Moorman, chelista camuflada
Estrecha colaboradora del videoartista Nam June Paik, la m¨²sica y ¡®performer¡¯ estadounidense fue clave en la vanguardia
![La ¡®performer¡¯ Charlotte Moorman en 1966 toca el chelo, sostenido entre los dientes por June Paik.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/G26INHSTHXA7Z7CTPK4NAO52JQ.jpg?auth=c2df811f74b0f0494fdfc14f3f111889ce37ffb6fab8c4bf815831c63f2477ab&width=414)
Quiz¨¢s sea uno de los rostros m¨¢s reproducidos en la historia del arte de la segunda mitad del XX, en tanto protagonista de Televisi¨®n sujetador para escultura viviente de 1969, la obra cl¨¢sica del videoartista coreano Nam June Paik, cuyo trabajo pone de manifiesto la importancia de los medios. Charlotte Moorman (1933-1991) es el cuerpo descarado que se exhibe cubiertas apenas por unas pantallas sus partes m¨¢s sensibles para la censura. Es ella quien se desnuda y es arrestada por esc¨¢ndalo p¨²blico ¡ªocurr¨ªa a veces en plena revoluci¨®n hippy¡ª. Y es la sonrisa seductora que, desde su actitud desafiante, desmitifica los reci¨¦n descubiertos medios de reproducci¨®n mec¨¢nica, salpic¨¢ndolos de corporalidad. Los medios con ella se hacen un poco m¨¢s fr¨¢giles, m¨¢s vulnerables; c¨¢lidos sobre la piel de la chelista. En algunas im¨¢genes el propio June Paik la mira mientras se camufla entre los retazos tecnol¨®gicos. En otras, la abraza fuerte y ambos se convierten en chelo, cuando cada uno sujeta una parte de la improvisada cuerda al interpretar la pieza de John Cage 26¡¯1.1499¡± para int¨¦rprete de cuerda. Los cables, el micr¨®fono, las peque?as pantallas, los retales de la vieja tecnolog¨ªa resquebrajan el romance entre June Paik y Moorman, la mujer tantas veces fotografiada como modelo, tocando el chelo en las obras del coreano. Al final, el violonchelo lo envuelve todo.
Moorman no es s¨®lo una cara bonita, a pesar de haber ganado durante su juventud en Arkansas un premio de belleza. Instalada en Nueva York, recibi¨® una formaci¨®n musical impecable en la m¨ªtica Julliard. All¨ª se trabaja con un rigor cl¨¢sico que aprendi¨® a combinar con la experimentaci¨®n del jazz y las propuestas vanguardistas. Esto lleva a Moorman a someter a su chelo a todo tipo de experimentos, al estilo de los pianos preparados de Cage. En esos a?os cualquier cosa pod¨ªa ser un instrumento, y Moorman improvisa como el resto de su generaci¨®n. En 1965 convierte dos bombas en violonchelos, subrayando sus inclinaciones pacifistas en medio de las protestas contra la guerra de Vietnam. Ella no lo manifiesta abiertamente, pero cuando en 1969 las improvisadas cuerdas resuenan en una performance junto a Nam June Paik en el Museo de Arte Contempor¨¢neo de Chicago, muchos relacionan la propuesta con las acciones contra la guerra: el mundo est¨¢ cambiando. Entonces Moorman, coautora de muchas obras del artista coreano, amiga y colaboradora de vanguardistas como el propio Cage, Beuys, Vostell, Yoko Ono, Carolee Schneemann, Higgins o Peter Moore ¡ªa menudo autor de sus m¨ªticas fotos¡ª, se hab¨ªa convertido en la mujer polifac¨¦tica y audaz que desvela la extraordinaria muestra de la Grey Art Gallery de la Universidad de Nueva York, A Feast of Astonishments. Charlotte Moorman and the Avant-Garde, 1960s-1970s.
La exposici¨®n arranc¨® en la North?Western University, en cuya biblioteca se conserva buena parte del archivo de Moorman, y a trav¨¦s de las partituras de Cage o Morton Feldman anotadas por la artista, de fotos, artefactos, programas¡, el espectador puede reconstruir la trayectoria de este personaje asombroso y de la escena neoyorquina de los sesenta. De hecho, adem¨¢s de m¨²sica y modelo, Moorman fue una performer atrevida a la hora de interpretar las piezas de otros. Es el caso de Cut Piece, de Yoko Ono, sobre la cual declaraba en 1989 que la hab¨ªa puesto en escena m¨¢s veces que la propia autora durante 25 a?os. ¡°Siempre represento Cut Piece porque es maravillosa. Llevo un traje elegante y al final de la primera mitad invito al p¨²blico a que se acerque y lo corte. El traje es caro. Lo es de verdad¡±, dec¨ªa.
Esa idea de las autor¨ªas puestas en cuesti¨®n sobrevolaba tambi¨¦n su labor como organizadora de un popular festival anual de arte vanguardista, en el que Bill Viola particip¨® siendo a¨²n muy joven. En su faceta de comisaria y para poder reunir tanta radicalidad en el Armory de la calle 69 de Manhattan, a veces se ve¨ªa forzada a comprometerse con el coronel de turno: ¡°Nada de desnudos, nada de sexo, nada de pol¨ªtica, nada de canutos, nada de nada¡±.
Quiz¨¢s por ese camuflaje reiterado, por ese vivir en disimulo ¡ªa pesar de su compromiso con los pacifistas y los disidentes¡ª con el fin de poder ser radical, Moorman ha tardado m¨¢s en ser reconocida como parte esencial de la escena de los sesenta y setenta en EE UU. Tal vez incluso porque para algunas feministas ¡ªlas primeras en reconocer el trabajo de Lynda Benglis o Louise Bourgeois¡ª Moorman planteaba dilemas: le echaban en cara su supuesto exhibicionismo, incluso narcisista. Y, pese a todo, ese mostrarse, ese develarse, no era sino otro gesto dr¨¢stico, otra estrategia revolucionaria: ya se advert¨ªa que ella era mucho m¨¢s que una cara bonita. Por eso no podemos dejar de pensar en otras artistas que, camufladas, no han sabido satisfacer a ninguno de los lados del discurso; todas esas creadoras que esperan ser develadas por la(s) historia(s) que, a partir de su incorporaci¨®n, deber¨¢(n) ser narrada(s) de nuevo. Una cosa es segura: a partir de ahora June Paik dejar¨¢ de ser el ¨²nico autor de Televisi¨®n sujetador para escultura viviente.
Ese mostrarse, ese desvelarse no era sino otro gesto dr¨¢stico , otra estrategia revolucionaria: ella era mucho m¨¢s que una cara bonita
Estrella de Diego es acad¨¦mica de Bellas Artes de San fernando es autora entre otras obras de Trist¨ªsimo Warhol.
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