Espa?a no es eterna
El autor de 'Dioses ¨²tiles' compendia las l¨ªneas maestras de este libro sobre las naciones como entes en constante cambio y manipulables al servicio de fines pol¨ªticos
Durante mucho tiempo, las naciones fueron consideradas realidades naturales. El ensayista brit¨¢nico Walter Bagehot escribi¨® que eran ¡°tan viejas como el mundo¡± y algo as¨ª cre¨ªan los mejores pensadores del siglo XIX y primera mitad del XX, incluido Marx, que hizo de las clases los sujetos de la historia, pero nunca cuestion¨® seriamente a las naciones. En plena era de las naciones, sin embargo, Ernest Renan se plante¨® la dificultad de su definici¨®n y, tras descartar todos los factores ¡°objetivos¡± ¡ªraza, lengua, religi¨®n, historia¡ª, acab¨® ancl¨¢ndolas en un elemento subjetivo, misterioso, una ¡°voluntad de ser naci¨®n¡±, que se traduc¨ªa en un ¡°plebiscito cotidiano¡± a su favor.
La fase nacional de la historia humana condujo a las dos guerras mundiales y los fascismos. Y en 1945, al fin, tras descubrirse los cr¨ªmenes y las locuras nazis, la reflexi¨®n sobre estos problemas inici¨® un giro.
Construir un proyecto nacional de ¨¦xito requiere, como m¨ªnimo, hacerlo sobre rasgos culturales preexistentes y cre¨ªbles
El polit¨®logo norteamericano Carlton Hayes fue quiz¨¢s el primero que defendi¨® que las naciones eran un fen¨®meno moderno, debido a la secularizaci¨®n de las sociedades. Ante el descreimiento, la naci¨®n satisfac¨ªa la necesidad de permanencia, de anclaje de las vidas individuales en entes que trascendieran su finitud. Hayes estudi¨®, a partir de ah¨ª, los altares de la patria, las banderas y s¨ªmbolos nacionales como objetos sagrados y hasta esa moral que permite ¡ªexige¡ª matar para defender los intereses patrios, a diferencia de la moral individual, que veta matar a tu pr¨®jimo.
Retomando las reflexiones de Renan, el historiador y polit¨®logo brit¨¢nico Elie Kedourie explic¨® que lo esencial en la naci¨®n era, s¨ª, el plebiscito cotidiano, la adhesi¨®n de sus miembros, pero observ¨® que los plebiscitos se convocan para ganarlos y que, no pudiendo vivir en la incertidumbre de una votaci¨®n diaria que cuestione su existencia, los Estados se aseguran de que los ciudadanos se sientan nacionales educ¨¢ndolos de mil maneras en esa direcci¨®n. Kedourie convert¨ªa as¨ª la educaci¨®n en el factor clave del nacionalismo y el Estado en el gran mu?idor del proceso.
Religiones y naciones son fen¨®menos surgidos alrededor de profetas que satisfacen necesidades muy dignas de respeto
Ernest Gellner vincul¨® m¨¢s tarde el surgimiento de las naciones con la modernizaci¨®n socioecon¨®mica, que exige movilidad geogr¨¢fica, divisi¨®n del trabajo y mercados amplios. El Estado favorece la cultura com¨²n, base de todo ello, alfabetizando a la poblaci¨®n en la lengua oficial. El nacionalismo no era, pues, s¨®lo una invenci¨®n moderna sino algo funcional.
Benedict Anderson a?adi¨® su definici¨®n de la naci¨®n como una ¡°comunidad pol¨ªtica imaginada¡±. Comunidad, al concebirse como compuesta de miembros que, pese a las m¨²ltiples desigualdades sociales, son hijos de la misma madre y est¨¢n dispuestos a sacrificarse por el conjunto. Pol¨ªtica, porque es el nuevo sujeto de la soberan¨ªa y genera derechos pol¨ªticos para sus miembros. E imaginada porque, a diferencia de la familia, la mayor¨ªa de sus miembros no se conocen ni se conocer¨¢n nunca personalmente, pese a lo cual comparten un mundo mental de mitos y valores comunes (gracias a la literatura ¡°nacional¡±, que les ha hecho identificarse con los mismos h¨¦roes y odiar a los mismos villanos).
