨ªs donde lo que importa para hacer negocios no es la iniciativa y la agudeza empresarial, sino la proximidad a un poder pol¨ªtico corrupto, hay pocos alicientes para la innovaci¨®n y el riesgo, o para el juego limpio; y cuando el m¨¦rito y el esfuerzo no se alientan, ni se reconocen, ni sirven de gran cosa, lo que se instala es un cinismo que recela del talento y el saber y se refugia en lo grosero y mediocre. ?Y c¨®mo va a tener prestigio o inspirar respeto la ley, si son los Gobiernos y las autoridades p¨²blicas los que se la saltan sin escr¨²pulo o se declaran en rebeld¨ªa contra ella? Carlos Sebasti¨¢n cuantifica el desguace de nuestra cultura c¨ªvica, la ausencia extendida de toda ¨¦tica de responsabilidad personal: estamos a la cabeza de Europa en pirater¨ªa contra la propiedad intelectual, en fraude fiscal y en indulgencia hacia los defraudadores; somos uno de los pa¨ªses en los que hay menos personas enroladas en educaci¨®n de adultos y en capacitaci¨®n profesional. Nos ufanamos de la fuerza de nuestros lazos familiares, pero en casi ning¨²n otro pa¨ªs hay tanta desconfianza hacia los otros, los no conocidos, los conciudadanos. La crisis de los ¨²ltimos a?os, en vez de para alentar reformas necesarias de gran calado, ha servido sobre todo para agravar la injusticia y las diferencias sociales.
Cosas concretas, datos ciertos, hechos contrastados, vidas reales de personas. Para intentar comprender, escucho lo que me cuentan y me esfuerzo en leer al que tiene algo que decir. Para atender mejor, necesito el silencio que solo llega cuando uno se desconecta del gallinero incesante de la palabrer¨ªa.
Espa?a estancada. Por qu¨¦ somos poco eficientes. Carlos Sebasti¨¢n. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016. 214 p¨¢ginas. 19,90 euros.
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