Sobre mujeres (o casi) buenas y malas
Una de las novedades de la 'rentre¨¨' es la biograf¨ªa de Patty Hearst, rica heredera secuestrada y miembro del Ej¨¦rcito Simbi¨®tico de Liberaci¨®n
Qu¨¦ disgusto. Ahora resulta que se cay¨® del ¨¢rbol al que se hab¨ªa encaramado para coger qui¨¦n sabe qu¨¦ fruto o suculenta rama con que calmar moment¨¢neamente su hambre de vida. Otro mito que cae y se estampa contra el suelo: Lucy, mi adorada y jovenc¨ªsima Australopithecus afarensis de un metro de altura, que igualaba (como m¨ªnimo) en inteligencia y rapidez a sus compa?eros de horda en las sabanas de lo que (todav¨ªa) es Etiop¨ªa. Lucy, la casi-humana m¨¢s antigua de la que tenemos noticia y huesos (de Eva, nuestra pretendida madre, nos faltan y, por tanto, nos sentimos legitimados para dudar de su realidad hist¨®rica), y que a¨²n viv¨ªa a (grandes) brincos entre el polvoriento astrago de la pradera primordial y el verde baldaquino de las copas de los ¨¢rboles, tuvo un final escasamente ¨¦pico, seg¨²n han demostrado los paleont¨®logos que no han parado de acosarla desde 1974, cuando Donald Johanson desenterr¨® sus nada sagrados huesos. En mi trastornado cerebro evolucionado (aunque no demasiado, me temo), aquellos vestigios ¨®seos han acabado por adquirir la misma consistencia legendaria que ¡ªpor s¨®lo referirme a lo f¨ªsico, que es lo que nos entra por los ojos¡ª la nariz de Kay Kendall (la m¨¢s perfecta de la historia del cine) o las piernas asombrosas de Cyd Charisse, con las que todav¨ªa sue?o cuando me paso de copas (mi mujer lo sabe, como yo creo saber de sus sue?os; modernos que somos). Lucy Afarensis, por citarla por su nombre y (sobrevenido) apellido, muri¨® tal d¨ªa como hoy hace 3,2 millones de a?os, dejando claro para siempre que, en efecto, y como proclama la letra del tango de Le Pera, 20 (los que ella ten¨ªa cuando entreg¨® su problem¨¢tica alma al Creador) no son nada. A Lucy, por cierto, le dedica un buen apartado la historiadora ¡ªy excelente comunicadora¡ª Lydia Pyne en su Seven Skeletons (Viking), una de las m¨¢s agradables y perezosas lecturas de mi siempre corto verano en Middlebury College, Vermont, a cuya bien poblada biblioteca llegan con envidiable puntualidad las novedades que uno est¨¢ deseando leer. El subt¨ªtulo del libro, La evoluci¨®n de los f¨®siles humanos m¨¢s famosos del mundo, deja entrever su contenido. Se trata de un ¡°estudio cultural¡± acerca del descubrimiento (y, sobre todo, ¡°vida¡± posterior) de nuestros m¨¢s famosos antecesores f¨®siles, y de c¨®mo su existencia post mortem se reparte entre los museos, la ciencia y la cultura popular. Adem¨¢s de mi querida Lucy, sus otros seis colegas de libro son el peque?o hombre (apodado hobbit) de Flores (Indonesia); el m¨¢s bien brutote neandertal de La Chapelle; el sudafricano ni?o de Taung; el (falso) hombre de Piltdown, una de las m¨¢s conspicuas estafas de la paleontolog¨ªa; el Homo erectus pekinensis, y el (tambi¨¦n) sudafricano Australopithe?cus sediba. Todos ellos (excepto el falso) representantes de las diferentes categor¨ªas de hom¨ªnidos que exist¨ªan antes de que, hace unos 100.000 a?os, fueran definitivamente sustituidos por los sapiens, la especie a la que usted (improbable lector/a y c¨®mplice), yo e incluso do?a Rosa Valde¨®n, la exvicepresidenta de Castilla y Le¨®n detenida y dimitida por conducir pasada de copas, nos enorgullecemos de pertenecer. En cuanto al libro de la se?ora Pyne (ignoro si ya est¨¢ contratado en espa?ol), si yo fuera un editor de no-ficci¨®n, y quisiera publicar algo interesante (y prometedor en ventas), no parar¨ªa hasta conseguir los derechos de traducci¨®n. De nada, a mandar, que son dos d¨ªas y est¨¢ la vida muy achuchada.