Eric Hobsbawm a?adi¨® a estas reflexiones una c¨¦lebre obra, La invenci¨®n de la tradici¨®n, y complet¨® as¨ª un giro en nuestra comprensi¨®n de los fen¨®menos nacionales que ha sido llamado modernista, historicista o constructivista. Frente a la anterior manera de entender el asunto ¡ª?esencialista, naturalista o perennialista?¡ª, ahora se da por supuesto que las naciones no son realidades naturales, estables y antiqu¨ªsimas, como los r¨ªos y las monta?as, sino creaciones pol¨ªtico-culturales, relativamente recientes, fruto de acontecimientos contingentes, que han surgido en alg¨²n momento del pasado (no fechable ni repentino, sino incierto y lento), han tenido y tendr¨¢n vigencia a lo largo de un cierto lapso de tiempo (durante el cual su significado evoluciona) y acabar¨¢n por desaparecer alg¨²n d¨ªa, pues nada, y menos a¨²n las identidades colectivas, es eterno en la historia.
De esta manera, el fen¨®meno nacional qued¨® relativizado. Pertenecer a una naci¨®n dej¨® de ser un rasgo permanente y esencial de la especie humana para localizarse en un cierto lugar y momento en la historia: Europa, a partir de las revoluciones liberales. Fue entonces, al derribar las monarqu¨ªas absolutas, cuando se hizo de la naci¨®n la colectividad soberana, triunf¨® el principio de igualdad entre sus miembros, se reescribieron las historias y se reformul¨® la cultura en torno al sujeto nacional, haciendo al fin de la lealtad a la patria el principio legal y el anclaje ideol¨®gico supremo. La naci¨®n triunf¨® sobre cualquier otra identidad colectiva, las sociedades se homogeneizaron y se eliminaron o marginaron las culturas minoritarias. Fue un cambio crucial de las identidades pol¨ªticas que Europa export¨® al resto del mundo.
Pero en ¨¦pocas anteriores, durante la inmensa mayor¨ªa del pasado humano conocido, nuestros antecesores han vivido dentro de las m¨¢s diversas organizaciones pol¨ªticas ¡ªunidades tribales, feudales, ciudades-Estado, monarqu¨ªas patrimoniales, imperios¡ª cuyas fronteras no coincid¨ªan con sociedades culturalmente homog¨¦neas. Como tampoco era ¨²nica la identificaci¨®n de los s¨²bditos, que se sent¨ªan miembros de comunidades mucho m¨¢s peque?as que la naci¨®n (parroquias, aldeas, comarcas, linajes, gremios, estamentos), insertas a su vez en mundos culturales mucho m¨¢s grandes (cristiandad, islam). Al rev¨¦s de lo que ocurrir¨ªa en el mundo contempor¨¢neo, no se consideraba contrario al orden natural de las cosas que el monarca que les reg¨ªa fuera ¡°extranjero¡±.
Espa?a no es eterna. Para calmar los ¨¢nimos dir¨¦ que Catalu?a, Euskadi... tambi¨¦n desaparecer¨¢n alg¨²n d¨ªa
Las naciones no s¨®lo vieron reducido su espacio en la historia, sino que, adem¨¢s, se comprendi¨® que su construcci¨®n serv¨ªa a ciertos fines, que desempe?aba funciones integradoras del cuerpo social y legitimadoras de la autoridad pol¨ªtica. Las naciones son sistemas de creencias y de adhesi¨®n emocional que surten efectos pol¨ªticos de los que se benefician ciertas ¨¦lites locales. Y esas ¨¦lites, bien busquen reforzar un Estado existente o construir uno nuevo, fomentan los sentimientos nacionales. Lo cual no significa que debamos caer en una visi¨®n instrumentalista y conspiratoria de este tipo de fen¨®menos. Que las naciones beneficien a los nacionalistas, como las religiones al clero, no quiere decir que desde el principio una secta mal¨¦vola haya planeado la seducci¨®n de un p¨²blico incauto. Religiones y naciones son fen¨®menos mucho m¨¢s complejos, surgidos originariamente alrededor de profetas iluminados y generosos, capaces de satisfacer necesidades de sus seguidores muy dignas de respeto.
