Las palabras de la tribu y sus hechiceros
Los escritores ya no tienen tanta influencia sobre la lengua como cuando ejerc¨ªan de autoridades para el diccionario
![Poema visual (1982) de Joan Brossa.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/6KLMZSLGPY6TVXZ4XEE6CFGA4Q.jpg?auth=f8c50741682cb0d10939362b5b38212ec2cd315f94c3eda391caf2addb357645&width=414)
Queda ya lejos el d¨ªa de 1844 en que Isabel?II impuso por decreto la ortograf¨ªa de la RAE, pero el aviso de Humpty Dumpty sigue sirviendo: lo importante no es saber qu¨¦ significan las palabras, lo importante es saber qui¨¦n manda. En noviembre de 2010, 11 representantes de las 22 academias del espa?ol se reunieron en San Mill¨¢n de la Cogolla (La Rioja) para dar el visto bueno a la nueva edici¨®n de la Ortograf¨ªa de la lengua espa?ola, heredera remota de aquella que en 1726 se public¨® pegada al Diccionario de autoridades bajo el nombre de, con todas sus letras, Orthograph¨ªa.
Una de las novedades que m¨¢s pol¨¦mica suscit¨® hace seis a?os fue la de usar un solo nombre para cada letra. As¨ª, la i griega pasaba a llamarse ye, mientras f¨®rmulas como be baja o be corta quedaban sustituidas por una sola: uve. Ni que decir tiene que el incendio que se produjo en la orilla europea del Atl¨¢ntico por la primera norma tuvo su equivalente en la orilla americana por la segunda. Algunos de los presentes en el monasterio riojano recuerdan que la propuesta de imponer la uve mayoritaria en Espa?a se encontr¨® ¡ªpara compensar¡ª con la defensa de la ye por parte de la academia mexicana, que hizo valer su peso como representante del pa¨ªs con mayor n¨²mero de hispanohablantes. Si los ciudadanos de a pie se indignaron por el cambio en el alfabeto, los escritores lo hicieron por la supresi¨®n de la tilde en palabras como este o solo (adverbio), que segu¨ªan el mismo camino que un siglo atr¨¢s hab¨ªan seguido palabras como ¨¦ntre, p¨¢ra o s¨®bre cuando funcionaban como verbos. Entre los insumisos que m¨¢s sonoramente anunciaron su rebeld¨ªa no faltaron miembros de la propia RAE como Javier Mar¨ªas, Luis Goytisolo o Arturo P¨¦rez-Reverte.
Curiosamente, en una academia en la que conviven fil¨®logos y escritores, suelen ser los primeros los menos reticentes a los cambios aunque los segundos tengan a priori bula para usar el idioma con total libertad. En el fondo, la bula suele quedar para grandes declaraciones. Es ya un cl¨¢sico el discurso que Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez pronunci¨® en 1997 en el Congreso de la Lengua de Zacatecas (M¨¦xico) para pedir la jubilaci¨®n de la ortograf¨ªa, ¡°terror del ser humano desde la cuna¡±. ?Su propuesta? Enterrar las ¡°haches rupestres¡±, firmar un ¡°tratado de l¨ªmites entre la ge y la jota y poner m¨¢s uso de raz¨®n en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga l¨¢grima ni confundir¨¢ rev¨®lver con revolver¡±. Los acad¨¦micos que una d¨¦cada despu¨¦s trabajaron en la edici¨®n conmemorativa de Cien a?os de soledad recuerdan hoy con una sonrisa p¨ªcara el cuidado que su autor puso en corregir con pulcritud normativa hasta la ¨²ltima p¨¢gina. Aunque su discurso se titulaba Botella al mar para el dios de las palabras, ¨¦l prefiri¨® encomendar su novela a los cuidados del Vaticano de la lengua.
