Comenzar en Z¨¹rau
Uno de los 103 aforismos que Kafka escribi¨® en Z¨¹rau: ¡°Dos posibilidades. Hacerse infinitamente peque?o o serlo. Lo primero es consumaci¨®n, es decir, inacci¨®n; lo segundo es comienzo, es decir, acci¨®n¡±. Muerte y comienzo, y siempre en el dominio de lo ¨ªnfimo. Ayer record¨¦ el aforismo cuando vi a una lectora hacerse con la monumental biograf¨ªa de Kafka escrita por Reiner Stach (Acantilado) y me pregunt¨¦ qu¨¦ pasar¨ªa cuando ella terminara de leer aquello y, hall¨¢ndose a¨²n reciente su fascinaci¨®n por lo le¨ªdo, se formulara la inevitable pregunta: ?Y ahora qu¨¦? Ahora, le dir¨ªa, dir¨ªgete hacia el contraste, hacia un librito peque?o que te va a llevar a la segunda posibilidad de la que hablaba Kafka: al comienzo, a la acci¨®n, a la vida. Cambia lo colosal por lo exiguo, la inmensidad de la biograf¨ªa de un muerto por un verso vivo, por ejemplo, de Drummond de Andrade, que habla de lo diminuto (¡°A veces un pitillo, a veces un rat¨®n¡±) o, mejor todav¨ªa, c¨¢mbialo por el libro m¨¢s profundo ¨Caunque m¨¢s ligero de peso¨C de Kafka, c¨¢mbialo por Aforismos de Z¨¹rau (Sexto Piso), libro m¨ªnimo escrito en 1917 en una peque?a aldea checa ideal para ¨¦l, pues, como dice Calasso, el mundo all¨ª estaba casi vaciado de seres humanos y el teatro de la vida hab¨ªa sido confiado a los animales.
En un d¨ªa de septiembre de 1917, habi¨¦ndole sido diagnosticada la tuberculosis, le lleg¨® a Kafka su particular pregunta del ahora y el qu¨¦, resuelta kafkianamente con un estallido de buen humor, pues vio que la enfermedad le permit¨ªa una retirada completa del mundo y librarse de cuanto le ahogaba: familia, oficina y amor. La tuberculosis le facilitaba el traslado por unos meses a la casa de su hermana Ottla en Z¨¹rau. Tal era su buen humor aquel d¨ªa que hasta le confes¨® por carta al editor Kurt Woolf (al que no hab¨ªa visto nunca) que era ¡°casi un alivio¡± que la enfermedad ¡°atra¨ªda desde hac¨ªa a?os¡±, hubiera emergido al fin.
Estar enfermo, al igual que ser infinitamente peque?o, iba a proyectarle hacia la acci¨®n y de ah¨ª hacia el posible comienzo, hacia la crucial etapa Z¨¹rau. Kafka, por supuesto, percibi¨® lo que ven¨ªa (¡°Hasta cierto punto, ahora tienes la posibilidad de comenzar, no la desperdicies¡±) y no lo ech¨® a perder. El silencio de la casa de Ottla le ofrec¨ªa algo parecido al ¡°s¨®tano espacioso y cerrado, con todo lo necesario para escribir¡± que hab¨ªa dicho desear (¡°?Las cosas que escribir¨ªa entonces! ?De qu¨¦ profundidades las arrancar¨ªa!¡±), s¨®lo que de noche le perturbaba el rumor de las ratas, el defecto del lugar. Aun as¨ª, nunca como en aquella casa dispuso de mejores condiciones para trabajar: ¡°las voces del mundo apag¨¢ndose y haci¨¦ndose cada vez menos numerosas¡±. Aquellas condiciones facilitaron el advenimiento para ¨¦l de una nueva forma, incluso en sentido f¨ªsico y t¨¢ctil: una secuencia de ciento tres hojas sueltas, cada una de las cuales conten¨ªa un fragmento audaz, arrancado de las profundidades, fulminante como pensamiento y tan vertiginoso como puede serlo para alguien infinitamente peque?o comenzar a vivir de verdad.
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