El estudio de las identidades nacionales exige, por tanto, partir de la premisa de que estamos tratando de entes construidos hist¨®ricamente, en constante cambio, perecederos y manipulables al servicio de fines pol¨ªticos. Lo cual no hace del sujeto nacional una excepci¨®n en el mundo de las identidades colectivas. Porque todas las identidades, incluyendo algunas tan arraigadas en datos fisiol¨®gicos como las de g¨¦nero, tienen mucho de cultural o construido. Harold Isaacs lo explic¨® bien en su ?dolos de la tribu.
El hecho de que una identidad sea sobre todo cultural y no natural no quiere decir que sea un ¡°invento¡± arbitrario
La nueva visi¨®n historicista o constructivista de las naciones tuvo un enorme ¨¦xito y lleg¨® un momento en que todo el mundo denunciaba ¡°invenciones¡± y disolv¨ªa la realidad social en ¡°discursos¡±. Excesos que han llevado a una reacci¨®n en los ¨²ltimos a?os, con cr¨ªticas que en muchos casos merecen ser escuchadas aunque en otros sean sospechosos retornos al esencialismo, aplaudidos por el nacionalismo militante. Muchos historiadores han subrayado la existencia de identidades colectivas, que incluso eran llamadas ¡°naciones¡±, en ¨¦pocas muy anteriores a la contempor¨¢nea. Pero la diferencia es que no se les atribu¨ªa la soberan¨ªa sobre un territorio, que es lo que define al nacionalismo moderno. Tambi¨¦n se ha observado, con raz¨®n, que este nacionalismo se alimenta siempre de tradiciones e identidades culturales procedentes de ¨¦pocas anteriores. El hecho de que una identidad sea sobre todo cultural, y no natural, no quiere decir que sea un ¡°invento¡± arbitrario. En el terreno de las naciones no se puede predicar el ¡°todo vale¡±. Construir un proyecto nacional que tenga posibilidades de ¨¦xito entre el p¨²blico requiere, como m¨ªnimo, hacerlo sobre rasgos culturales preexistentes y cre¨ªbles.
Pero ning¨²n autor serio defiende hoy que la humanidad ha vivido dividida en naciones de forma natural e inmemorial. La visi¨®n constructivista del nacionalismo sigue vigente. Como otras identidades colectivas, las naciones son creaciones culturales perecederas. Y son especialmente absurdas las explicaciones de los procesos hist¨®ricos a partir de la existencia de mentalidades, caracteres colectivos o ¡°formas de ser¡± de los pueblos. Por ejemplo, la existencia de repetidas guerras civiles en Espa?a hasta 1939 se deber¨ªa al violento ¡°car¨¢cter espa?ol¡±, un car¨¢cter s¨®lo demostrado por las muchas guerras civiles vividas en el pa¨ªs. Explicaci¨®n circular e in¨²til. Cuando el general Franco tuvo a bien morirse, adem¨¢s, no estall¨® ninguna guerra civil en Espa?a, contra lo que auguraban los creyentes en estereotipos. No se entiende c¨®mo y por qu¨¦ puede alterarse algo tan profundo como la ¡°manera de ser¡± de un pueblo.
Concluyamos, pues. Lamento comunicar a los no expertos en estos temas ¡ªpues los expertos lo saben de sobra¡ª que, contra lo que nos ense?aban de ni?os, Espa?a no es eterna. Espero que nadie necesite asistencia psiqui¨¢trica. Para calmar los ¨¢nimos, a?adir¨¦ que los rivales y competidores de Espa?a (Catalu?a, Euskadi, Portugal, Francia, Marruecos) tambi¨¦n desaparecer¨¢n alg¨²n d¨ªa. Aunque este, me temo, es un magro consuelo para un creyente.
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