Una carta equivocada
The Divine Comedy lanza Foreverland, su primer disco en seis a?os. La grabaci¨®n suena a conocida; es una b¨²squeda desesperada y fallida por vivir de una vieja identidad
Los adalides de la novedad cometen un error bastante com¨²n cuando despachan como nost¨¢lgica cualquier m¨²sica que suene a algo ya conocido, a algo amable, a algo c¨®modo. Muchas veces, lo que se califica como nost¨¢lgico es, en realidad, familiar. Familiaridad es volver a ese sitio en el que pasaste tus vacaciones de adolescente, entrar en el Starbucks que han construido en el local en el que te emborrachaste por primera vez y pedir un frappucino light, que el ¨²ltimo an¨¢lisis sali¨® raro de az¨²car. Nostalgia es ver que han construido un Starbucks en el lugar en el que debutaste con el tequila y negarte a entrar porque es una verg¨¹enza que el mundo cambie sin tu permiso.
Cuando suenan los primeros acordes de ¡®Napoleon Complex¡¯, el tema que abre el primer disco de The Divine Comedy en seis a?os, quienes vivieron los noventa cerca de la m¨²sica de Neil Hannon ¡ª¨²nico humano responsable de este proyecto de pop orquestal que triunf¨® en los confines del britpop¡ª puede que sientan familiaridad, otra cosa ya es que recuerden esa familia con m¨¢s o menos cari?o.
La gran ventaja de haber habitado esa parte de los noventa construida alrededor de la iron¨ªa es poder encontrar simp¨¢tico que, al llegar al estribillo, esta canci¨®n se convierta en el ¡®Laughing Gnome¡¯ de David Bowie, un tema de 1967 que incluye un eructo en el primer verso de la segunda estrofa. Haber vivido de joven en aquel lugar permite poder recordar estos datos sin tener que entrar en la Wikipedia, un invento que ha hecho mucho da?o a la credibilidad de Neil Hannon, pues su audiencia ya no son j¨®venes impresionables sin Internet que esperan descubrir el mundo a trav¨¦s de grandes canciones pop llenas de violines, sino hombres y mujeres que transportan pesados discos de mudanza en mudanza o eternizan tr¨¢mites de divorcio litigando por la custodia de un libro de P.?G. Wodehouse. Por eso ya no parece especialmente listo al hacer bromas sobre Napole¨®n, la Legi¨®n Extranjera o Catalina la Grande.
Todo el ¨¢lbum parece una b¨²squeda desesperada por dar con esa parte de su idiosincrasia que a¨²n puede funcionar. Y en esas anda cuando se pega un batacazo monumental con ¡®Funny peculiar¡¯, que quiere ser vodevil y no llega a Robbie Williams en ¡®Lluvia de estrellas¡¯, o con ¡®How Can You Leave Me on my Own¡¯, que se traslada en busca de un estribillo a esa parte de los ochenta en la que todo el mundo era viejo, termina top¨¢ndose con Robert Palmer y se ponen los dos a hablar de c¨®mo echan de menos que los tomates sepan a tomate. No es un problema escuchar ya trucos conocidos. El problema es que, haciendo esos trucos hoy, a Hannon se le escapa casi cada vez el conejo, la paloma sale coja, se le cae la bolita, saca la carta equivocada o parte por la mitad a la chica. Y tan patoso no es familiar, tan patoso lo que logra es que se sienta nostalgia por la ¨¦poca en que la paloma siempre volaba y sacaba una y otra vez la carta en la que hab¨ªas pensado.
Foreverland. The Divine Comedy. Pias
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