Pese a que muchos se han tomado al pie de la letra la idea de Mallarm¨¦ de que los poetas tienen por misi¨®n devolver su sentido primigenio a las palabras de la tribu, la influencia de los escritores sobre la lengua ya no es la misma que cuando eran las autoridades que sirvieron para bautizar aquel primer diccionario de 1726, que empleaba citas de autores para justificar cada definici¨®n. Desde que existen las academias, los escritores solo han estado cerca de influir dr¨¢sticamente en la norma ling¨¹¨ªstica cuando han tenido poder algo m¨¢s que simb¨®lico para hacerlo. Fue el caso de Domingo Faustino Sarmiento, que, por los a?os en que andaba gestando su Facundo (1845) y antes de ser presidente de Argentina, propuso una reforma ortogr¨¢fica que tuvo su minuto de gloria en algunos pa¨ªses con, entre otras cosas, la adaptaci¨®n gr¨¢fica del seseo americano (senisa en lugar de ceniza). Para un escritor es m¨¢s f¨¢cil contribuir al l¨¦xico de un idioma que alterar su gram¨¢tica o su ortograf¨ªa. Mientras Ortega y Umbral consiguieron llevar al diccionario vivencia y tardofranquismo ¡ªacu?adas por ellos¡ª, Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo se qued¨® solo en su cruzada contra la pronunciaci¨®n ¡°forzada¡± de la equis ¡ª¡°la lengua es del pueblo, pero la escritura es de los se?ores¡±, dec¨ªa en sus testos¡ª, tanto como Juan Ram¨®n Jim¨¦nez en la suya para escribir jota cuando suena jota y pedir a la intelijencia el nombre exacto de las cosas.
En la Real Academia, los escritores suelen ser m¨¢s reticentes a los cambios que los fil¨®logos
Aunque muchas expresiones literarias, a veces manipuladas, han hecho fortuna (¡°con la Iglesia hemos dado¡±), la mayor intervenci¨®n de los escritores sobre la lengua, m¨¢s all¨¢ del placer ¡ªo el disgusto¡ª de leerlos, est¨¢ sobre todo asociada a la potencia de un personaje o de un mundo propios que se tornan comunes: un lazarillo, un don juan, un espect¨¢culo dantesco, una situaci¨®n kafkiana. Otras veces se debe a la rotundidad de un t¨ªtulo inolvidable y f¨¢cil de adaptar a mil situaciones y titulares de peri¨®dico. Sue?o de una noche de verano (Shakespeare), El gran teatro del mundo (Calder¨®n), En busca del tiempo perdido (Proust), Se?as de identidad (Juan Goytisolo) o Cr¨®nica de una muerte anunciada (Garc¨ªa M¨¢rquez) son ya expresiones que usamos sin pagar derechos de autor. Tampoco los pagamos al an¨®nimo creador medieval del personaje de P¨¢nfilo, al dieciochesco Samuel Richardson por Pamela (hero¨ªna suya tocada con ese sombrero), a Karel Capek por robot o a Daphne du Maurier por Rebeca. Claro que este cont¨® con la inestimable labor difusora de Alfred Hitchcock, cuyos traductores, como tantos traductores, merecen un cap¨ªtulo aparte como creadores de f¨®rmulas de ¨¦xito: Con la muerte en los talones (originalmente, North by Northwest), se estren¨® en varios pa¨ªses hispanohablantes como Intriga internacional.
¡®Vivencia¡¯, acu?ada por Ortega, est¨¢ en el diccionario, pero Juan Ram¨®n se qued¨® solo escribiendo ¡®intelijencia¡¯
M¨¢s que la literatura, el universo audiovisual es hoy el gran semillero de f¨®rmulas ling¨¹¨ªsticas, cuya fortuna, de nuevo, habr¨ªa que atribuir a los autores de la versi¨®n espa?ola: baste pensar en Solo ante el peligro (High Noon en el original) o en Aterriza como puedas (Airplane). Por no hablar de f¨®rmulas televisivas como el futbol¨ªstico tiki taka, el ch¨¦vere globalizado de los culebrones o el viejuno manchego universal. No hace falta ser poeta para pedir un poquito de por favor o para, como Carolina Alguacil, lectora entonces an¨®nima, escribir a este peri¨®dico defini¨¦ndose como mileurista. Fue en 2005 y la palabra aparece ya en la ¨²ltima edici¨®n del Diccionario de la RAE. El hecho de que no se cite a su autora es la mejor prueba de que acert¨® al crearla. Y una lecci¨®n de humildad para los escritores.
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![Javier Rodr¨ªguez Marcos](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F012bc515-b71b-4e4b-bf1b-a3e60d86110b.jpg?auth=39aa45f989d4cf353356721f4346e926a4e3094776e3ad92191296498425c920&width=100&height=100&smart=true)