Mala
Uno de los libros m¨¢s le¨ªdos y comentados de la rentr¨¦e editorial estadounidense (por?que, pese a lo que diga la cada d¨ªa m¨¢s chovinista Livres Hebdo, la rentr¨¦e no es un ¡°fen¨®meno que no existe m¨¢s que en Francia¡±, como su proverbial ombliguismo dicta) es American Heiress (Doubleday), del abogado Jeffrey Toobin, la biograf¨ªa de Patty Hearst, rica heredera de una saga de magnates de la comunicaci¨®n (Wells se inspir¨® en uno de ellos para su Kane) que, tras ser secuestrada en su apartamento californiano, salt¨® a las primeras de los peri¨®dicos como miembro activo de un llamado Ej¨¦rcito Simbi¨®tico de Liberaci¨®n (en sus siglas inglesas, SLA) que hab¨ªa tomado las armas para derrocar al capitalismo (igual que sus contempor¨¢neos de grupos o grup¨²sculos como los Weathermen o los Black Panthers). Aquella foto de la riquita con su ametralladora en ristre ¡ªyo, entonces a¨²n m¨¢s gilipollas que ahora, llegu¨¦ a tenerla unos d¨ªas achinchetada en la pared de mi cuarto¡ª dio la vuelta al mundo, que era lo que pretend¨ªan sus core¨®grafos, en una ¨¦poca en la que los lodos del Watergate, Vietnam y la crisis del petr¨®leo hab¨ªan borrado de un plumazo los pacifismos bobalicones y m¨¢s bien lucy in the sky with diamonds de los hippies. M¨¢s tarde llegaron las detenciones y el proceso en que la chica (hoy fondona abuelilla) fue presentada como v¨ªctima de una modalidad americana del s¨ªndrome de Estocolmo. Su sentencia le fue conmutada por el compasivo Carter, y ¡°Tania¡± (por su nombre de guerra) qued¨® definitivamente indultada por Clinton, demostr¨¢ndose una vez m¨¢s que en EE.UU la justicia tampoco es igual para blancos que para negros, para ricos que para pobres.
Luego la chica cas¨® con un polic¨ªa (vaya por Dios), cuyo m¨¦rito mayor se me antoja su nombre: Bernard Shaw, que es como si, por aqu¨ª, un madero de la antivicio se llamara, por ejemplo, Luis Cernuda. El libro de Toobin (que no se cree lo del s¨ªndrome de Estocolmo), bien documentado, cuenta la historia y el contexto de aquel suceso, y viene a incorporarse a una tendencia editorial que ¡°resucita¡± o revisita algunos escandalosos current affairs muy norteamericanos que saltaron a los medios a finales de los sesenta y principios de los setenta: por ejemplo, el caso Manson, que ha inspirado oblicuamente Las chicas, la exitosa (en ventas) novela de la canadiense Emma Cline (Anagrama); o el tr¨¢gico concierto del aut¨®dromo de Altamont, revisitado en Altamont (subt¨ªtulo: The Rolling Stones, The Hells Angels and The Inside Story ot Rock¡¯s Darkest Day), de Joel Selvin (publicado recientemente por Dey Street Books), un documentado ensayo en el que se analiza el infausto concierto y su contexto, reflejando las profundas diferencias entre el mundo tardo-hippy de Wood?stock, otro c¨¦lebre concierto de finales de los sesenta, y el que qued¨® inaugurado en Altamont, primer hito p¨²blico de la bronca y desencantada m¨²sica de los setenta.
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